martes 4 de septiembre de 2007
Esperando a Trichet Josep Borrell
¿Qué harán el BCE y la Reserva Federal de EEUU (Fed) con los tipos de interés? Ésta es la gran cuestión de la vuelta de un verano agitado por la crisis de las hipotecas americanas y la tormenta financiera que desató en los mercados financieros mundiales.
Pronto lo sabremos. El Consejo del BCE se reúne este jueves y el de la Fed el próximo 18 de septiembre, y su decisión afectará de forma viva y directa a muchas familias que han visto crecer la carga de sus hipotecas a medida que los bancos centrales endurecían su política monetaria.
Lo que decidan Trichet y Bernanke dependerá de su percepción de la extensión del “contagio” de las subprime en el conjunto del sistema financiero. Y también reflejara las distintas concepciones de la política monetaria en ambos lados del Atlántico.
En EEUU las cosas parecen más claras que en la eurozona. Tanto Bernanke como Bush han dejado clara su intención de hacer frente a la crisis hipotecaria evitando que afecte al crecimiento económico. La Fed ya dio un gran respiro a los mercados bajando su tipo de intervención a mediados de agosto y, aunque de las palabras de Bernanke no se pueda deducir una próxima reducción de los tipos de interés, los mercados reaccionaron favorablemente a sus tomas de posición y las bolsas acabaron en alza.
En realidad, la crisis bursátil ha sido más bien limitada, con una caída mensual inferior al 3%, nada comparable a las consecuencias de las crisis monetarias de los 80 o los 90, con caídas bruscas del orden del 20%. Pero la insolvencia de muchas familias en EEUU es una realidad social que no se puede ignorar, como tampoco se debe menospreciar las dificultades de muchos compradores de viviendas en Europa, y especialmente en España, ante la evolución de los tipos de interés. El problema, como siempre, es ayudar a las víctimas de un problema que no han causado sin sacar las castañas del fuego a los especuladores y a los agentes financieros irresponsables.
Bernanke ha dejado claro que la Fed no está para proteger a los inversores y prestamistas de las consecuencias negativas de sus decisiones equivocadas, pero también que hará todo lo necesario para evitar sus efectos sobre el conjunto de la economía. No es fácil conseguir lo uno sin pagar el precio de lo otro, pero al menos tanto el gobierno federal como la autoridad monetaria han dejado clara su decisión de intervenir, y es seguro que lo harán de forma coordinada y sin tirarse los trastos a la cabeza a través de los medios de comunicación.
Es una de las ventajas del sistema americano, donde la Fed tiene que preocuparse también del crecimiento económico y cuya independencia no le impide mantener una relación de cooperación con la autoridad fiscal y presupuestaria. Por ello, lo probable es que la Fed baje, o mantenga estables, los tipos americanos, olvidando cualquier intención de aumentarlos que pudiera haber tenido antes del verano.
En Europa las cosas no están tan claras. Trichet se fue de vacaciones con un anuncio velado de aumento de tipos en septiembre y hasta finales de agosto el BCE tuvo una actitud de mantenerla y no enmendalla a pesar de tener que inundar de liquidez los mercados para evitar la sequía crediticia en el mercado interbancario. Las críticas que recibió del Gobierno francés por esa actitud han sido sonadas y sólo hace unos días Trichet ha reconocido que las cosas han cambiado y que su decisión está por tomar.
El presidente Sarkozy se ha apuntado ya el mérito de ese cambio de actitud de Trichet. Pero conviene que no aumente sus presiones porque pueden producir el efecto contrario y que el BCE decida subir los tipos para demostrar su independencia.
En realidad ya estamos acostumbrados a este tira y afloja entre BCE y gobiernos europeos. En Francia las posiciones son especialmente críticas con la actitud del BCE e incluso con la definición de sus poderes. Hace unos meses asistimos a una polémica entre Trichet y el presidente del Eurogrupo, señor Junkers, sobre el papel de uno y otro en la política de cambio que fue saldada por Trichet con un imperial “Mr. euro soy yo” y la negativa a establecer consultas con el Eurogrupo (Consejo de los Ministros de Finanzas que han adoptado el euro).
Otros países son más cautos en sus manifestaciones públicas para no herir la sensibilidad del BCE con respecto a su independencia, pero la creencia general es que una subida de tipos de interés ahora no se justificaría por razones estrictamente económicas. En efecto, la inflación ha permanecido estable en el 1,8%, y por debajo del objetivo de inflación fijado por el propio BCE, más bajo que el adoptado en otras zonas monetarias para definir la estabilidad de precios. En cambio el crecimiento parece flaquear y la crisis ha afectado sin duda a las perspectivas de consumidores e inversores.
El problema es que al BCE sólo le preocupa la inflación y suele llevar la concepción de su independencia hasta rechazar cualquier debate o toma de posición sobre la política monetaria.
Y aquí se equivoca, porque una cosa es ser independiente y otra cosa es ser sordo. Además, aunque el artículo 108 de Tratado de Maastricht garantiza su capacidad de tomar decisiones de política monetaria, el 105 define la estabilidad de precios como el “objetivo principal” del BCE. Y si hay un objetivo “principal” es porque necesariamente hay un objetivo secundario. Y éste es, según el mismo artículo, contribuir a los objetivos generales de la UE, entre los que están el crecimiento y el empleo.
No es, pues, exacto argumentar que el BCE tiene un solo objetivo. Tiene dos aunque estén claramente jerarquizados. Y para conseguirlos es necesario el diálogo y el debate sobre la política monetaria y sus consecuencias.
josep.borrellfontelles@europarl.eu.int
martes, septiembre 04, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario