miércoles, septiembre 26, 2007

Ignacio Camacho, Poder y no poder

jueves 27 de septiembre de 2007
Poder y no poder

IGNACIO CAMACHO
SE va de Endesa por la puerta grande, aclamado por unos accionistas a quienes ha multiplicado las plusvalías a base de pelear como si estuviese defendiendo Stalingrado, y mucho más rico él mismo de lo que ya era antes de que le quisieran comprar a 21 euros lo que ha acabado valiendo 40. Sale con tiempo y dinero sobrados para dedicarse a lo que prefiera, y corre por Madrid, siempre tan rumorosa, la especie de que Rajoy le guiña el ojo para embarcarlo en la aventura política, actividad para la que se ha mostrado mucho mejor dotado que la mayoría de quienes viven profesionalmente de ella. Tiene una vis combativa excepcional, artes comunicadoras, una dialéctica correosa y vehemente, resistencia de maratoniano, huevos como el caballo de Espartero y bastante mala leche. Y además, tiene una idea de España, de la sociedad y del mercado. Con eso ya va más servido que el ochenta por ciento de los políticos en ejercicio. Como cabeza de cartel electoral parece un mirlo blanco, realzado por el aura de popularidad que le ha proporcionado la larga y sinuosa OPA eléctrica, y en Aragón no anda el PP sobrado de gente con tirón demótico. Fichálo, fichálo, que diría José Antonio Camacho.
Pero si Rajoy haría sin duda un buen negocio fichando a Manuel Pizarro para la campaña, no está tan claro que el interesado fuese a salir ganando con la experiencia. Es probable que le pique el gusanillo después de haber coqueteado tanto tiempo con los mecanismos del poder real, porque desde luego la presidencia de Endesa es un cargo político en el sentido más amplio del término, y política ha sido la batalla por el control de su accionariado. Lo que pasa es que cuando se da el salto al ámbito convencional de lo público se pierden los privilegios de la alta empresa, la capacidad de influencia es paradójicamente mucho menor y las bofetadas llueven a manojos con la particularidad de que resulta mucho más difícil devolverlas. Por ende, la lógica económica y empresarial es más objetiva que la de la política, donde cualquier cretino atrincherado en un aparato de partido tiene una capacidad de obstrucción inconcebible en la esfera privada. En una empresa al que no rinde se le aparta dándole el finiquito, todo lo más con una indemnización para que se esté quieto, pero en un partido resulta frecuente que a los más torpes se les recompense con responsabilidades públicas según el extraño baremo de los años que llevan administrando su torpeza.
Decía Luc Ferry, filósofo francés que fue ministro de Educación con Chirac, que al llegar al poder lo primero que descubrió es que poder, lo que se dice poder, no tenía. Adonde había llegado es al Presupuesto, que no es lo mismo. Pizarro ha tocado y ejercido el poder de verdad, el fáctico, el influyente, el que permite la toma de decisiones, la facultad de mandar y ejercer una jerarquía ejecutiva e incontestable. Como se meta en política descubrirá el no poder, la impotencia estéril de discutir en pie de igualdad con un idiota sin que la gente aprecie la diferencia. Y, lo que es peor, discutiendo a menudo con el respaldo de menos votos, que son aún más difíciles de incrementar que las plusvalías.

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