miercoles 26 de septiembre de 2007
Zapatero en Nueva York
M. MARTÍN FERRAND
CUANDO, sólo hace unas horas, George W. Bush, presidente de EE.UU. le dijo a José Luis Rodríguez Zapatero «good to see you again» -«encantado de volver a verle»- se cerró el ciclo de hierro que envuelve la pequeñez internacional del presidente del Gobierno de España. Previamente el líder norteamericano le había dicho al español: «Hola, ¿cómo está?». Éste, a quien el Espíritu Santo no ha confundido con el don de lenguas, respondió: «Muy bien». Los más acreditados hermeneutas del Reino no aciertan a interpretar el código de tan sutil y breve diálogo. Por el momento cabe establecer media docena de hipótesis: a) Bush quiso decir lo que realmente dijo en aras de la cortesía mínima exigible, b) Bush, al servicio de esa invocada cortesía, dijo lo que dijo aunque pensara lo contrario, c) Bush, en el bullicio de un acto nada íntimo, saludó a Zapatero sin saber a quién le estrechaba la mano, d) Bush, que había previsto algún exabrupto en previsión de tal encuentro, lo sustituyó por un mínimo saludo en señal de luto por los sucesos de Afganistán, e) Bush confundió a Zapatero con uno de los miembros del séquito de Sidi Uld Cheij Abdallahí, presidente de Mauritania, o f) Bush es víctima de la dislexia, o alguna desazón equivalente, y dijo lo que dicen que dijo aunque quiso decir algo muy distinto.
Lo que sí va quedando claro es que Zapatero y Miguel Ángel Moratinos, cuando actúan en pareja en el escenario de las grandes ocasiones exteriores, son a la política internacional algo equivalente a lo que Pompoff y Teddy fueron para el espectáculo circense. Algunos de sus números, como el de la «Alianza de Civilizaciones», pasarán a las antologías mundiales del despropósito. Sólo les falta para que la comparación de su trabajo con el de tan excelsos payasos cuadre plenamente que se les incorpore un Nabucodonosorcito y un Zampabollos. No les será difícil reclutarlo entre sus conmilitones más próximos y, siendo indiscutible para el papel la figura de José Blanco, habría que hacer un casting para bien completar el cuarteto.
Luego pasa lo que pasa. Ha bastado la presencia de Zapatero en Nueva York para que, en elocuente coincidencia, la policía del aeropuerto de la ciudad procediera a la detención de Ramón Calderón, presidente del Real Madrid, quien, aunque esgrimió ante los agentes del orden su condición de gran sacerdote blanco, tuvo que ser rescatado con la intervención de Alfredo Pérez Rubalcaba. No la de Moratinos, que estaba más cerca. Quizá pueda resultar frívolo para algún espíritu sensible y admirador de Zapatero -si ambas condiciones no resultan incompatibles- enfrentarse a la actualidad con el desahogo que hoy preside esta columnilla; pero, me gustaría dejarlo bien sentado, es la mejor manera que se me ocurre para, sin invitar a los españoles a una depresión colectiva, no dejar de valorar lo que nos pasa.
martes, septiembre 25, 2007
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