lunes 3 de septiembre de 2007
Rajoy se queda sin pasado Manuel Martín Ferrand
Les ocurre a los partidos históricos, y el PP lo es en virtud de la brevedad de nuestra reciente historia democrática, que, para bien y para mal, el pasado es parte significativa de su propia naturaleza. Un caso como el de José Luis Rodríguez Zapatero, gran zascandil, sin el respaldo y aplomo que le presta más de un siglo de historia del PSOE sería algo pirotécnico. Poco más de un cohete verbenero. Pero el pasado, incluso para quienes dicen no creer más que en el futuro, es algo significativo y, desde luego, determinante.
Este fin de semana, en Pontevedra, Mariano Rajoy inició su curso político. Volvió a decir, en un sermón a sus fieles, que ofrece “eficacia” frente a la “incompetencia” de Zapatero. Lo acostumbrado, pero con una singular nota diferencial. Manuel Fraga no asistió a su convocatoria. El veterano fundador del PP que hace unos pocos días nos recordaba a todos que “hay que preparar las sucesiones”, por las razones que fueren, no acudió a Castelo de Soutomaior y Rajoy se quedó sin pasado.
Contra lo que nos dicen las Coplas de Jorge Manrique, no es cierto que “cualquier tiempo pasado fue mejor”; pero también es verdad que, en todo aquello que tiene que ver con la inteligencia, el pasado es el único cimiento sólido para construir sobre él. Fraga, a quien por sus excesos formales resulta más sencillo alancear que reconocerle sus méritos, es la piedra angular de la mutación de la derecha para que la Transición tuviera sentido y desembocara en una Constitución que, aunque perfectible, nos ha permitido convivir estos últimos treinta años. La derecha según Adolfo Suárez y su UCD, algo mucho más estimulante y actual, demostró tener un recorrido corto y Fraga supo y quiso recoger sus restos, integrarlos en su proyecto político —entonces, AP— y, lo más importante, eliminar las tentaciones de una extrema derecha que flotaban en el aire como vapores procedentes del franquismo.
La ausencia de Fraga en el acto de Rajoy tiene su importancia. Le ha dejado al líder del PP con las manos libres; pero, sin pasado, se puede quedar en nada. Más todavía si, como parece, su pasado más próximo, el que encarna José María Aznar, le mira con desdén, como desengañado por el curso de los acontecimientos que generaron la designación testamentaria del gallego en perjuicio de Rodrigo Rato, el otro aspirante teórico a la titularidad del partido.
En ese marco resulta especialmente esperpéntico el gorigori que, con precipitación e irresponsabilidad, la coral que acompaña a Rajoy en su cumbre de la calle Génova de Madrid le está dedicando ya a quienes, como Alberto Ruiz-Gallardón, dicen querer ayudar al líder y son, aunque no lo digan, sus más posibles sucesores cuando toque el relevo.
Rajoy, a quien la aritmética le impide triunfar en la Cámara, se regocija con su camarilla. No será así como consiga llegar a la Moncloa. Esa socarronería displicente con la que trata de aliviar sus problemas y disimular su pereza está muy bien para los salones de la vida social; pero a estas alturas de la expectativa electoral resulta chusca.
Quienes gustan de buscar la precisión de las fechas en las grandes inflexiones de la Historia podrán anotar este arranque de curso, al concluir el verano del 2007, como el día en que Rajoy se quedó sin pasado y, en tan menesterosa situación, decidió agarrarse a la hipótesis del futuro como quien, desesperado en un naufragio, se abraza a un salvavidas que pierde aire y apenas flota.
lunes, septiembre 03, 2007
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