miércoles, septiembre 26, 2007

Enrique Badia, El peso de la abstencion

jueves 27 de septiembre de 2007
El peso de la abstención Enrique Badía

Seguramente es inevitable, pero a pocos meses de las elecciones generales los dos grandes partidos con opción de formar gobierno manifiestan al mismo tiempo un alto convencimiento de que van a obtener la victoria, aunque también evidencian no pocas dosis de nerviosismo… quizás porque el triunfalismo que aparentan se compadece poco con los datos que manejan de verdad.
La realidad es que comparten básicamente el mismo guión: denodados esfuerzos por descalificar al adversario, antes que trazar argumentos para convencer de lo propio. Más que presumir de eficiencia, la esencia consiste en tratar de demostrar que los otros lo harían, hacen o hicieron mucho peor.
No es un secreto que las encuestas más fiables revelan escasa distancia entre los partidarios de una y otra opción. Ni socialistas ni populares consiguen distanciarse de forma significativa y, en consecuencia, ambos padecen una suerte de desilusión causada por el exceso de confianza con que se han venido desenvolviendo, prácticamente desde el 14 de marzo del 2004, nada más terminado el recuento de la anterior cita electoral. Dicho en otras palabras: los socialistas creyeron que un poco de habilidad bastaría para propiciar el hundimiento de los populares durante la legislatura, en tanto que éstos se autoconvencieron de que la sociedad compartiría mayoritariamente la poco edificante opinión que evidencian del Ejecutivo actual y poco menos que aclamarían su retorno al poder. Pero no parece nada seguro que las cosas estén yendo por ahí.
Empieza en el mismo vértice: Rodríguez Zapatero y Rajoy distan de valorarse recíprocamente; más bien se menosprecian, sea en público o en privado, con el concurso del ejército de palmeros que, dentro y fuera de sus respectivos partidos, jalea cada subida de grado de semejante actitud.
Pero la realidad es tozuda y, como en años anteriores, los sondeos revelan que las inclinaciones de voto andan bastante a la par. Lo que vuelve a situar el punto decisivo en la abstención. Por decirlo claramente: quienes a un lado o a otro se queden en casa, sin acudir a depositar su voto en las urnas, pueden otorgar la victoria al partido al que nunca estarían dispuestos a votar.
De algo así se benefició el PSOE durante varias legislaturas, hasta los comicios de 1996. Y le tocó de forma muy clara al PP cuando obtuvo mayoría absoluta en el año 2000. Una cadencia que no desmiente la clara excepcionalidad de lo ocurrido en el 2004, cuando se considera probado que buen número de afiliados a la abstención en condiciones normales acudió a depositar su voto en contra de quien no se presentaba —el presidente Aznar— y dio la victoria —conviene recordar que estrecha— al Partido Socialista. Ocurrió, hay que tenerlo en cuenta, por una combinación tan trágica como los doscientos muertos y el millar de víctimas de la salvajada de los trenes de cercanías y el error político de apoyar exageradamente la invasión de Iraq. Dos hechos, principalmente el primero, que es deseable no se vuelvan a producir jamás.
La clave de las próximas elecciones es presumible, por tanto, que vuelva a estar en los porcentajes y procedencia de la abstención. De ahí que los esfuerzos vayan a dirigirse con alta probabilidad a movilizar el voto propio, con todo cuanto se ocurra y sea menester. La cuestión es ¿cómo y en base a qué?
Habrá que ver si las tácticas empleadas para estimular el voto que se presume adicto funcionan o si, por el contrario, desaniman a quienes se lo están pensando. No sería la primera vez.
ebadia@hotmail.com

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