martes, septiembre 04, 2007

Daniel Martin, El espiritu critico

martes 4 de septiembre de 2007
El espíritu crítico Daniel Martín

Después de leer, el pasado domingo, la entrevista que El País, boletín oficioso del Gobierno —si no, lean la edición de los viernes para saber qué va a aprobar el Consejo de Ministros—, hizo a José Luis Rodríguez Zapatero, estoy mucho más tranquilo. Parafraseando a su clónico antecesor, José María Aznar, se puede resumir la interviú diciendo que “España va bien”. Desde luego, ¡cómo somos! Todos quejándonos de los dislates y absurdos que cometen nuestros gobernantes, y tiene que venir nuestro Presidente a recordarnos lo buenos y guapos que son los integrantes de su Ejecutivo. Malos, lo que se dice malos, sólo los de la Oposición que, a lo suyo, juegan a oponerse entre ellos mientras presentan como gran candidato a un personaje que nunca hizo nada, dijo algunas pocas ironías sin fondo y, desde luego, trabaja muy poco.
A pesar de las muchas veces que ya le llevo oído, nunca me dejará de sorprender lo satisfecho que está Zapatero consigo mismo. Alucino en colores cada vez que retrata su gestión como si fuera un cuento de hadas. Que la ley de violencia de género fracase estrepitosamente, que no se apliquen las demás leyes creadas por su equipo, que se roben mapas en la Biblioteca Nacional, que se reforme la Constitución por la puerta de atrás en claro fraude de ley... todo eso no entra dentro de su discurso. ¿Acaso no lo ve o, simplemente, es que es incapaz de hacer la más ligera crítica a sus propias acciones? Como Aznar, Zapatero peca de soberbia. Y los que se sienten tan bien consigo mismos, dice Salvador Monsalud, no demuestran más que falta de luces.
Esta ineptitud para la autocrítica no es sólo cuestión de Zapatero. El resto de los políticos españoles también adolece del mismo problema. Y la sociedad, ensimismada en el consumismo que nos atrapa, coqueto, con sus “formas”, tampoco es que dedique mucho tiempo a la crítica y, cuando toca, acude, sin mucho entusiasmo pero obediente, a votar a esos políticos que han hecho de sus puestos eventuales un oficio de valores ignotos y dudosa eficacia. España entera parece conformarse con lo que tiene. Y, todo lo más, las quejas se dejan para el café o las copas, que hay que trabajar duro para pagar las hipotecas y aguantar a los hijos.
Las voces disonantes son bastante escasas. Hace unos años Ciutadans de Catalunya prometió mucho pero, en cuanto Boadella, Espada y demás figuras se bajaron del burro, la cosa perdió esplendor, firmeza y, sobre todo, limpieza. Ahora Rosa Díez, siempre valiente en su lenguaraz estilo, junto a Fernando Savater —que siempre quiso ser Dios en este universo tan cruel—, han creado un nuevo partido para pararle los pies a Zapatero. Por lo menos, son dos intentos diferentes de construir mejor España, de romper un tanto con este sistema lleno de lacras, la principal razón de que aún andemos tan lejos de Europa y el resto de Occidente. No somos una auténtica democracia. Más bien somos una democracia orgánica en poder de unos partidos que prefieren el poder al bienestar de la nación.
El problema que va a tener Rosa Díez, como antes Ciutadans, es que PP y PSOE, siendo los partidos mayoritarios, reciben del tesoro público más dinero que nadie. La principal fuente de financiación de los partidos políticos con representación en las asambleas estatales, autonómicas y municipales son las arcas del erario público. Todos, aunque no estemos de acuerdo con sus ideas (?) y sospechemos de sus intenciones, pagamos a estos partidos que, en competencia con los bancos, tienen los más bonitos y mejor cuidados locales en la mayoría de las ciudades y grandes pueblos de la geografía española. Competir descalzo y por la pista embarrada contra el que va en moto por asfalto es una empresa de titanes.
Aún así, hay que agradecer el valor de estas voces que claman en el desierto contra el sistema. Estamos tan atocinados en nuestro siglo XXI tecnológico y placentero que apenas prestamos importancia a la política. Así Zapatero puede decir que lo ha hecho todo bien sin que nadie se queje. Más bien porque nadie se detiene a escucharle. Si todos prestásemos atención a sus palabras, o a las de Rajoy, Blanco, Acebes, Zaplana, Carod, Ibarretxe, etc. nos daríamos cuenta de que estamos en manos de unos amorales que además aparentan saber bastante poco sobre cómo gestionar un país. Oscar Wilde decía que la política es el oficio de los que no tienen oficio. Hoy podría decirse que la política en España es la ocupación de aquellos que no serían aceptados en ningún otro oficio. La mayoría de nuestros políticos, aunque algunos hayan opositado e, incluso, alguno haya aprobado, nunca ejerció ninguno.
El gran problema actual de España, que se une a los viejos vicios de la envidia y la soberbia, es que no existe espíritu crítico. La gente, en su mayoría —perdiendo, según Voltaire, su condición humana—, pasa de política. Y nuestros políticos se sienten completamente satisfechos cada vez que se miran al espejo. Lo de Rosa Díez es un mosquito que apenas afectará al dinosaurio nacional, como Ciutadans apenas molestó al burro catalán. A veces da la impresión de que, como ciudadanos, huimos de cualquier dilema. El espíritu crítico requiere responsabilidad, y eso, en este mundo globalizado, es algo proscrito.
dmago2003@yahoo.es

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