jueves 6 de septiembre de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Dime cuándo, cuándo, cuándo
Una batalla ganada, perdida o empatada, una hambruna o epidemia, una curación. Todas las efemérides que celebramos tienen un origen histórico, nacen con el propósito de fijar en la memoria de la gente algo que sucedió hace tiempo y quedó mezclado con la leyenda. Lo fundamental en las celebraciones es el rito, en el que se participa sin esperar resultado alguno.
Pensemos por ejemplo en la ofrenda al Apóstol, que no presenta variaciones de un año para otro. Los asistentes se repiten, los discursos se esfuerzan, en vano, en no reiterar lo ya dicho tantas veces, y el acto se celebra sin esperar a que el Santo Patrón cumpla escrupulosamente las peticiones en el siguiente ejercicio. Se supone que hará lo que pueda, dentro de sus atribuciones en el Parlamento celestial.
Hay que empezar a hacer lo mismo con la ministra de Fomento, sacerdotisa de otro rito profano, en el que se adora al AVE. La vestal ferroviaria viene, se rodea de la misma procesión de autoridades y peregrina a los lugares santos ataviada con el casco reglamentario y chaleco fosforescente. Igual que al Apóstol, se le piden fechas concretas, plazos precisos, a lo que responde con el mismo hieratismo que Santiago.
Tras su marcha, son muchos los que se enojan con su falta de claridad, la misma que exhibiera en la anterior visita, y en la otra y en la otra, pero no es la ministra la que incumple su papel, sino los enojados. Aún no se han enterado los pobres de que han presenciado un acto religioso, donde lo importante es la fe.
Sería absurdo que los manifestantes nacionalistas del 25 de Xullo incluyeran en sus pancartas ataques al Apóstol, aduciendo su escaso compromiso con Galicia. Lo tiene, qué duda cabe, si bien es de tipo espiritual, no presupuestario. Nos protege de calamidades que nosotros ignoramos, pero no puede hacer que los Presupuestos del Estado español nos traten mejor porque eso corresponde a otro negociado terrenal.
La señora Álvarez tampoco puede, cercada como está por los compromisos del presidente, el rigor de Solbes y la presión catalana. Aquí sólo viene a cumplimentar una especie de ofrenda vacía que, con el paso de los años, quedará fijada en el calendario como las demás. ¿Y por qué se hace esto?, preguntarán los gallegos que queden allá por el 2.100. Se les dirá que hace mucho tiempo existía un objeto mítico llamado AVE, una especie de dolmen móvil que recibía la periódica adoración de los habitantes que entonces poblaban el país.
Lo que quizá hayan olvidado en ese momento del futuro, es que la sacerdotisa de ese culto y los oficiantes locales, pensaban que las visitas eran buenas para ganar votos. Se supone, en efecto, que si Touriño la trae y doña Magdalena Álvarez viene, es porque ambos creen que el acontecimiento deja encantados a los ciudadanos, a pesar de sus manifiestas vaguedades.
Es obvio que no es así. La ministra deja tras de sí una estela de decepciones y enfados que obligan a preguntarse para qué vino. Ella se va y son los que se quedan quienes se encargan después de restaurar los platos rotos. Se siente intocable, y lo es a la vista del fracaso de la catalanidad airada en su intento por deponerla.
Por ello la Xunta debiera optar por una de estas dos soluciones: o impedir que vuelva, o transformar su presencia en un rito más relacionado con una creencia que con una política. Hagan lo segundo, depuren algo más el ceremonial y cántenle al llegar, dime cuándo, cuándo, cuándo.
jueves, septiembre 06, 2007
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