lunes 3 de septiembre de 2007
La mamba negra, o la «cuatro pasos»
POR JORGE MORAGAS
POR muchas vueltas que uno le da al tablero de la política nacional buscando un punto de fuga que nos indique el camino de la concordia y el progreso común, siempre acabamos topándonos con una pluralidad asimétrica que lo complica todo y que a muchos desespera: los nacionalismos.
Pero no debemos exagerar y caer en el fatalismo, el nacionalismo no siempre es totalitario aunque sea cierto que en esa ideología anide una tendencia natural a totalizar el sentimiento político de algunos sobre un resto que tenemos el defecto de tener un sentimiento de pertenencia de perímetro más amplio y abierto. Somos, no exagero, millones los catalanes y vascos que sentimos a España como liquido sinovial de nuestro ser como ciudadanos en este siglo XXI. Es un sentido de pertenencia más civil que cultural, más racional que emocional que se explica al formar parte de un Estado democrático y de derecho fundamentado en unos valores y principios de los que se derivan unos derechos y libertades fundamentales muy concretos.
Nuestro problema es que nos habíamos creído lo de la Transición y la democracia, con sus principios y valores, a los que hoy no estamos dispuestos a renunciar y sobre los que no tenemos ningunas ganas de negociar. No somos fundamentalistas de nada, nos repele cualquier dogmatismo por principio, por educación o porque nos sale de las narices, pero en ningún sitio está escrito que nuestro apego al pensamiento crítico nos obliga a dilapidar un capital político heredado. A esas personas me dirijo porque a ellos pertenezco, yo no los he escogido ni ellos a mí; simplemente somos ciudadanos de la misma edad y del mismo país. Vamos, que por lo menos para la generación del baby boom que conoce algo la historia de su país, la Constitución del 78 es algo tan valioso como la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, pero 40 años más tarde y en clave ibérica, ahí es nada señorías y catedráticos progresistas de la memoria histórica.
Uno puede intentar con más o menos éxito ser muy liberal y muy abierto, pero llega una edad en la que hay que plantearse conservar algunos conceptos, aunque estos sean tan sobreentendidos y desatendidos como la libertad y el pluralismo político. Yo nunca me he considerado conservador y creo que me resistiré siempre a caer en ese elegante sofá ideológico del que uno tiene la sensación de que si se sienta ya no se vuelve a levantar, pero creo que lo que tampoco se puede ser es un niño mimado a los cuarenta y pico y pretender que nada de lo logrado por nuestros mayores valga la pena de ser conservado. En fin, que ser reformista no quiere decir que haya que reformarlo todo.
Ser demócrata no admite relativismos ni poses postmodernas que pongan en riesgo lo poco que, a fin de cuentas y a escala global, somos como simples seres humanos, es decir, ciudadanos libres. Y se pongan como se pongan nuestros semejantes nacionalistas, hoy esa libertad nos la da ser españoles y no sólo catalanes y vascos. Ser vasco o catalán puede ser un orgullo indescriptible, puede ser una forma de ser, un sentimiento colectivo o, si me apuran, incluso una forma libre de sufrir. Pero ser catalán o vasco sin ser español hoy no otorga ninguna garantía tangible de democracia, libertad, ni Estado de Derecho. La casuistica del terror y del recorte de libertades que se practica en algunas partes del territorio demuestra más bien lo contrario. Sin exagerar un ápice, y simplemente levantando el periscopio y oteando nuestro entorno europeo inmediato, con humildad y cierta vergüenza de nuevos ricos en lo político, todos deberíamos reconocer que en este país somos unos trogloditas de la democracia liberal. La Constitución se puede y se debe reformar, pero nunca ignorar, despreciar ni violar. Por mucha nación de naciones o discutido y discutible que sea el concepto de la nación española para el presidente Zapatero, nadie tiene derecho a cargarse los cimientos de la casa común sin plantearlo abierta y democráticamente.
Los socios de Zapatero valoran del presidente del Gobierno su capacidad para diluir las esencias de la nación liberal. Esos pocos que mandan tanto, aprecian en Zapatero su innato instinto de poder, que -famélico de proyecto de Estado- le ha empujado desde el principio a practicar el ocurrente ejercicio de la rendición preventiva interior y exterior como método para ejercer una suerte de legitimidad prorrogada a cualquier precio.
Nunca he pensado que ZP fuese un simple mono con una ballesta ni un tontorrón al mando de la nave común. ZP es un tipo listo al que no hay que minusvalorar, sino al que hay que abordar como se aborda a la peligrosa mamba negra, temible serpiente también conocida en África como la «cuatro pasos» por ser esa la escasa distancia que puede caminar su víctima antes de caer letalmente herido por su mordisco. Hay que olvidarse de las serpientes del verano y se hace necesario concentrarse en la única que desafía la pervivencia de nuestros principios y valores. Debemos marcar distancias con él y descubrirle como lo que es, sin temor a caer en la trampa de la crispación, el centrismo ortopédico o la moderación confundida con el silencio.
La mamba negra, y todo lo que representa, es poderoso pero tiene una profunda debilidad que se refleja en nuestra fortaleza: ella tiene veneno, pero carece de principios y valores. Nuestros valores son el único antídoto frente a la «cuatro pasos» y su defensa y promoción dibujan el único camino hacia la victoria.
lunes, septiembre 03, 2007
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