miercoles 25 de abril de 2007
Censuras y alcachofas
Por Carlos Semprún Maura
"Polanco es un empresario que tiene derecho a decir lo que le sale de las narices", me informaron por teléfono. Me puse tan nervioso que no recuerdo lo que respondí, seguro que nada interesante; pero ahora, bien tranquilo, escribo: "Claro que tiene ese derecho, pero yo también tengo el de opinar y escribir que lo que le sale de las narices es pura mierda".
Me imagino que todos los que escribimos en los papeles nos hemos topado, un día u otro, con un problema de censura, incluso después de que la censura previa desapareciera de nuestro país. En mi larga vida y experiencia he conocido dos tipos de periodistas; aunque sea algo esquemático, los definiré así: por un lado están los profesionales del periodismo que han elegido este oficio porque les divertía más que el de inspector de Hacienda, pongamos, y que aceptan censuras, o línea editorial, incluso cuando no están de acuerdo, como aceptan los horarios incluso cuando no les gustan; por el otro están aquellos que yo definiría como escritores que escriben artículos –como libros– porque tienen ideas y quieren expresarlas. Evidentemente, éstos tienen más a menudo problemas con la censura, y se enfurecen más que los primeros.
Recuerdo el ejemplo de Federico Jiménez Losantos: cuando le censuraron algún artículo, se fue, con su artículo, a otro periódico. Soy consciente de que, con su fama y talento, le es relativamente más fácil que a muchos periodistas más humildes ser intransigente en defensa de su libertad de expresión.
Tenemos otro ejemplo, más reciente. El País ha censurado un artículo a su más famoso columnista, Fernando Savater (Javier Pradera es "elegante", pero no tanto, y de Miguel Ángel Aguilar se burlan hasta los botones). Savater no tuvo la actitud digna de Federico –no es de extrañar–, pero tampoco se rajó del todo: colgó su artículo censurado en internet... y siguió colaborando en el caimán independiente de la mañana, mostrándose, eso sí, más manso que en su artículo censurado.
Yo, como todos, también he sido censurado, y voy a contar algún ejemplo, pero sin lágrimas, porque a fin de cuentas quien hace el ridículo es el censor, en un país, en principio, sin censura. Entre mis diversas censuras políticas, recuerdo particularmente una, allá por los años 1965 ó 1966, cuando aún era un "militante revolucionario" y estaba metido en la empresa de codirigir la revista y los grupos de Acción Comunista.
Algunos quisimos publicar la "Carta abierta al Partido Obrero Unificado Polaco" (comunista) de Karol Modzelewski y Jacek Kuron, texto muy crítico con el sistema burocrático polaco de entonces pero aún muy marxistoide. Pues se nos censuró, juzgando los censores el texto demasiado crítico con el "socialismo real", precisamente.
Dimití fulminantemente de todos mis "cargos" y "responsabilidades", y desde entonces no soy miembro de ningún partido, sindicato, grupo o peña. ¿No hay bien que por mal no venga? Diez años después, durante mis primeros pasos en el Grupo 16, no tuve serios problemas de censura, tal vez por estar protegido por Juan Tomás de Salas. Sólo recuerdo un incidente: cuando se presentó en Madrid, y a bombo y platillo, la versión sonorizada de El acorazado Potemkin, de S. M. Eisenstein, me mofé, en mi columna de cine de Diario 16, de la presencia de al menos 14 embajadores soviéticos, entre los que incluí a Santiago Carrillo y al jersey de Marcelino Camacho.
Pero también denuncié una falsificación histórica: aclaraba que los marineros rebeldes no eran bolcheviques, porque el hecho histórico ocurrió en 1905 y el partido socialdemócrata ruso aún no se había dividido entre bolcheviques (lo cual, en ruso, quiere decir mayoritarios) y mencheviques (minoritarios). Además, los marinos rebeldes eran, en su mayoría, anarquistas.
Al día siguiente, Román Orozco, que era el director de facto del periódico, publicó varios artículos en los que ponía por las nubes esa obra maestra y su genial mensaje revolucionario y humanista. No fue una crítica abierta, sino un intento de ningunear mi crónica.
En ABC, con Luis María Anson de director, no tuve el menor problema; al revés, siempre fue muy amable conmigo. El único incidente que recuerde fue con ABC Cultural: me censuraron un artículo porque me metía con ¡Rafael Conte! Cuando llegó Giménez-Alemán la censura fue total, y clásicamente hipócrita. Siguiendo el consejo de no sé quién, le escribí para darle la enhorabuena y preguntarle qué iba a ser de mi colaboración. Me respondió muy amablemente, animándome a seguir enviando mis "magníficos artículos". No me publicó ni uno. Se lo había prometido a Jesús Ceberio...
Todo el mundo sabe que la censura obedece a diversos motivos: el primero y más grave, proteger al poder; luego, proteger una política, un partido, un Gobierno; proteger a la izquierda, o a la derecha, o al Rey, o al presidente; o sea, sustituir la información por la propaganda, la libertad de expresión por el control burocrático.
También existe la censura comercial: no se puede criticar a tal o cual empresa porque paga fortunas en publicidad, o porque el socio mayoritario es cuñado de tal o cual presidente de Consejo de Administración. Y es frecuente la censura, "visceral" o "genética", del miedo: al escándalo, a enfadar a los poderosos, a las represalias, o al miedo a secas. Es ridículo, porque, si se mira bien, los periódicos que no se autocensuran son los que triunfan.
Podría contar mil y un casos de censuras más, tanto en Francia como en España, en todo tipo de medios, todos fanáticamente partidarios de la "libertad de expresión", pero me limitaré, por ahora, a contar mi último encuentro con la censura. Habiendo reanudado mis colaboraciones con La Razón, el pasado mes de febrero, me publican dos artículos... y el tercero me lo censuran.
Debo reconocer que fue una censura abierta y cortés, no como tantas veces ocurre, que no se publican los artículos enviados y nadie te explica por qué. No, en esta ocasión fueron ejemplares: me anunciaron de antemano que no iban a publicar mi artículo contra Polanco y El País (en el que decía lo mismo que ya he dicho aquí), y me propusieron escribir sobre otros temas, las elecciones franceses, por ejemplo. Me explicaron que Prisa es una empresa privada "que se juega su dinero todos los días" y sobre la que no tienen nada que decir, o algo así , con el detalle cómico de "las narices" de Polanco que he comentado al principio.
Cabe preguntarse si hablan en serio, si se creen de verdad que Prisa, Santillana, el Imperio Polanco, vaya, es una empresa privada como las otras, cuando se trata de una de las fuerzas políticas más importantes y nefastas de España.
Tendría, pues, en La Razón, libertad de expresión, con la salvedad de que me estaría prohibido tratar de ciertos temas: hoy Polanco, ¿mañana...? Yo a eso lo llamo "censura" y me voy. Lo lamento, pero soy demasiado ácrata para aceptar que nadie me diga cuáles son los temas que puedo comentar y de cuáles no puedo ni hablar, como si fuera un reo bajo fianza, a quien se informa de sus recortados derechos y de sus múltiples obligaciones. Yo escribo lo que me da la realísima gana y publico donde puedo; mira qué casualidad, en Libertad Digital, por ejemplo. No en vano se titula así.
martes, abril 24, 2007
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