jueves 26 de abril de 2007
¿Cui prodest esta locura?
Miguel Ángel Loma
A cualquier humano espectador mínimamente sensible le inquieta presenciar, aunque sea a través de la televisión, el espectáculo de la persecución a muerte de un animal inferior cuando es objetivo y presa de otro muy superior. La inquietud se transforma en repugnancia mezclada con compasión por la víctima, cuando el animal inferior carece de toda defensa ante el ataque del agresor y el lógico desenlace sólo puede tener un único final. Son los sentimientos que nos producen los reportajes de una de esas cíclicas matanzas de indefensas crías de focas al abrirse la veda sobre su caza, cuando los medios de comunicación centran sus focos de interés sobre ellas. Qué repulsivas nos resultan las imágenes de esas pobres crías tan blancas, tan inocentes, tan vulnerables, que parecen gritar clemencia desde el silencio de sus inmensos ojos. Aumenta aún más la repulsa cuando observamos que el humano cazador, para asegurarse mejor la pieza, aísla a las crías de sus madres, impidiendo que el natural instinto materno pueda dificultar de algún modo la masacre. Cada año en España unas noventa mil criaturas padecen ese mismo destino, pero a éstas, ni las queremos ver, ni hay focos que centren su atención sobre ellas para sensibilizar nuestras conciencias. La imagen de estas desgraciadas criaturas constituyen hoy la imagen más proscrita en esos mismos medios de comunicación que, sin embargo, son capaces de mostrarnos cualquier otra cosa por muy repugnante que resulte. Y como ojos que no ven, corazón que no siente, nos han acostumbrado a soslayar esta sangrienta cacería que ha convertido a nuestro país en la capital abortista de Europa. Bajo la engañosa denominación de «interrupción voluntaria del embarazo», han transformado un repugnante acto de muerte sobre el ser más indefenso de la naturaleza, más aún que las crías de focas, en un nuevo derecho de nuestra cultura, marchamo de progresismo y garantía de modernidad. Pero una cultura que transforma en derecho una aberración tan repugnante como la industria del aborto, es una cultura suicida; un progreso que alienta y propaga el exterminio de inocentes, es progreso hacia la muerte; y una modernidad que establece como uno de sus fundamentos la normalización de un genocidio, es la modernidad del crimen institucionalizado. No tenemos derecho a estremecernos por las imágenes de las matanzas de las pobres crías de focas mientras sigamos ignorando o justificando la diaria cacería de seres humanos en el vientre de sus madres. ¿A qué poderosos intereses beneficia este lucrativo negocio de muerte, capaz de anestesiar las conciencias de miles de madres, haciéndolas colaboradoras en la matanza de sus hijos? ¿A qué poderosos intereses aprovecha esta criminal industria, capaz de sustraernos unas imágenes cuya exhibición provocaría un rechazo universal?
miércoles, abril 25, 2007
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