miércoles, abril 18, 2007

Jose Luis Restan, Hermano Joseph

jueves 19 de abril de 2007
EL JESÚS DE NAZARET DE BENEDICTO XVI
Hermano Joseph
Por José Luis Restán
Hace ahora veintiocho años tomaba yo conciencia de lo que significa existencialmente pertenecer a la comunidad cristiana. Y lo hacía en una parroquia (la de San Jorge, en Madrid) en la que se manejaban alimentos tan consistentes para la formación como Meditación sobre la Iglesia de Henri de Lubac, la Antropología teológica de Flick-Alszegui, y la Introducción al cristianismo de Joseph Ratzinger. Fue mi primer contacto con el teólogo bávaro que llegaría muchos años más tarde a la Sede de Pedro, y recuerdo que quedé deslumbrado.
Lo he recordado vivamente al leer un comentario del cardenal de Viena, Christoph Schönborn, en la presentación del Jesús de Nazaret de Joseph Ratzinger – Benedicto XVI. Recuerda el purpurado austriaco el entusiasmo que produjo entre los lectores aquella magna obra, gracias a la inconfundible compenetración de fe, razón y apertura existencial, que después se ha convertido en un sello de identidad de toda la obra ratzingeriana. Y Schönborn, que fue discípulo del profesor Ratzinger, además de su amigo y hermano en el episcopado, reconoce que puede parecer trágico que un teólogo de semejante calibre, sin duda uno de los más importantes de los últimos decenios, haya recibido tan temprano (apenas tenía 50 años) el ministerio episcopal, que de uno u otro modo podía "trabar" y "condicionar" el desarrollo de su creatividad teológica.
Inmediatamente Schönborn sale al paso de su propia duda expresada en voz alta, para explicar de qué modo el servicio pastoral ha contribuido a conferir amplitud de horizontes y espesor vital al trabajo teológico nunca interrumpido de Joseph Ratzinger. Así que lo que pudo verse como una tragedia intelectual, se manifiesta ahora como un camino providencial, precisamente en la fecha en que el cardenal-profesor se ha calzado las sandalias del pescador y contempla sus ochenta años de vida bajo el signo de la misericordia de Dios, de ese Dios que él ha conocido gracias al rostro humano de Jesús, que la Iglesia no ha dejado de reflejar durante veinte siglos.
En el prólogo de su Jesús de Nazaret, el cristiano Ratzinger, nuestro hermano Joseph, nos invita a compartir su camino personal en busca del rostro del Señor, su propia historia de amistad con el Jesús que, una vez resucitado, ya no muere más, y cumple su promesa de estar con los suyos hasta el final de los tiempos. Se ha repetido hasta la saciedad que con este libro el autor no ha pretendido de ningún modo realizar un acto magisterial, y es verdad. Pero sucede que el hombre que nos hace partícipes de su aventura en esas páginas es precisamente el sucesor de aquel a quien Jesús preguntó, tras la traición: "Simón, ¿me amas?". Y nadie me negará que eso convierte su libro en algo extraordinario.
Algunos han evocado en estos días la figura de los grandes padres de la primera Iglesia, para explicar la fisonomía de Benedicto XVI. ¿Acaso la imagen puede resultar exagerada? Lo he pensado fríamente y creo que no. Como ellos, reúne en su persona el oficio del teólogo y el ministerio del pastor, como ellos es consciente de la encrucijada dramática del tiempo que le ha tocado vivir, como ellos, en fin, está excepcionalmente dotado para el diálogo a campo abierto. Si algo faltaba, este libro ha terminado de desvelarlo: estamos ante un hombre profundamente apasionado por Cristo, que está ante su Señor con toda la potencia de la razón y con todo el deseo del corazón humanos.

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