domingo, abril 22, 2007

Felix Arbolí, La dictadura de las costumbres

lunes 23 de abril de 2007
LA DICTADURA DE LAS COSTUMBRES
Félix Arbolí

L AS costumbres debido al uso frecuente que hacemos de ellas y a la escasa atención que le dedicamos en sus inicios a las posibles consecuencias, llegan a adquirir un fuerte arraigo en nuestro comportamiento y actividad por el que adquieren fuerza de precepto contra toda lógica y razón. No nos percatamos de sus efectos, cuando aún podemos prescindir de ellas, y sin darnos cuenta van invadiendo nuestro subconsciente en el día a día, hasta convertirse en una irresistible adicción muy difícil de eliminar. Hay bastante confusión entre costumbre y manía ya que las usamos con frecuencia indistintamente para calificar un hecho o práctica generalizada y fuera de lo habitual, aunque según las definiciones del diccionario ofrezcan diferentes matices. Las hay extravagantes y ridículas, como esos gestos que en mis años andaluces llamábamos morisquetas o esos extraños y compulsivos movimientos de alguna parte del cuerpo que martirizan sin solución al que los protagoniza y altera los nervios del que los contempla. Son imparables y grotescos y ruego me disculpen este calificativo. Conozco a una señora que saca la lengua y se la muerde de forma instintiva, por cuya extraña circunstancia la tiene excesivamente larga y gruesa, ocasionándole un verdadero esfuerzo mantenerla en su posición normal y debidamente recogida. Otro vecino del barrio mueve su cabeza a pequeños intervalos e intenta girarla al estilo de la niña del “exorcista”, aunque no llegue a igualarla, afortunadamente para él. Mientras realiza este giro de mollera, alza los hombros y cierra los ojos. Un auténtico y nada grato espectáculo muy difícil de contemplar indiferente. Los hay que tamborilean con los dedos continuamente o los que mueven una pierna en un constante y frenético tembleque. Solo expongo una pequeña muestra de aquellas que no deberían haberse adquirido nunca. Existen también las que no llegan a ser tan escandalosas y propicias a la risa o la compasión del que las contempla, según su educación y sensibilidad. Ya lo afirma el aserto popular “El hombre es un animal de costumbres” y el otro que pronostica que “las costumbres se hacen leyes”.. Una de las más extendidas y no tan chocante y perjudicial, aunque esto último habría que ponerlo en duda a veces, es la compra y no siempre lectura de la prensa diaria. Se realiza como una obligación más de nuestro cotidiano quehacer. Desde mi época de estudiante y aspirante a Romeo, allá por los años de “Maricastañas”, que por cierto ignoro quién era esta señora y sus méritos para figurar como referente del paso del tiempo, soy lector cotidiano de la prensa aunque entre la de aquella época y la actual exista una diferencia abismal y no precisamente en su estilo literario con sus inevitables innovaciones, sino en sus “contenidos” de entonces y sus explicitudes de hoy. La lectura del periódico ha sido siempre una de mis primeras misiones a realizar cada jornada. Posterior, por supuesto, al afeitado, la ducha y el cepillado de dientes y actualmente a la ingestión de las cuatro pastillas mañaneras que junto a las de la tarde y noche y las consiguientes inhalaciones, por prescripción facultativa, intentan mantenerme en forma. Yo le llamaría “apuntalar mi esqueleto” o usando términos más coloquiales y modernos “conservar mi body”. Pero la verdad y no es broma, yo me encuentro que “estoy hecho un mulo”, como decía Tony Leblanc en sus tiempos de esplendor, a pesar de que tenga más remiendos que un burro gitanero. En las casas viejas todos son goteras, que gracias al Divino Fontanero se pueden ir reparando. Suelo leer el diario mientras saboreo tranquilamente el café con leche y las dos cucharaditas sobradas de azúcar, porque amarguras bastante da la vida, que me sirve de desayuno. No soy capaz de ingerir ninguna clase de alimentos en esta primera “comida” del día, a pesar de que digan que es la más importante porque necesitamos llenar el depósito de calorías para iniciar animosos y con fuerzas la jornada. Considero que de lo que estoy sobrado precisamente es de las calorías y calores propios de la ociosidad y la edad respectivamente. Me aburre soberanamente comprobar que las noticias cambian poco de una fecha a otra. Siempre son los mismos temas y se repiten los protagonistas. Lo que varía a veces es el número de accidentados, mujeres maltratadas y asesinadas y los que vuelan al paraíso de Alá gracias a la bomba de un descerebrado suicida, que cree ganarse el premio celestial por su aberrante acción y con mayores méritos que los inocentes a los que se ha llevado por delante. Pero éstas son noticias que ya no calan tan hondo, debido a su dolorosa y constante repetición. Entre los muertos por los accidentes de tráfico y por los atentados terroristas de esos asesinos de mala ralea que andan sueltos por todas partes, y los anuncios de ventas de pisos y de esas “preciosidades” que ofrecen y venden sus encantos, llenan medio periódico. Parte de la otra mitad, la dedican a esa historia interminable del juicio del “11 M” y el desfile de extraños y ambiguos personajes ofreciendo sus versiones sobre el hecho, que según los cronistas especializados y el cariz del diario donde informan “cuentan la verdad o mienten descaradamente”. Otra buena proporción, se dedica al deporte, el “panem et circus” de los antiguos romanos en versión moderna y al cotilleo rosa que está obteniendo cada día mayor parcela en los espacios informativos. Aunque lo de rosa no se de donde le viene, ya que les pega mejor el verde o un rojo intenso. Puede que se refiera al color de la lencería tan ampliamente exhibida de nuestras famosas del contoneo y la provocación. No pueden faltar las referidas a los amoríos y poses de la Obregón, las distintas fases del carácter de Belén Esteban, la operación “malaya” y sus bien forrados protagonistas y los devaneos amorosos del popular “Pipi”, que nada tiene que ver con la orina de los bebés. Cuando por algún motivo o circunstancia no puedo adquirir el diario me siento como extraño y descolocado de la realidad. Ausente del mundo donde me gusta saberme plenamente integrado. Una de las secciones que suelo leer es la que nos informa de los fallecidos. No existe morbo, solo la idea de comprobar si entre ellos hay algún nombre conocido. He podido advertir que son muchos los que aparecen y más aún los que no figuran y en cierto aspecto me consuela comprobar que ellos están peor que yo, a pesar de que hayan podido llegar al paraíso prometido. Por cierto esto de las esquelas y necrológicas, yo las llamo aunque pueda resultar irrespetuoso “galería de las vanidades”, es un temario curioso y sorprendente a veces. Su lectura se refiere siempre a una serie de alabanzas póstumas que ya no les sirven e interesan al que van dirigidas y que son las únicas que se mencionan en su biografía. Visto lo cual, parece que sólo se mueren los buenos, lo contrario que en las películas de gansters y del wéstern americanas, donde los que siempre la “palmaban” eran los colegas de Al Capone y de Jerónimo. No me extraña que apenas queden ejemplares de éstos últimos, a pesar de ser los primitivos pobladores de esa extensa tierra. Recuerdo que cuando de pequeño asistía a las sesiones domingueras de cine, me quedaba perplejo y un tanto escamado al comprobar como la caballería americana con sus “winchesters” de última hornada, eliminaban a los indios como el “Fogo” a los insectos y a pesar de que caían como las chinches en un sollado de marinería, (me refiero a mis tiempos de “mili”), reaparecían desde todos los ángulos como si al igual que el ave fénix resurgieran de sus cenizas. Nunca se agotaban los fuertes alaridos y el loco cabalgar de estos pintarrajeados y emplumados pieles rojas que cortaban cabelleras como si estuvieran mondando naranjas valencianas. Si leemos las esquelas nos encontramos de todo. Los que la encabezan con una cruz, las que omiten éste símbolo como señal inequívoca de que no pertenecen a nuestro rebaño y los que aparte de apabullarnos con carreras, condecoraciones, títulos nobiliarios y toda esa parafernalia que ya no cuenta para nada, ni le servirá al difunto para hacerle más confortable su tránsito, añaden lo de la “Bendición Apostólica de S.S.”, o la aclaración, no menos singular de que su muerte se produjo “bajo el manto de la Virgen del Pilar”. ¡Qué manera más sencilla de garantizarse el cielo!. La Bendición Papal es asunto fácil de conseguir. Yo tengo una en apergaminado diploma del Pontificado de Juan Pablo II, extensiva a toda mi familia. Solo tuve que aprovechar mi viaje a Italia y la visita a Roma y al Vaticano para encargar y abonar (unas cuatrocientas pesetas de los años noventa) en un comercio especializado del recinto vaticano una “bendición pontificia”. Aparte del dinero y los apellidos familiares, solo tuve que dar el nombre de un sacerdote de mi nacionalidad que nos conociera y pudiera atestiguar mi fe católica. A los pocos días y por correo la tenía en casa. Ya pueden colocar en mi esquela, si tienen el mal gusto de publicarla mis familiares, con “la Bendición de Su Santidad”, aunque el Santo Padre que me la otorgó sea el que esté más necesitado de bendiciones al precederme en ese ignoto viaje donde no valen ninguna clase de componendas, recomendaciones, títulos y méritos personales. No hay muerte de cierta relevancia que no tenga su correspondiente esquela, con toda la retahíla de distinciones. “Vanitas vanitatis et omnia vanitas”. En algunas figuran asimismo unos improvisados versos, más o menos inspirados, con los que sus familiares, llamados “deudos”, intentan demostrar la profundidad de su dolor y la sinceridad de sus sentimientos, a veces de cara a la galería. (No sé el motivo del por qué los que se quedan tienen que ser deudores del difunto, si a lo peor es todo lo contrario). Otros intercalan una improvisada oración y los hay que resaltan alguna cualidad o ingenio del desaparecido familiar y hasta los que intercalan una breve e íntima charla que, lógicamente, no tiene respuestas. Aparte de mi interés por estas páginas y los detalles curiosos y sorpresivos que presentan, leo algunas columnas de profesionales serios y de prestigio, pero solo los que informan y comentan con imparcialidad. Paso de cotilleos de advenedizos y partidistas. Suelo recorrer los distintos titulares, pero solo me detengo en los que presumo pueden tratar un asunto de mi interés. Hay páginas, aparte de las de anuncios, que las paso de golpe ya que siempre hablan de los mismos perros, aunque a veces cambien el color de su collar. Hablando de perros, recuerdo que en mis tiempos de la Escuela Oficial de Periodismo, nos hacían distinguir lo que realmente era una noticia y lo que no tenía interés publicable. Decían que era normal y no noticiable que un perro mordiera a un niño. Un desgraciado pero lógico incidente, tratándose de un animal que tiene su defensa en la boca, salvo que el resultado de sus dentelladas fuera de extrema gravedad. Sin embargo, la noticia podía estar en que el niño mordiera al perro. Y aquí está el quid de la cuestión, porque Marta, mi nietecita que aún no ha llegado a los dos años de vida, me ha hecho recordar este periodo de estudios al usar sus pequeños dientes contra sus compañeros de guardería cuando éstos la provocan o intentan quitarle alguno de sus peluches. Entre los infantiles cabezones no valen las reglas ni los modales, aunque los padres pacientemente intenten educarlos y corregirles en sus errores. “Martita”, ha debido salir algo “vampirita”, en el modo de hacer respetar sus derechos y propiedades, ya que estando en casa hizo huir por patas a Camila, nuestro chihuhua, al enseñarle asimismo su incipiente dentadura cuando la perrilla quiso arrebatarle la galleta de su mano. Cambiaron los papeles. Y eso que se trata de un animal, que como todos los pequeñajos, suele tener muy mala leche y poco aguante, pero en esta ocasión huyó despavorida. Resumiendo, el asunto de la prensa no solo produce en algunas ocasiones estrés y ganas de emprenderla a patadas con más de uno, sino que nos proporciona momentos de curiosidad, cultura, reflexiones y hasta sonrisas y lágrimas, como la famosa película sobre la familia Trapp, protagonizada por Julie Andrews y Christopher Plummer, de inolvidable recuerdo, basada en un hecho real. Y todo este batiburrillo de diferentes sensaciones, nos hace caer en una adicción muy difícil de superar, aunque nos manche las manos de tinta y la mente de problemas y resquemores. , . Otro hábito realmente difícil de eliminar es el de fumar, sin querer adentrarme en el intrincado y penoso mundo de las drogas, aún más fuerte y enormemente pernicioso. Desde que dejé el placentero vicio del tabaco, al que a veces echo de menos y han pasado diecisiete años de no acercarme el pitillo a la boca, aunque no pueda asegurar que sin tragarme el humo alquitranado de los fumadores que me rodean, soy propenso a engordar. Por prescripción facultativa, que conste, controlo mi peso diariamente en una báscula de baño que me regalaron mis hijos A ellos debo la mayoría de los caprichos que me rodean e ilusionan. Contemplo los gramos de más o de menos, casi con la misma impaciencia que la embarazada cuenta los días que le quedan para el feliz alumbramiento y desaparición de su pesado bombo. Aún debo adelgazar algo más de un kilo para quedarme en los setenta y cinco kilos que me he trazado como límite. Es una lucha diaria entre el deseo de saborear el apetitoso bocadillo de la merienda, que ha sido siempre una de mis debilidades y la fuerza de voluntad aguafiestas que me recuerda a la báscula y me obliga a su renuncia y al ayuno. El día que amordazo las voces internas que me transmiten el decidido propósito de perder peso y caigo en la trampa del perrito, queso, jamón o cualquiera otra tentadora oferta, la odiosa báscula se chivatea y me lo echa en cara con la inclinación de su aguja a la derecha. Consecuencia de su mala leche es tener que esmerarme para compensar la subida de gramos a base de disminuir ese día la entrada de alimentos. El vicio del tabaco que ya tengo superado después de tantos años, a pesar de los tres paquetes diarios que se esfumaban en el aire y mis pulmones, hay veces que me tienta y de forma involuntaria cuando me hallo atascado en alguna frase, entretenido en una buena lectura o gozando de una buena película en la “tele” alargo mi mano instintivamente hacia uno de los ceniceros que hay en casa por mi mujer, pretendiendo alcanzar ese alargado pitillo que tanto me ayudó en los momentos de grata ociosidad, impaciente espera, dolorosos sentimientos y enrevesadas cavilaciones a los que somos tan propicios los humanos. Comprendo y estoy convencido que su consumo es perjudicial y no porque me lo diga la ministra de sanidad con su drástica y contraproducente dictadura antitabaco, sino porque lo he notado en mi organismo. No obstante, soy consciente del enorme sacrificio que supone su renuncia y la tremenda voluntad que se necesita para que ese vicio deje de espolearnos y nos haga olvidar por completo tan relajante placer, digan lo que digan. Siempre he tenido como lema y he intentado que ningún vicio o manía pueda dominarme. He querido infundirme en todo momento la certeza de que la voluntad debe tener mucha más fuerza que el hábito adquirido. He sido una persona tremendamente caprichosa y propensa a adoptar costumbres y expresiones de forma habitual. He tenido todos los vicios del hombre, a excepción del que se escondía en el armario, (hoy están quedando vacíos estos refugios), ya que era muy superior mi interés y mi pasión por la mujer que descubrir la experiencia de como se dice vulgarmente, “montar en globo”. Con esfuerzos más o menos difíciles he ido desligándome de esas ataduras absurdas que embargan nuestra vida con una serie de banalidades de las que se pueden y se deben prescindir. No soy un asceta, ni lo he pretendido jamás, pero he dejado el tabaco, las acostumbradas copas de “103” jugadas a los chinos, tras las comidas en el ministerio durante mi etapa laboral, los “cubatas” en las tardes de paseo y todo cuanto comprendía que pudiera estar a punto de dominarme. No soy jugador, ni sufro de supersticiones sean de la índole que sean, odio la obligada y necia rutina que priva de alicientes y sentido a la vida, al renegar de esos pecadillos que le proporcionan cierto sabor y picaresca, y soy un desastre intentado evitar los errores que a diario se nos presentan. A veces me canso de luchar contra gigantes, que en mi caso no son molinos de viento sino problemas reales, pero procuro vivir al margen de necias ligaduras que solo puedan amargarme y perjudicarme. Soy extremadamente sensible y un eterno enamorado de la mujer, aunque a esta última cualidad o defecto, según quien la juzgue, solo ha podido vencerla el peso de los años que solo me permite amarla sin el ardor y el vigor de un ayer irrepetible. No obstante, mis ojos siguen siendo jóvenes y admirando a la mujer como la obra más bella y perfecta de la Creación, a pesar de que ya no sienta la necesidad y ansiedad de dar salida a mis instintos pasionales. El de ahora es un amor platónico y romántico, de plena admiración, que aparte de sus carencias sexuales frecuentes, y bien que lo lamento, tiene una gran solidez y ofrece insospechadas e inigualables sensaciones. Ahora domina el corazón sobre las entrepiernas pero se echa de menos esa práctica que tan felices e inolvidables momentos nos ha proporcionado y que jamás volveremos a sentir. Ley de vida, en la que esta vez es la costumbre la que nos ha abandonado.

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