martes 24 de abril de 2007
Esbozo para un cuento retro
En cierta ocasión se había tropezado con esta cita de Coleridge: «Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces qué?». Leyendo a Borges, supo también de un hombre a quien guiaba un proyecto mágico: se trataba de soñar a otro hombre, de soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad; insensatamente, se propuso imitar al personaje borgiano. Al protagonista de nuestro cuento lo imaginamos idealista y misántropo (tal vez el idealismo sea el desaguadero natural de su misantropía), de una timidez que a veces combate con súbitos raptos de osadía. Una noche cualquiera sueña con una mujer que no existe; no es exactamente una mujer inventada, sino la síntesis de muchas mujeres o fantasmas femeninos que pueblan su universo estético: en ella confluyen la belle dame sans merci de Keats y las Tres Gracias que Botticelli pintó en La primavera, las actrices veneradas (Marlene Dietrich y Carole Lombard, Hedy Lamarr y Audrey Hepburn, en una mezcla acaso imposible) y las bellas enemigas de las canciones trovadorescas, también la Ofelia ahogada de Millais y la Dama del Lago que sedujo a Merlín, según la imaginó Burne-Jones. La mujer soñada por nuestro protagonista viene de la noche, pero trae consigo la primavera; está hecha de luz, antes que de carne, aunque en sus sueños no queda excluida del todo la voluptuosidad, pero es una dulce y blanca voluptuosidad. Nuestro protagonista sueña una y otra vez con esta mujer, hasta fijar sus rasgos con nitidez; sueña su cabello rubio y sus ojos verdes y sus dientes muy delicada y graciosamente montados unos encima de otros; sueña tantas veces con ella que consigue soñarla cuantas veces desea, le basta entregarse al sueño para saber que ella saldrá a su encuentro, siempre puntual a la cita. Es tan placentero ese sueño mil veces repetido que nuestro protagonista trata de prolongarlo en la duermevela, trata de abrazarse a él para arrastrarlo a la vigilia, para traerlo a la realidad física, como la flor de Coleridge. Pero cuando abre los ojos la mujer soñada se ha esfumado, indefectiblemente. Aun así, el protagonista de nuestro relato no desiste en su quimérico empeño de modelar la materia incoherente de los sueños; piensa con fruición, casi con ensañamiento en esa mujer improbable, piensa en ella hasta que le duelen las meninges. Y un día se produce el milagro: nuestro hombre ha asistido por compromiso a una reunión social, en la que intercambia cansinas cortesías con invitados que nada le interesan, invitados que interfieren en su pensamiento monográfico; de vez en cuando consulta el reloj, para computar los minutos que le restan antes de volver a casa, antes de cerrar los párpados. Entonces la ve aparecer: es la mujer soñada hasta la extenuación, la mujer que funde en sus rasgos los fantasmas femeninos que pueblan su universo estético. Va vestida de negro, con un vestido que le dejaría los hombros desnudos si no lo cubriese una esclavina también negra, cerrada con un broche que representa una mariposa; y sostiene un bolso baguette igualmente negro, bordado de motivos florales. Viene de la noche, pero trae consigo la primavera. Nuestro protagonista recuerda entonces las palabras de Dante, ante la visión de Beatriz: Incipit Vita Nuova. Como Dante, siente que el Amor es dueño de su alma, siente que el espíritu de la vida, que habita en la secretísima cámara del corazón, comienza a latir fuertemente. Y, como Dante, susurra tembloroso estas palabras: «He aquí un dios más fuerte que yo, que viene a dominarme». Más osado sin embargo que Dante, nuestro protagonista asalta a la mujer soñada y conversa con ella; ya ha dejado de consultar las manecillas del reloj, ya el tiempo ha quedado abolido. Hablan atolondradamente de cosas intrascendentes, como dos invitados que apenas se conocen; y cuando nuestro protagonista se dispone a solicitarle su número de teléfono, la mujer soñada le pide disculpas, requerida desde el otro lado de la sala. Nuestro protagonista la ve perderse entre el gentío, llevándose consigo la primavera. De vuelta a casa, todavía tembloroso tras la visión, trata de reencontrarse en sueños con la mujer que ha logrado hacer real por unos minutos. Pero la mujer soñada ya nunca vuelve a aparecerse. Y nuestro protagonista aprende que quienes se atreven a arrancar la flor del Paraíso ya nunca vuelven a aspirar su perfume; nuestro protagonista aprende que los sueños que se cumplen son los que traen consigo la más cruel condena, la noche perpetua y sin fisuras.
lunes, abril 23, 2007
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