viernes 20 de abril de 2007
Juventud a la deriva, heredera de nuestros errores
Félix Arbolí
M E preocupa, y mucho, la desorientación y la indiferencia de gran parte de la juventud actual hacia todo cuanto significa algo importante, yo diría fundamental en la vida. Viven felices la libertad que les permite dar rienda suelta a sus impulsos, sin detenerse a sopesar los inconvenientes o beneficios de sus determinaciones y actitudes, aunque existan las inevitables y lógicas excepciones. En cierto aspecto, considerando como fue nuestro pasado y presagiando como puede llegar a ser el futuro, hacen bien. Que aprovechen todo el tiempo que puedan estos aires de libertad, antes de que venga “Paco con las rebajas” o un hijo de padre desconocido de los que tanto abundan en la política, con sus engañosas promesas a fastidiarles y privarles de la autodeterminación y el placer. No obstante, pienso que a pesar de todas sus ventajas y libertades nuestros jóvenes se hallan bastante despistados y faltos de un objetivo serio e importante en el que depositar sus esperanzas y enfocar sus actitudes. La culpa, evidentemente, es nuestra. Solo nuestra. Como padre, me incluyo en esta rotunda afirmación. Hemos sido excesivamente permisivos, tolerantes y respetuosos con su libertad desde cuando eran “masa” fácilmente moldeable y más necesitaban de nuestra vigilancia, cuidado y consejo. Les hemos consentido con exceso, recordando nuestras pasadas carencias y le hemos dado toda clase de facilidades para elegir modelos y creencias, al sentirnos saturados de la contundencia con la que nuestros progenitores nos los inculcaron sin darnos opción a pensar y considerar lo que realmente deseábamos. Un tremendo error de nuestros padres, a pesar de la buena fe que les guiaba, que solo consiguieron que renunciáramos o miráramos con prevención todo cuando nos habían imbuido a través de esa desafortunada radicalización y el que hayamos rechazado usar idénticos métodos en la educación y formación de nuestros hijos. Posiblemente hayamos equivocado nuestro modelo educacional seguido, pues según el aserto popular “la virtud está en el término medio” y no hemos sabido mantener la equidistancia entre el círculo herméticamente cerrado en la que nos tuvieron nuestros padres y la ausencia de limitaciones en la que nosotros, con nuestra mejor intención, hemos educado a nuestros hijos. Le hemos dado tanta magna ancha, que nos hemos quedado sin lana para completar la labor. No he conocido una juventud más machacada, marcada y traumatizada que la que malvivimos nuestra generación por una serie de de nefastos acontecimientos que se unieron formando una pesada lápida que nos mantuvo enterrados en vida. Tras los abusos de un capitalismo dominante que marcó una diferenciación excesiva e indignante y generó un odio latente interclasista, siguieron los horrores de un Frente Popular, revanchista y sanguinario que se desató con demoledora fuerza, hábilmente espoleados por los “listos” y oportunistas de siempre, con su tremenda carga de rencores, ensañamientos y atroces asesinatos bajo apariencias de ejecuciones sumarísimas e injustificadas, que algunos insensatos y mal nacidos quieren repetir, aunque no se den las mismas circunstancias. Consecuencias de este convulso periodo fue el trágico estallido de una cruenta y despiadada guerra civil que llenó de cadáveres los campos y caminos de toda España , sembrando el odio y afán de revancha en el corazón de una generación que no quiere privarse, a pesar del tiempo transcurrido, del incomprensible placer de la venganza, transmitiendo estos nefastos sentimientos a sus descendientes, de una y otra parcela. Los que aún no han escarmentado del horror de una guerra fratricida y se empeñan en avivar rencores y soliviantar los ánimos deseosos de repetir tan terrible hecatombe. Pero este resentimiento y ello es lo terrible se está generalizando a marchas forzadas, sin que se puedan hablar de excepciones entre bandos y personas. Es como un veneno que se hallaba oculto en el interior de nuestras conciencias y que con los aires de libertad dominantes intentamos inocular a diestro y a siniestro, impregnando, y eso es lo triste, de forma alarmante a la confiada y exaltada juventud que sin haber protagonizado esos episodios del horror, se siente motivada y radicalizada por unos sucesos que debieran figurar como simple y desafortunada referencia en los anales de nuestra Historia. Soplan vendavales, que presagian tormentas cada vez más cercanas, por los confines y rincones de una patria soliviantada donde los avispados comecocos de políticos vergonzantes, aprovechan la generosa entrega de nuestra juventud a las causas que creen acertadas y su abnegación sin límites para alcanzar los objetivos que se les trazan, aún a costa de sus propias vidas, para conseguir sus mezquinos fines. Y encuentran amplia facilidad para conseguir la legión de alucinados que necesitan para consumar ese propósito en el que la falacia y el egoísmo han sido hábilmente camuflados bajo un falso patriotismo. Si leemos detenidamente distintas época de la Historia, descubriremos que es la juventud la que ha pagado “el pato” en toda hazaña o aventura bélica emprendida por los que desde sus cómodos sillones rigen los destinos del mundo. Pocos generales y altos mandos políticos mueren en el frente, luchando por esa causa que ellos proclaman digna y merecedora de los más nobles y costosos sacrificios. La mayoría vive en su dorado exilio añorando el perdido sillón de los prodigios y esperando la ocasión de volverlo a ocupar. Es la juventud la que deja mayormente su sangre y su vida luchando por un ideal en el que creen firmemente y que examinado a posteriori, cuando es tarde desgraciadamente, advertimos que se trataba de una empresa que con excesiva frecuencia obedece a conceptos poco patrióticos y está exenta del lirismo y la nobleza con la que nos la habían presentado. No es la Patria la que se sentía amenazada, sino los intereses particulares de una serie de personas sin escrúpulos que manejan el cotarro a su antojo. Lobos camuflados bajo la piel de un falso idealismo que irrumpen en la manada de dóciles e ingenuos corderos con el decidido propósito de satisfacer su insaciable voracidad de poder. Reconozco que nuestra tarea paterna estuvo motivada por la consideración de que bastante habíamos sufrido y nos habían reprimido, para que no intentáramos evitar a nuestros hijos los padecimientos de un mundo de hipócritas apariencias y obligadas aceptaciones, que tuvimos que cumplir a regañadientes los que hoy vemos la vida desde una distancia que no nos es posible retroceder. Se nos pasó ya el arroz. Vistos los resultados, a veces no se puede precisar qué generación estaba equivocada, si la actual con ese ilimitado y liberado panorama de opciones a realizar o la nuestra con el susto permanente al que dirán, quienes me estarán viendo y que consecuencias se derivarán de mi actitud. Con el firme empeño en no desviarnos del camino marcado por nuestros mayores y docentes, no por pura convicción, sino por el inevitable temor a las represalias y al castigo. Vivíamos con el agua al cuello, temerosos de hundirnos en el mar de la incomprensión, la represión y la severa postura de una generación que nos metió en la preguerra del rencor y la indolencia, en la guerra del sufrimiento y la muerte y en la posguerra del hambre y las calamidades, en aterradoras proporciones. Los utópicos sueños de un mañana mejor, de un nuevo y espléndido amanecer, que tanto nos prometieron en proclamas y vibrantes canciones, hicieron más desalentadora la cruda realidad del engaño. Fuimos una generación absurda, sin futuro ni ilusiones, porque los puestos claves estaban ya ocupados por los oportunistas y enchufados del Régimen, que habían escapado a la tragedia bélica y habían sabido sacar provechosa tajada de la misma y cuando se retiraron, con las ganancias a buen recaudo para disfrutar sus postrimerías, nosotros habíamos perdido toda oportunidad. Una nueva hornada más preparada física y mentalmente ocupaba los papeles protagonistas. Los que no tuvimos la suerte o posibilidad de subir al carro de los enchufados y lameculos, que por norma general son los que menos se exponen, formamos esa generación falta de alicientes, prensada y perdida, que sufrió los rigores de ese periodo despiadado y sangriento que dejó una España desolada y hambrienta. La misma sinrazón e idénticas tropelías que unos insensatos e irresponsables intentan provocar nuevamente, sin importarles la tremenda carga de muertes, rencores y llantos que conllevan. Hoy tenemos también, afortunadamente, una juventud sana y envidiable, física y mentalmente preparada, responsable y capacitada, respetuosa con lo que merece su respeto, cumplidora de sus obligaciones familiares y profesionales y ajena a los absurdos llamamientos y provocaciones que gentes sin escrúpulos les lanzan sin tregua. Es la que vive el presente con serenidad y el respeto a los valores básicos y piensan en el futuro con esperanza y optimismo, porque tienen asimiladas y firmes sus convicciones para una convivencia pacífica y civilizada. Junto a ésta, muy numerosa por cierto, aunque su callada labor la haga menos ostensible y referenciada, está la marabunta de los que huyen del anonimato, vociferan de continuo, llenan calles y plazas con protestas y amenazas en cuantas ocasiones se les presenta, tengan ellos o no relación con el asunto en cuestión y piensan que el mérito consiste en escurrir el bulto cuando se requiere el esfuerzo común y es necesaria la cooperación. Son los que reniegan de lo divino y lo humano, pues se consideran muy superiores al resto y su rebeldía la identifican como distancia y diferencia sobre la generalidad. Han utilizado nuestra permisividad, (en muchos casos por la cobardía de que podamos perder su cariño o ser tachados de cutres), para desligarse de toda atadura y vivir a su libre albedrío sin que nada les detenga o responsabilice. Es la generación, o un grupo dentro de ésta, de los sin Dios, sin Patria y sin Ley, que viven ajenos a todo impedimento que pueda suponerles una parada en su incierto camino hacia un rumbo indeterminado. Los que intentan hacer prevalecer su razón a la de los demás, al considerarse en posesión de la verdad absoluta. Una juventud que vive al margen de toda creencia, ya que presume de ateísmo y anarquía y en la que la existencia del Más Allá o el acatamiento a las leyes establecidas le suena a cuento infantil o desfasados conceptos. Critican todo lo que para la inmensa mayoría supone respetuoso y cálido sentimiento. Son enanos mentales con ínfulas de dioses y una carnaza propicia a los que viven de explotar la ingenuidad y abusar de los necios que se creen superdotados. Ignoran, pobres incautos, que sus mentes vacías y faltas de estímulos son terrenos abonados y caminos expeditos para que el hábil “charlatán” de experimentada oratoria les introduzca su mensaje. Los adeptos más facilones para una doctrina sin credo, una conducta sin límites y una vida sin complejos. Empequeñecieron la dimensión y sinceridad del cariño de sus padres, perdieron a Dios y olvidaron su mensaje.
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