jueves, abril 26, 2007

Ignacio San Miguel, La destruccion de las normas

jueves 26 de abril de 2007
La destrucción de las normas
Ignacio San Miguel
E L escándalo de la iglesia de Madrid donde tres sacerdotes han roto las normas eclesiásticas debidas a su condición, ha sido, por los comentarios que ha suscitado, un ejemplo más del odio que la progresía siente hacia toda regla, sobre todo si es religiosa o moral. En seguida han salido defensores de las contravenciones. No fundándose en su valor intrínseco como tales contravenciones, por supuesto; sino haciendo hincapié en que los sacerdotes estaban realizando un acto de caridad importante con drogadictos y otros marginados. A la sombra de esta caridad, las trasgresiones quedaban justificadas y adquirían el halo de romanticismo que siempre se les confiere: Jesús también transgredía las normas de los fariseos, Jesús andaba con prostitutas, Jesús se juntaba con los marginados, etc. ¿Qué los sacerdotes celebraban la misa vistiendo pantalones vaqueros? ¿Qué recitaban trozos del Corán? ¿Qué consagraban rosquillas? ¿Y qué?, argumentan los progres. Estaban practicando el verdadero cristianismo. El cristianismo del amor, de la caridad, de la fraternidad y de las demás zarandajas. O sea, el verdadero. Naturalmente, la iglesia ha sido cerrada por orden de la autoridad eclesiástica. A mí la verdad es que me ha cogido algún tanto de sorpresa la llegada de los progres al Poder. Quiero decir, me ha sorprendido que gente de su edad concreta tuviera tanta furia iconoclasta. Pensaba, después de la gobernación de Felipe González, que a pesar de sus graves defectos tenía los pies en tierra, que el seudoprogresismo, habiendo llegado ya a unas determinadas cotas, iría poco a poco languideciendo. González fue un gobernante bastante realista y con sentido común en general, y no creía yo que una generación de socialistas más jóvenes tuviera que ser muy diferente. Me equivoqué. Pero no sólo en lo que se refiere a políticos, sino a la gente en términos generales. Porque no sólo se han alzado voces de analistas de la generación de Rodríguez, y aún más jóvenes, defendiendo a los curas desastrados como auténticos anunciadores de la Buena Nueva. Antes ocurrió el caso del libro pornográfico y blasfemo, con un Jesucristo masturbándose y demás lindezas de este estilo, y también surgieron quienes defendieron la porquería llamándola arte y como manifestación legítima de la libertad de expresión. Y antes estuvo la obra de teatro de título blasfemo y defecatorio, y de contenido que hacía honor al título. Y la “Guía para chicas”, etc. etc., todo creación de personas jóvenes o de edad mediana. Y no sólo está ocurriendo en España, sino en todo el mundo occidental. Pareciera que el espíritu de los sesenta del siglo pasado volviese con nuevos bríos para barrer lo que había dejado sin arrasar. Hay quienes dicen que los promotores del Nuevo Orden Mundial mueven los hilos de este movimiento. Pero yo carezco de datos al respecto, y lo único que puedo hacer es observar los acontecimientos como todo hijo de vecino. Me da la impresión de que todavía subsiste en muchos progres la idea anticuada de “épater le bourgeois”. En esto están equivocados. Hoy en día es muy difícil epatar a nadie: ni al burgués ni al picapedrero. La sociedad ha asimilado y aplicado (en lo posible, claro está) el discurso de los sesenta, que ya le resulta demasiado conocido. En un posible hastío me basaba yo para pensar en la improbabilidad de un rebrote progresista. Me equivoqué; pero se equivocan también quienes quieren deslumbrar a nadie por lo avanzado de sus ideas. Son habas contadas. Sabemos que la pederastia está a la vuelta de la esquina. En Holanda ya existe un partido que defiende esta práctica, así como las relaciones sexuales con animales, siempre que éstos no sean maltratados. En estas circunstancias ¿se imaginan al lord Wotton de “El retrato de Dorian Gray”, visitándonos? ¿O al mismo Oscar Wilde? Su discurso inmoralista resultaría un llover sobre mojado evidente. Yo creo que Wilde acabaría irritándose, porque no conseguiría epatar a nadie, ni siquiera al charcutero de la esquina, y ya sabemos lo que le gustaba lucirse. Si me apuran, el epatado iba a ser él. Sin embargo, los progres ingenuos, que los hay, piensan, o les gusta imaginarse, que son luchadores por la libertad en un mundo burgués que no les comprende. Increíble. Viven de consignas, clichés y estereotipos que eran de uso común hace muchos años; es decir, lo más adocenado y anticuado que existe, y, sin embargo, siguen pensando que son grandes rebeldes. Y te vienen hablando de matrimonio entre hermanos, o de que los americanos oprimen el mundo con su imperialismo diabólico, o que el terrorismo islámico hay que entenderlo, porque lo cierto es que nos hemos portado muy mal con ellos desde las Cruzadas. Es para desternillarse ante su petulancia manejando temas tan trillados y falsos. Y no piensen que estoy mezclando cosas dispares al buen tuntún. Todas forman parte del Gran Paquete Ideológico de la Progresía. No supone ninguna rebeldía seguir con docilidad la corriente ideológica dominante. Cuando se tienen a favor los medios de comunicación, las editoriales, el cine, las Universidades, etc. ¿en qué consiste la rebeldía progre? Sus ataques constantes a las costumbres tradicionales, y a quienes las representan presuntamente, la Iglesia y la gente de derecha, mucho más tiene que ver con una caza de brujas que con una admirable lucha por la libertad. No confundamos los términos ni seamos farsantes, señores progres. No hay más que tratar de imaginarse a un docente o estudiante en una Universidad pública de España manifestando ideas conservadoras, declarándose de derecha, o bien llevando el diario “La Razón” bajo el brazo. La dificultad para concebir tal situación nos expresa la verdadera relación de fuerzas. No pretendan acaparar todos los papeles. El de opresores les va bien porque corresponde a la realidad. En el de víctimas rebeldes resultan muy risibles. Y no nos vengan con que han cerrado una iglesia a los auténticos cristianos. La han cerrado a unos curas gamberros que estaban ahuyentando a la feligresía normal. Todo tiene un límite, y la destrucción de normas, también.

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