jueves, abril 26, 2007

Antonio Parra, Adios a un "santo bebedor". Boris Jeltsin

jueves 26 de abril de 2007
Adiós a un ‘santo bebedor’: Boris Nikolayevich Jeltsin
Antonio Parra
U N funeral ruso de rito solemne (pojorovñi) es como una viaje en autopista hacia el cielo. Los popes no se visten de negro sino de blanco y el coro entona, en lugar del Dies Irae o la tremenda como la llamábamos los latinos desde el medievo, cánticos de resurrección. Boris Nicolaevich Jeltsin fue despedido con los honores de un zar. Vi la impresionante ceremonia por una cadena alemana. Un diácono barbitaheño atacaba las estrofas del “dios dé paz a su alma” mientras el subdiácono lampiño pero con bigote y una poderosa voz de barítono iniciaba el responso de las letanías. Las capas pluviales y tiaras recamadas de oro se confundían en abigarrado colorido con las barbas blancas y negras o rojizas de los popes y el humo del incienso se alzaba hasta las cúpulas entre el fervor de los cánticos del rito solemne y el luto riguroso de la viuda y los deudos. Oficiaba el archimandrita Cirilo pues el patriarca Alexis II primado de la Iglesia ortodoxa no pudo presidir la concelebración por enfermedad. El obispo Cirilo colocó a manera de salvoconducto sobre las manos exangües del difunto un icono de la Virgen María y le dio la absolución valedictoria según un culto ancestral que tiene un origen griego, donde el icono marial sustituía a la moneda que introducían los helenos entre los dientes del cadáver para pagar la moneda al Barquero. Era el portazgo y el salvoconducto a la eternidad. A todos nos llega la hora. Todos hemos de subir a la barca de Queronte. Allí presentes, los viejos “enemigos” (Bush padre, John Mayor, Clinton, Gorbachov) con una vela en la mano como novicias en un entierro siendo los hombres más poderosos del mundo. A Clinton se le vio llorar con el mismo denuedo con que en una ocasión lo vimos reír junto a Boris soltando amarras tras una tensa entrevista en la cumbre en la que se anunciaban grandes nuevas para el mundo: el final de la guerra fría y las superpotencias firmaban el armisticio de la paz. Fue al cabo de unos días tensos a raíz de la guerra en Yugoslavia cuando este planeta estuvo a punto de saltar por los aires. La capitulación rusa hizo posible la globalización, la supresión de barreras y la llegada de una era de comunicaciones interactivas de la cual no cabe seguramente marcha atrás. Paradojas y contrasentidos de la Rusia misteriosa y mesiánica. Que un campesino y un oscuro jefe de distrito de los Urales llegase a jefe del Politburó y liquidase a la Urss y que haya sido sepultado con los honores de un zar. Que los viejos contrarios, reconciliados dentro de lo que cabe, se encuentren presentes en el funeral del padrecito al cual tanto le gustaba el agüita de vida esto es la vodka no es para echarlo en saco roto. Soplen y marchen. Prodaljaet. (marchemos) Gorby, su rival incandescente, al que derribó en un golpe de estado estaba en el banco de respeto pero sin vela en la mano. Putin su sucesor hacía santiguadas cada vez los oficiantes invocaban a la Trinidad (vo imia Otsá i Sina i Siatovo Duja) En el nombre del Padre y del Hijo.... A mi me pareció escuchar el rumor de las alas de un serafín, el ángel de la paz, un mensajero del Espíritu Santo que se columpiaba sobre el sabbaoth del iconostasio y cuando el diacono cantaba la epístola de san Pablo en la cual se afirma “la vida humana no se arrebata sino que se transforma en la resurrección” se escucharon armonías maravillosas. Paradojazas de una nación escarnecida, vilipendiada, la llamada cárcel de los pueblos (tiorma ludei) que padeció la tortura del gulags y de las hambres más atroces en la era de postguerra pero donde las profecías de Dostoyevsky parece que se están consumando. Que ha expiado su dolor y que sale adelante con sus dificultades cierto pero Europa necesita una Rusia estable y segura. ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón? Nos preguntamos alborozados con san Pablo los que de verdad amamos el bien y la belleza y odiamos la iniquidad y la mentira y tenemos fe en la capacidad del ser humano para el amor y para el progreso, no para la guerra. El fin de la era Jeltsin marca un hito en la historia universal. No cabe marcha atrás. Imponderables aparte, se aleja de nosotros el fantasma de una conflagración atómica. Nuestra generación no tuvo infancia pero tuvo Vietnam y nos acostumbraron a vivir con el miedo a la Bomba. El líder ex soviético significó un alivio para tal pavor. A lo que se ve, no era un ateo convencido sino un cristianin o creyente, uno de tantos, en el sentido eslavo de la palabra (como en español se llama cristianos a la gente común) y cuando el coro rogaba al Señor dador de vida personase los pecados de palabra obra y omisión de Boris Nicolayevich. Yo me acordaba en esos instantes de una novela de un judío, Philip Roth, que se llamaba algo así como el “Santo Bebedor”. El adalid de la post-perestroika a su modo fue una especie de santo laico. Que le daba un tiento al jarro de vez en cuando pero ¿qué pasa? Son las inveteradas costumbres del país de los brindis; robándole botellas de gasolina a los depósitos de los gigantescos T34 los “ruski soldati” entraron en Berlín a costa de miles y miles de bajas. Una carnicería tan atroz no hubiera sido viable sin saltaparapetos porque, también cabe recordar, que las juventudes hitlerianas vendieron cara su derrota. En Rusia, o Rosía mayá, tienes nombre de rosa, pero eres dura como un leño, al que no bebe lo tienen por marica. Dios escribe al derecho con letras torcidas porque si aquella mañana de abril ahora hará unos años, cuando Jeltsin se levantó con resaca, no vuelve a emborracharse, aturdido por lo que acababa de firmar, y le quitan la llaves de mandos del maletín nuclear todos aquellos que ahora le insultan y le llaman borracho – señor Sánchez Dragó un poco de respeto que la televisión en la que usted actúa con trazas de simio la pagamos todos- todos nos vamos con San Pedro. Por eso es verdad el antiguo aforismo que escuché en una taberna cerca de la Piatniskaya ulitsa moscovita a un “cristiano”: Dios perdonará, perdonará eternamente a los borrachos. Misterios del alma rusa. Un país que perdió cerca de cuarenta millones de seres y más de cuarenta quedaron mutilados en la guerra contra Hitler y que permitió el resurgimiento de Europa haciendo uno de sus clásicos mutis, ensimismándose, por el foro durante la terrible postguerra estaliniana, es un país al que debemos mucho y dejar de reconocerlo sería necedad.. Un país que tiene un sentido mesiánico y redentor de la historia y se sacrifica por todos los pecados de los hombres como un nuevo cordero de Dios. Duro, fuerte, y que sólo puede ser dominado con vara de hierro y que siempre resucita. Toda vez que la creen arrinconada y rendida – fue el error de los generales alemanes- de pronto revive. Rusia llena de contrasentidos y de contraste capaz de la mayor violencia y la más suave ternura plasmada en las famosa taská que brota en canciones tristes al acordeón o la mandolina. Pueblo del sufrimiento redentor. Donde todo es posible: el que el hijo de un campesino y nieto de siervos de la gleba llegue a ser considerado el más alto barín (aristócrata) y que haya tenido en sus manos gafas –le faltaba a Boris el dedo pulgar por un accidente- el destino de la humanidad es un concepto para ser tenido en consideración. Con Jeltsin desaparece una de las figuras más importantes de finales del convulso siglo XX en su década crucial y la más dura de todas. Paz a su alma y paz para todo el género humano. Descanso eterno a todos los muertos. Ojalá que a mí tambien me hagan un funeral como a su persona, y me responsee toda una clerecía de cincuenta popes con sus dalmáticas y sus incensarios. Con unas exequias tales no importaría morirse. Es como tomar un autobús hacia el cielo. ¿Por qué? Porque creemos que después de esta vida haya algo más los que esperamos y aguardamos la resurrección de la carne. Seguro que el “santo bebedor” ya está en el cielo. Niebó que dicen los rusos.

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