viernes 20 de abril de 2007
LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
Tratado de antropología española
Por Horacio Vázquez-Rial
Si hasta ahora era imposible escribir una historia del pensamiento contemporáneo o de la poesía en España sin dar un lugar clave a Jon Juaristi, a partir de la publicación de La caza salvaje (Premio Azorín 2007) habrá que celebrar su llegada al mundo de la novela.
La caza salvaje es una excepción en la narrativa actual en nuestra lengua; hoy es difícil entrar en una librería y hojear las novelas de moda sin evocar la tremenda observación de Peter Handke a propósito de Cien años de soledad: es admirable haber escrito tantas páginas sin una sola idea. Es espeluznante, pero real: cuando aparece un esbozo de idea, se trata de algún resto de lugar común de la corrección política, desde el feminismo vulgar hasta el elogio del inmigrante. Por eso Juaristi es un hallazgo, una pepita de oro en el gran río de palabras inútiles en el que nos estamos ahogando.
En esta espléndida novela se cuenta la historia del siglo XX europeo a través de la vida de un hombre inexistente, Martín Abadía, un arquetipo, un modelo de uomo qualunque, un personaje sin atributos, sin carácter, como dice el narrador. Abadía recorre su época cambiando constantemente de nombre, de proyecto y, lo que es más importante, de pasado: lo que ha hecho y hace buena parte de la humanidad para sobrevivir, como el conformista de Alberto Moravia, uomo qualunque mussoliniano y postmussoliniano. Ese transformista político es, en esencia, un cazador solitario, un depredador con virtudes miméticas. Como la mayoría de los que le rodean en su peripecia, muchos de ellos bien conocidos por cualquier lector español medianamente informado, aunque Juaristi pretenda disimular su identidad en nombre de la ficción.
El cazador fantasma Martín Abadía vive su aventura en el País Vasco, en Francia, en Alemania, en Yugoslavia, en Italia, mientras Europa es asolada (no ha dejado de serlo) por la caza salvaje, la mesnada fantasmal de guerreros infernales condenada a resucitar eternamente para volver a morir en el combate. También la caza salvaje posee cualidades miméticas: es batallón de gudaris, brigada de las SS, banda de partisanos titoístas, horda stalinista, comando etarra, cualquier grupo de fanáticos de cualquier utopía, sin que importe demasiado su número real (basta con la cantidad políticamente suficiente, explicaba Abbie Hoffman en los lejanos días de la marcha sobre el Pentágono).
El cazador y los guerreros fantasmales se procuran sus mejores disfraces en el mundo de las ideas, en el que cada uno es únicamente lo que dice ser.
Martín Abadía es vasco, es decir, archiespañol. Tal vez por eso su vida sea, sobre todo, la de un pícaro: alguien que busca un padre, un protector, un amo que le preserve de mayores desgracias y a quien, quizás, un día, pueda sustituir. Como todo pícaro, cambia de amo sin remordimientos; de amo y de ideología: lo mismo le da el nacionalismo aranista que el nazismo, el stalinismo que el titoísmo, el franquismo que cualquiera de las variables postfranquistas. Y siempre cae de pie. No es un triunfador, un hombre de éxito: es un superviviente.
El pícaro es una variante del cazador, uno de sus avatares. A lo largo del relato, Martín Abadía es alternativamente cazador y pícaro. Ordenado sacerdote en su juventud, utiliza esa condición o la oculta según le beneficie; pero sabe que, a la larga, ser cura es un seguro de vida. Otros, tan innobles como él, se cruzan en su camino en diversos momentos y acaban delatados, muertos, defraudados: atrapados como presas, que es lo que son desde el momento en que entran en su campo visual: presas a fuer de depredadores.
El tránsito de Abadía por el Berlín burocrático del nazismo, encarnado para él en el Instituto Iberoamericano, controlado entonces por Von Faupel; o por el mundo de las frágiles relaciones entre Franco y Hitler; o por la Yugoslavia unificada por Tito por encima de los nacionalismos interiores, o por el Vaticano de la posguerra, revela una verdad terrible: nadie es mejor que nadie en los momentos críticos, cuando, como decía el viejo Lukács, se actúa la unidad del sistema.
Todos nos convertimos en guerreros infernales dentro del grupo y en cazadores fantasmas cuando, además de vivir, formamos parte de la historia. En cierto sentido, la historia no la hacen las masas ni los individuos, sino los fantasmas, los resucitados para la muerte. Por eso, en La caza salvaje algunos personajes mueren y otros, como Djorje Dimitrievic, desaparecen en el cementerio en el que viven o, como el propio Abadía, son consumidos en un instante por un rayo inexplicable caído desde el límpido firmamento nocturno.
Ciertamente, Martín Abadía, como agente de la historia que es, lo ignora casi todo sobre sí mismo: da por supuesta su propia realidad, desconoce por entero las consecuencias de sus actos en este mundo (y en el otro) y se atribuye una coherencia que está muy lejos de ser verdadera. Y, lo más constante, desconoce su condición de español. Es capaz de contar un pasado distinto a cada uno, pero cuando alguien le designa como español siempre se apresura a rectificar a su interlocutor y precisar que es vasco.
Sin embargo, la vida de Abadía, tal como la cuenta Juaristi, es indudablemente una vida española. Es más: de sus actitudes, su barullo ideológico –incluido su aranismo, su neocarlismo–, sus mitos personales y su desvaída moral particular, cuyo desarrollo es impecablemente expuesto por el novelista, cabe deducir un completo tratado de antropología española. Antropología de los españoles que lo son sin ganas, al estilo cernudiano, o que lo son porque, como decía Romanones con su habitual cinismo, no pueden ser otra cosa.
En la España de hoy, casi todo el mundo parece ser así: absolutamente carente de serenidad nacional, cuando no empeñado en no ser español, en ser cualquier cosa menos español. A tal punto que el no querer ser español forma parte de la ideología oficial, de lo políticamente correcto. Es curioso que la izquierda ideológicamente dominante haya concluido que el nacionalismo español es fascista por naturaleza y que los demás nacionalismos nacionales (disculpe usted el inevitable juego de palabras) no sólo no lo son, sino que son todo lo contrario. Es lo que piensa Abadía al final de sus confusos días.
La caza salvaje es, al menos por el momento, la mejor noticia literaria de 2007. Y no se puede desconocer que en 2006 una de las dos o tres mejores fue Cambio de destino, libro de memorias del mismo autor, reseñado en estas páginas.
JON JUARISTI: LA CAZA SALVAJE. Planeta (Barcelona), 2007, 430 páginas.
Pinche aquí para acceder a la página web de HORACIO VÁZQUEZ-RIAL.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario