viernes 20 de abril de 2007
Viejas leyes, nuevas muertes
Juan Urrutia
E N todo el mundo existen leyes procedentes de otros tiempos que por descuido o por el hecho de que es imposible actualizar la ingente cantidad de normas que los seres humanos hemos creado a lo largo de la historia, siguen vigentes. Un claro ejemplo de lo que digo en el párrafo anterior puede ser la norma francesa que prohíbe disfrazar a un cerdo de Napoleón Bonaparte, otro, la ley que impide cruzar la frontera de Minessota con un pato en la cabeza. Dichos casos no pasan de ser anecdóticos, producen risa y se pueden comentar distendidamente en cualquier reunión de amigos. Sin embargo en los ya nombrados Estados Unidos de América sobrevive con el apoyo de un sector nada desdeñable de la población así como de la clase política un viejo estatuto que ya ha causado demasiados muertos en la tierra de las oportunidades: la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, nada menos, que otorga a todo ciudadano el derecho a poseer un arma. Además, según la Ley de Autodefensa, aprobada en 2006 en quince estados es legal disparar a cualquier persona que entre en el domicilio propio sin permiso. Y lo mejor es que no es necesario demostrar la existencia de un riesgo real. A pesar de lo tentador que suena esto último en lo que respecta a deshacerse de familiares no deseados e inevitables en las fiestas navideñas, tengo que decir que unas reglas cuya esencia procede de cuando Buffalo Bill usaba chupete y el recuerdo de la guerra asolaba a los descendientes de los primeros colonos resultan, en las condiciones actuales de cualquier país moderno, a todas luces obsoletas y peligrosas. Lo prueban la sucesión de asesinatos y masacres ocurridas en esta tierra a lo largo de más de medio siglo, cuyo último y más llamativo exponente es la muerte a tiros de treinta personas a manos de un perturbado en la Universidad Politécnica de Virginia. La Asociación Nacional del Rifle, ilustrativo nombre, dice al respecto: “las armas no matan, es la gente”. Simplificando podríamos decir que sin armas la gente de la que habla la NRA lo tendría más difícil para matar. Yendo un poco más allá, analicemos qué tipo de persona es la que dormiría con una pistola bajo la almohada. Una persona con miedo, sin duda. El miedo es lo más peligroso que podemos encontrarnos muy por encima de pistolas y rifles. No me refiero al pavor que podemos sentir al ver a un señor, de aspecto muy similar a Sancho Gracia en su interpretación de Curro Jiménez, cortaplumas en ristre pidiéndonos amablemente hasta los calzoncillos, no, me refiero al miedo paranoico e injustificado. Les pondré un ejemplo: Conozco a un individuo que al poco de ocupar su nuevo piso escuchó las pisadas de su vecino de arriba y, armado con un enorme cuchillo, se dirigió a ver lo que era aquello presa de mortal congoja, pues le pareció que tales pasos se escuchaban dentro de su casa. Si en vez de su vecino hubiera sido su mujer la causante del barullo, ahora, el muy tonto del nabo, sería viudo, asesino y presidiario. Bonito epitafio. Imagínenselo viviendo en la patria de Charlton Heston. La mayoría de las personas que portan armas en los EEUU no tienen un oficio peligroso, están amenazados por la mafia o pertenecen a las fuerzas del orden público o privado, simplemente creen que llevando encima una maquina de aniquilar vidas estarán más seguros. Esto implica por fuerza que sufren un nivel de miedo muy superior al necesario para portar un arma con seguridad. Por lo tanto las posibilidades de que estas personas provoquen un accidente de fatales consecuencias son muy altas. Organizaciones como la Brady Campaign to Prevent Gun Violence alegan que un arma que se guarde en casa tiene veintidós veces más probabilidades de intervenir en un tiroteo no intencionado, siete veces más en un homicidio y once veces más en un intento de suicidio que de usarse en un acto de legítima defensa. Ahí es nada. Infinidad de veces nos cruzamos con personas armadas y no sentimos miedo, sí, aquí en España, miles, millones de personas portan visiblemente pistolas y similares. Pero están entrenadas para ello. Lo han adivinado, me refiero a la policía. Es extremadamente raro que dentro de un cuerpo policial europeo se produzca un accidente con armas. El policía ha de ser una persona equilibrada y estrictamente entrenada para utilizar su arma reglamentaria sólo en caso de autentica necesidad para proteger su vida o la de otros. La pregunta es: ¿Tendrán esa preparación los sesenta millones de amedrentados norteamericanos que poseen unos doscientos millones de armas en todo el país? Teniendo en cuenta que una vez cumplidos los veintiún años, rellenado un formulario y tomadas las huellas digitales, si no tienes antecedentes, te otorgan la licencia para matar, es bastante improbable. Resulta más difícil pasar el psicotécnico que hace tráfico para permitir circular como una mala bestia en Semana Santa.
jueves, abril 19, 2007
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