jueves 19 de abril de 2007
BALANCE DE DOS AÑOS DE PONTIFICADO
El Papa de la belleza
Por José Francisco Serrano Oceja
Estamos de aniversario. Benedicto XVI ha cumplido la mágica edad de ochenta años y, días después, hemos celebrado el segundo año de su pontificado. El entente mediático de la progresía internacional se ha lanzado a hacer balances, las más de las veces, descalibrados. Como ejemplo tenemos el de la revista Newsweek que, a falta de argumentos, sólo se les ocurre decir que tenemos un Papa casero, de andar por casa, al que no se le ve ni en el lugar devastado por el huracán Katrina, ni en las plazas y los pueblos de América, a la que ellos llaman latina.
De ahí a firmar que tenemos un Papa insignificante, sólo hay un paso. Y, si no, al tiempo. Pero por más que se empeñen, en vísperas del trascendental viaje a Brasil, no nos van a amargar el aniversario con sus descalificaciones de un Papa del pensamiento para el pensamiento, un Papa recluido y cosas así. Es curioso cómo, de nuevo, afloran las clásicas comparaciones –odiosas, se diría en castellano– entre el Papa difunto y el vivo, a las que se añade la cantinela de un Papa intelectual que no sabe dar respuesta a "los problemas presentes y futuros".
No estaría de más que para la elaboración de este tipo de reportajes, además de entrevistar a eminentes amas de casa –como así ocurre en el original–, los autores pudieran leer alguna línea seguida de lo que escribe el Papa para darse cuenta de que este hombre no para de hablar de los problemas pasados, presentes y futuros. La ignorancia, aunque sea periodística, también se acaba leyendo.
Pues nada de eso. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y si no, que se asomen los miércoles a la plaza de San Pedro. Lo que definía a Juan Pablo II, al Papa de la imagen, la clave última de su pensamiento, era la pasión por la verdad, por la verdad sobre el hombre. Lo dijo en los ejercicios espirituales que predicó, en 1976, a Pablo VI, y lo ha recordado alguna vez el entonces cardenal Joseph Ratzinger. Los intelectuales polacos, en los primeros años de la postguerra, frente al materialismo marxista convertido en doctrina oficial, se habían dedicado a refutar el valor absoluto de la materia. Muy pronto se dieron cuenta de que la cuestión central era la antropología, no los fundamentos de las ciencias naturales.
En la primera encíclica de Juan Pablo II, su texto más personal, Redemptor hominis, consagra la idea, que nace de la vida, de que "el hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia". No debemos olvidar que líneas antes ha afirmado que "Jesucristo es el camino principal de la Iglesia". Para el Papa, antropología y cristología no se pueden separar. La verdad del Cristo y la verdad del hombre están íntimamente ligadas.
La transición entre Juan Pablo II y Benedicto XVI se puede hacer perfectamente en el pasaje entre la verdad y la belleza. Benedicto XVI es el Papa de la verdad bella; de la potencia explicativa de la razón y de la fe; de la capacidad para sentirnos fascinados por una enseñanza, por una pedagogía que entronca el pensamiento clásico, la razón helénica, la praxis romana, el renacimiento y las nuevas formas de ilustración con la propuesta cristiana.
Si la postmodernidad es estética, la insistencia del Papa en el amor forma parte de la convicción de que el hombre contemporáneo vive instalado en un pensamiento sin centro, sin conceptos elementales sobre los que construir el edificio de la persona. El Papa sabe que toda llamada de atención tiene que ser atrayente, que el amor siempre es futuro, reclamación de Destino. En una de las más preciosas intervenciones de Joseph Ratzinger, en el Meeting de Rímini de 2002, bajo el título La contemplación de la belleza, el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe recordaba cómo el encuentro con la belleza produce una sacudida convulsiva que nos permite salir de nosotros mismos, que nos entusiasma llevándonos hacia lo otro o el otro. La belleza es una fuerza que arrastra la verdad de lo que somos.Benedicto XVI se ha empeñado a fondo en presentarnos la belleza de Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre, y nos ha legado su testimonio en unas cuatrocientas páginas que pronto podremos leer en español. Escribir un libro sobre Jesús de Nazaret ha sido para el Papa una forma de agradecimiento a Juan Pablo II y una exigencia de nuestro tiempo. Nos toca a nosotros corresponder a esa gracia.
miércoles, abril 18, 2007
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