jueves 26 de abril de 2007
Apuntaciones en torno a la República y la cultura de Estado
Antonio Castro Villacañas
L OS españoles "progres" aprovechan cualquier ocasión para propagar la especie de que la II República fue un modelo de Estado, el no-va-más de las experiencias políticas... En el caso que comento, se ha utilizado como pretexto la publicación en la Biblioteca Fundamental de la Fundación "Banco Santander-Central-Hispano" -compuesta en su práctica integridad por títulos muy significativos- de una antología, cuidada por Francisca Montiel, de escritos del periodista Esteban Salazar Chapela, cuya vida literaria y política estuvo siempre unida a la de la República, desde antes de que fuera proclamada hasta mucho después de que hubiera muerto, razón más que válida (a juicio de los bibliotecarios de ese Banco) para resucitarle, pero con méritos literarios o políticos inferiores a los de Ernesto jiménez Caballero, Rafael Sánchez Mazas, Eugenio Montes, José María Pemán o Rafael García Serrano, por ejemplo, que no figuran en dicha Biblioteca. Salazar Chapela saludó a la II República por medio de un artículo, publicado en el diario "El Sol" hace ahora 76 años, en el que expresaba la esperanza de los jóvenes de entonces respecto de que por fín la literatura española fuera a tener "vida nacional", cosa que -según él- ya sucedía en Rusia, Alemania y Estados Unidos, países en ebullición, en marcha, o en ascenso... "No se nacionaliza una literatura por voluntad colectiva", dice el autor, "ni siquiera por voluntad de los propios escritores", sino "cuando la vida nacional gana a los escritores". Eso es, exaltan ahora los progres, lo que hizo la II República: realizar el sueño y la exigencia de aquel Salazar Chapela, poner en marcha un recio movimiento de Cultura de Estado... Y como prueba de todo ello resaltan la creación de las Misiones Pedagógicas en mayo de 1931, nada más llegar Fernando de los Ríos a ser ministro de Instrucción Pública, y la apertura de la Universidad Internacional de Santander un año más tarde, en agosto de 1932... Poco más pudo hacer aquella República, pues como se sabe murió en 1936, pero entre sus méritos culturales sí debemos resaltar la creación de un buen número de escuelas rurales y de Institutos de Enseñanza Media. Como ello no es suficiente a la hora de proclamar que la República de Azaña fue el mejor modelo posible de Estado cultural -Alcalá Zamora no existió como su primer presidente, al menos en la memoria de los progres- estos asocian aquel régimen con la notable Institución Libre de Enseñanza que Giner de los Ríos puso en marcha cuarenta años antes, a finales del siglo XIX; la Junta para Ampliación de Estudios (que cumple este año su centenario); la Residencia de Estudiantes y de Señoritas (ambas creadas en 1910); y el Instituto-Escuela (que surgió ocho años más tarde)... Los progres dicen que aquella siembra de entusiasmo, laicismo y pedagogía auguraba un futuro mejor del que tuvo: la España constantiniana, creación reaccionaria de la derecha que se apoderó del franquismo y supo utilizarlo mientras le convino, para desprenderse de él cuando arrojarlo a la basura significaba nuevas ventajas. Yo no sé si soy progre o no, porque estoy de acuerdo con algunas de sus afirmaciones y no con otras. Así, a título de ejemplo, me parece casi del todo cierta la última que he citado, pues la tan alabada etapa de transición impulsada por don Juan Carlos y puesta en práctica por Adolfo Suárez solo fue para mí una clara tra(ns)ición a los fundamentos ideológicos y las realizaciones políticas de un Estado que habían jurado perfeccionar cuantos en él participaron de modo libre y consciente. Entre esas realizaciones se encontraban, y todavía subsisten, si bien bastante deterioradas, algunas anteriores a la República junto con otras creadas por ella. Entenderá muy mal el franquismo quien no lo vea como el continuo desarrollo de una pugna entre dos formas diferentes de concebir y realizar el Estado: una, la falangista, pretendía superar a la II República partiendo de ella; y otra, la reaccionaria, buscaba el retorno a la II Restauración Borbónica y el turno pacífico de partidos burgueses... La primera, para ceñirnos al tema de estas apuntaciones, recogió en muy buena parte el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza y lo trasladó -en la medida de lo posible para aquellos tiempos- a sus propios órganos de actuación escolar o juvenil. A ella se debe que la Junta de Ampliación de Estudios subsistiera a través del Consejo Superior de Investigaciones Científicas; que las Residencias de Estudiantes persistieran de algún modo por medio de los Colegios Mayores, hoy tan degradados; que las Misiones Pedagógicas continuaran, con lógicas variaciones, a través de las Cátedras "José Antonio" de la Sección Femenina o el Frente de Juventudes; y que el valorado nacionalismo literario estatalista republicano, tan combatido por el tenaz nacionalismo derechista que durante cuarenta años se amparó tras la figura y el régimen de Franco, si de algún modo todavía alienta en nuestro alrededor, en buena parte se lo debe a quienes en ese régimen y a lo largo de ese tiempo nos mantuvimos fieles a la tesis de que para la nueva España era válido y útil todo lo bueno que encontráramos, fueran cuales fueran sus orígenes y propósitos, siempre que pudiera ser acoplado al proyecto de vida en común. Un ejemplo práctico de ello lo encontramos en la sede arquitectónica de los Nuevos Ministerios, proyectada y empezada a construir bajo el mando de Indalecio Prieto -por eso su perspectiva aérea tenía hasta 1940 la forma del martillo y la hoz, herramientas unidas por los respectivos mangos-, que durante la guerra fue cuartel de distintos efectivos militares, y que tras ella superó la tesis de quienes patrocinaron su destrucción, para convertirse mediante los adecuados retoques en Ministerio de la Vivienda -lo que estaba destinado a ser Dirección General de la Seguridad del Estado, con los pertinentes sótanos-, Ministerio del Trabajo y Ministerio de Obras Públicas -en su inicio proyectada sede de la Presidencia del Gobierno- y en simple plaza ajardinada -hoy vulgar aparcamiento- la prevista como lugar de concentración de trabajadores de todas clases, a los que enardecerían sagaces tipos políticos desde los arengarios establecidos al efecto en la fachada principal de la edificación citada. No se utilizó como Plaza Roja -ni como Plaza Azul- el gran espacio arquitectónico impulsado por Prieto. No se convirtieron en celdas o checas los distintos lugares previstos para una especie de GPU española, sino en salas y despachos de normal trabajo en pro de una política de vivienda no realizada hasta entonces ydesde 1975 ni mejorada ni siquiera igualada. En el nuevo Ministerio de Trabajo se forjaron por personas de ideas limpias, abiertas, despejadas de prejuicios, los proyectos de unas nuevas Universidades, que en principio se llamaron Laborales por estar destinadas a hijos de obreros, y que fueron suprimidas -pocos años después de morir Franco- por ser símbolo y logro de una política social y educativa muy diferente de la propia de una monarquía tan en realidad clasista como en apariencia democrática... La Segunda República española, mal que les pese a los progres, no tuvo tiempo de hacer una verdadera política cultural nacional de Estado. La Tercera Monarquía Borbónica no se ha propuesto nunca llevarla a cabo. Tendrá, pues, que realizarla una Tercera República. Yo no la veré, pero fervientemente deseo llegue a implantarse en España siempre que no esté protagonizada por quienes tergiversan la historia y quieren alimentar al pueblo con falsedades y mentiras.
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