martes, abril 28, 2009

Pio Moa, Falsedad e historia

Falsedad e historia
28 de Abril de 2009 - 09:14:39 - Pío Moa

Hoy, en El economista

Cuando investigaba sobre los mitos de la guerra civil, pude sorprenderme de la enorme cantidad de falsedades divulgadas en estos años sobre aquel pasado. Muchas de ellas no precisaban investigación, pues contradecían el sentido común más elemental. Por ejemplo la pretensión de que el Frente Popular o Stalin defendían la libertad, aserto no menos absurdo que hacer de Hitler un protector de los judíos. Y sin embargo ese absurdo fundamenta el discurso histórico hoy prevaleciente en España al respecto.


He tenido la misma experiencia al preparar Franco para antifranquistas. Casi todas las acusaciones a Franco pueden refutarse con datos y sin mucha dificultad: o son falsedades o, en el mejor de los casos, exageraciones y distorsiones. Se insiste mucho sobre la brutal represión de postguerra, como si fuera el único aspecto significativo de su régimen. Pero no se puede juzgar al personaje solo por eso, como no se puede juzgar a Churchill o a Roosevelt solo por los espeluznantes bombardeos sobre la población civil alemana o japonesa. Como es fácil observar, Franco resulta, por comparación, muchísimo menos cruel que los dos políticos anglosajones. Y resulta grotesco que quienes más juzgan de ese modo sean personas influidas por la propaganda comunista, es decir, defensoras directas o indirectas de crímenes mucho mayores. Dejo aparte a esa mezcla de vanidosos e ingenuos que juzgan con dureza olvidando las circunstancias históricas, según principios abstractos que ellos mismos, desde luego, no cumplen.


El liberal Marañón dijo: “lo más irritante de los rojos es esa constante mentira”. Y Besteiro se refirió al “Himalaya de embustes” de la propaganda del Frente Popular. Hoy vuelve ese irritante Himalaya, pagado con dinero de todos por un gobierno que se identifica, y no es casual, con aquel Frente al que imperdonablemente derrotó Franco. No les falta osadía. Ni corrupción.


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Diálogos pastoriles

FELICIO.- Pero en tan amena conversación, mis dilectos amigos, la tarde ha cumplido su amigable tarea y se despide. Tendremos que imitarla nosotros, recoger los ganados y dejarlos estabulados cual conviene. ¿Nos vemos luego en la taberna del Bauprés, como de costumbre?



MAURICIO.- Por supuesto, faltaría más. Pero tú, ¡oh Salicio!, haz el favor de no traerte la zambomba o te la romperé en la cabeza. No soy violento, bien lo sabéis, pero todo tiene un límite.

***


FELICIO.- En verdad que no sé si habrá fuera de nuestro Porriño, en el mundo entero, otra taberna con tales méritos como esta. Amplia, con una penumbra que no impide, sin embargo, leer, con estas vigas de noble maderamen, dice el dueño, don Picio, que están hechas con baupreses de barcos antiguos…



SULPICIO.- Y yo lo creo, Felicio, lo mismo si me dice que son de baupreses que de palos de mesana o de cedros del Líbano del templo de Salomón. Decía un personaje de nuestro añorado Cunqueiro: “Créeme, Paquiño, tienes que creerme, total ¿qué te cuesta?”. A mí no me cuesta nada, y en cambio salgo ganando: el dueño, Picio, se esponja de satisfacción cuando le felicito por sus vigas de bauprés, y me da alegría verle a su vez contento, aparte de que, a cambio de ese elogio nos trata mejor, nos da buenos vinos y no nos cobra más de lo conveniente, aunque alguna rara vez hayamos terminado borrachos como cubas y él habría podido saquearnos a placer… Hago un bien con mi credulidad, y recibo otro bien, ¿Qué más hay que rascar? Pero he aquí que se acerca nuestro bravo tabernero. No le aduléis más de la cuenta.



PICIO.- Hola, camaradas, como veis, hoy solo por clientes tengo a aquel par de labriegos que cabe aquella retirada mesa sus posaderas asientan, y con la lluvia que ha empezado a caer, seguro que no vienen más. Discutir a voces, pues, podéis libremente, y cantar destempladamente cual soléis, aunque otras veces haya tenido que regañaros, no porque me disguste, voto a bríos, sino por las de la clientela protestas, pues, como sabéis, el negocio he de cuidar.



MAURICIO.- Descuida, Picio, poético tabernero, que somos pastores cultivados y de honor, y cuando alguna vez nos pasamos de rosca, sabemos rectificar. Pero estábamos diciendo que esta es la taberna más espléndida que existe en todo el ancho mundo. No es que yo conozca todo el mundo, claro está, pero es que no concibo ninguna mejor. Estuve hace poco en una realmente maravillosa en Lübeck, donde fui por un negocio lanero, una taberna marinera que dicen viene de tiempos de la Liga Hanseática, pero, sin quitarle méritos, la encontré algo recargada. Y esa de Bayona, ¿cómo lle chaman? Non macordo agora, está moi ben, pero é algo cativa, no tiene esta amplitud espacial…



FABRICIO.- Pero esas grandes telarañas que adornan los rincones, ese hollín que tapiza las paredes, esta oscuridad que el fuego de la chimenea a disipar no alcanza... Las mujeres no entrarán aquí, Picio



SULPICIO.- ¡Coño, mira a Fabricio, el ligón! ¡Cómo si alguna mujer fuera a fijarse en ti, hombre excepcional!



PICIO.- As mulleres e as tabernas non fan boa mistura, Fabricio. Pra elas inventáronse as cafeterías.



FABRICIO.- A una mujer tonta le gustarán los tontos como tú, bellaco Sulpi. Estoy seguro de que ligas muchísimo, pues de esas hay muchas. Pero a una inteligente le gustará un hombre inteligente, a pesar de ... de excepcionalidades como las mías. Cierto que no he conocido a ninguna de mi agrado, pero estoy seguro de que algún día...



PICIO.- Esas querellas a un lado dejemos, rapaces, ¿Qué queredes?



MAURICIO.- Lo de siempre: queso, chorizo, jamón, aceitunas, buen vino…¡Ah, y filloas, que es la temporada!



PICIO.- ¿Filloas con mermelada?



SULPICIO.- ¡Qué mermelada ni qué…! Filloas de sangre y de las otras, sin más caralladas. Y luego ven a sentarte con nosotros, que disfrutemos de tu conversación amena. ¡Picio! En verdad los tópicos mienten a menudo, porque eres hermoso como un dios griego, y no menos ocurrente.



FABRICIO.- Me siento solidario de Picio. Es, en efecto, como un dios griego bizco, de nariz como un bauprés, dientes mellados, panzudo, calvo a la Anasagasti…



MAURICIO.- La belleza es según quién la contempla, Fabricio. Por cierto, de paso para aquí, entré un momento en la peña pastorácea, y me dieron otro mensaje de manuelp, que vuelve a atacarte con el ariete de Von Mises, y esta vez me parece que entre todos haremos pedazos el muro de sofismas y falacias tras el cual parapetas tus dislates.

http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado/

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