Garcia Brera, Dias dolorosos

lunes 13 de abril de 2009
Días dolorosos

Miguel Ángel García Brera

V IVO estos días con la intensidad que un cristiano siente en su corazón pecador. Se renueva la fe, volviendo a ver esos Cristos, dolientes y humillados por el pecado universal, mientras regresa a mi mente la incomprensible decisión divina de permitir que su Hijo sufriera tanto por salvarnos, cuando, -lo pienso quizá en mi ignorancia frente a la inmensa incógnita- que le hubiera bastado decidir perdonar a los primeros padres o a sus descendientes, por si y ante sí, sin necesidad de sacrificio alguno. Quizá mi amor a la libertad no sea tan grande, de modo que habría preferido la creación de un Adán y una Eva sin posibilidad de elegir entre el bien o el mal y forzados a inclinarse sólo al bien por voluntad de Dios. Pero, aceptada por mi fe la forma de enfrentarse al problema por parte de Dios Padre, me embarga el corazón la figura de ese Ser Supremo que, en su segunda persona, sufre voluntariamente el tremendo dolor de la Pasión, sólo y exclusivamente por amor al ser que, en su Primera Persona, había creado.

Hay quienes al llegar este tiempo sublime de la Semana Santa salen a la calle y visitan las Iglesias embargados con mi misma emoción y hay quienes lo hacen con sentimientos diferentes, que incluso son criticados por los más ortodoxos. Yo en cambio considero una reafirmación más de la fundación divina del cristianismo, esta fuerza arrolladora que, a muchos cristianos e incluso a no creyentes o a los tibios, les lleva a saludar enardecidos al Cristo que procesiona, a piropear a su Madre, a hacer auténticos sacrificios, como el de los costaleros, o a pasar por lacerantes sufrimientos como el de los empalados o los crucificados. Si la imagen doliente del Papa, y no digamos la de su antecesor que revivía en el Viacrucis del Viernes Santo el suyo particular de modo muy evidente, me ejemplarizan, para mí no es menos evidente la fuerza del Cristianismo, -que para tenerla tanta sólo puede emanar de un Ser Superior- cuando veo tanta muchedumbre congregada en torno a la expresión religiosa de estos días. Si el Cristianismo fuera simplemente una doctrina humana, una ideología, ¿Por qué no ha sido superada a lo largo de los siglos como ha sucedido con tantas doctrinas salidas de la lucidez puramente humana?

Los políticos españoles, creyentes, ateos o blasfemos intolerantes, que de todo ha habido y hay, deben saber bien cómo ha calado el cristianismo en nuestro pueblo y hasta qué punto –al margen de que muchos tome la Semana Santa por mero tiempo vacacional- en estos días la atención no está puesta en el acontecer cotidiano, sino en el recuerdo histórico y sagrado. Por eso, desde Suárez, eligiendo el momento de endosar a la nación el retorno de un Partido Político al que los ciudadanos no estaban muy proclives, hasta este Zapatero remendando su Gobierno, aceptan que el mejor tiempo para tomar decisiones sin que, por fuertes que sean, encuentre mucha oposición en el pueblo, es éste donde su principal quehacer, es vivir, a favor o en contra, la Semana Santa. Pero, cuando ya entramos en el final del dolor, y mientras escribo se acerca la hora del Sábado de Gloria y de la Resurrección, sí que alguna inquietud habremos de mostrar frente a una remodelación gubernamental que nos pone en sede Vicepresidencial al ex presidente de una Autonomía donde al paro es más agobiante que en ninguna otra y a una ingeniera-economista cuyos derroteros no han ido precisamente por los que necesita transitar para salvar a España de una crisis espectacular. Si a ello añadimos la presencia del inefable licenciado en EGB, Pepiño Blanco, que sustituye a Maleni sin mejor currículo que la despedida, y a una muchacha de cine que viene a ser como encajonar la cultura en una película, no podemos esperar sino que de Anás pasemos a Caifás; o, de recordar la Pasión de Cristo, a soportar la que nos espera, - y nosotros sin quererlo, sino por imposición de quienes tan torpemente nos gobiernan-, a todos y cada uno en el día a día.

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