miércoles, abril 15, 2009

La semilla de Europa vive hoy fuera de Europa

En Melville, por ejemplo, barrio de Johannesburgo

La semilla de Europa vive hoy fuera de Europa

Lo blanco besa a lo negro y a la inversa, el contraste se hace concorde y los labios ya añoran la convulsión de las reinas africanas cuando una de sus Gildas se deshace del guante que esconde los secretos de su piel de ébano, y toda su femineidad fulgura en todo su cuerpo, que en África la mujer se enorgullece de sus pechos, sus caderas y su sexo, que en África la mujer es mujer, y nada quiere saber del igualitarismo homogeneizante de sexos y caracteres.
La semilla de Europa no se encuentra hoy en Europa, sino en América, África, Asia y Oceanía. Sólo en sus tierras pudieran crecer nuevas Atlantis, mientras la vieja y decadente Europa muere de su Alzheimer lobotomizante.

EDUARDO ARQUES

15 de abril de 2009

Melville es la paleta en la que todo se mezcla, es el Shangri-La urbanita de todo escritor de costumbres, es la Colmena de Don Camilo, es el Bar de Rick en Casablanca reflejado en el espejo de Don Ramón. Por sus calles, Ugarte y el Signor Ferrari trapichean con los incautos de ultramar, y Rick bebe su whisky, solitario, en su mesa de melancolía, mientras el fantasma de Ilsa aún le dice “Richard, cariño, me iré contigo”.

Una Doña Rosa negra va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su enorme trasero; mientras bebo otro Dry Martini, la vida fluye incesante y el humo de mi cigarro se hace verbo. Lo racial se difumina ante el ojo del impresionista, y lo blanco se enamora de lo negro, y lo negro de lo blanco. Los Miserables de Victor Hugo patrullan 7th Street vendiendo sus baratijas inservibles, mientras Los Nadies de Galeano aparcan, cuidan y limpian los carros de la marabunta, o simplemente se procuran unas monedas con las que comprar su licor mediante ruegos y lamentos. En las entrañas de la barriada, los nuevos camellos recién llegados de Nigeria, Zimbabue o Mozambique ofrecen su dagga cabezona a pie de calle, mientras los ya establecidos reparten cocaína a domicilio, sus autos adornados con pegatinas de “Jesus is my Lord”, sus sonrisas blancas deseándole buena salud a la familia del dedicado consumidor.
En la mesa de un café, Marlow se toma un respiro en su viajar por el corazón de las tinieblas y sorbe ostras con Moët mientras, muy cerca de su figura, un grupo de actores, pintores, músicos y poetas brinda a la salud del viajero. Lo blanco besa a lo negro y a la inversa, el contraste se hace concorde y los labios ya añoran la convulsión de las reinas africanas cuando una de sus Gildas se deshace del guante que esconde los secretos de su piel de ébano, y toda su femineidad fulgura en todo su cuerpo, que en África la mujer se enorgullece de sus pechos, sus caderas y su sexo, que en África la mujer es mujer, y nada quiere saber del igualitarismo homogeneizante de sexos y caracteres.
En Melville aún caminan blancos con el coraje de sus ancestros europeos, como Juan Vercueil, de sangre italiana, alemana y a saber qué más, homosexual confeso proveniente de una familia de Testigos de Jehová, el cual cierra su pequeña empresa, que emprendió a la edad de dieciocho años, vende todas sus pertenencias y se embarca a cruzar el Atlántico en barco, a la antigua usanza, exponiéndose al infinito, Lord Jim en su memoria profunda.
La semilla de Europa no se encuentra en Europa, sino en América, África, Asia y Oceanía; la semilla pitagórica aún crece allá, ávida de saber profundo. Sólo en sus tierras pudieran crecer nuevas Atlantis, mientras la vieja y decadente Europa muere de su Alzheimer lobotomizante.
¿Cómo crear personajes como Rick o Lord Jim, si apenas existen en esa Europa de alma amojamada? ¿Cómo dar a luz a nuevos Conrads o Kiplings que se adentren en el corazón de las tinieblas o se abran a la magia del caos primigenio? ¿Qué Henry Miller o Ernest Hemingway se pasearán por una Europa que bosteza entre los algodones de su Democracia Social y Cristiana, esa Sociedad del Bienestar cuyo ancla es el miedo? ¿Para qué escribir sobre/para un país como España, que se regodea en la mierda y la ignorancia, que ya no habla, sólo brama, que vive sumido en un sopor de oficina y sofá entre semana, y cuyo único deseo es arrojarse a un estupor de borrachera vacía y superficial, que mea y vomita por las calles de su ciudad, que sólo cagar les faltaba? ¿Cómo escribir sobre ésta nuestra sociedad de los hombres sin alma: los zombis?
¡Ay, Platón, por tu mundo de las ideas nos anclamos en tú caverna! ¡Maldiciones al macedonio, su sustancia y su forma! ¡Vade retro a los tomasinos, que aplicaron la Teoría de la Computación en el ser humano, reduciendo su modus operandi a dos dígitos! ¡Ah, Descartes y su cogito ergo sum, que enterró al alma en la mentira de la razón! ¡Los dioses nos libren de imperativos categóricos! ¡Cómo tolerar el engaño de Hegel y su Historia progresiva! ¡Cómo dormir tras el advenimiento de materialistas y positivistas!
En Melville se asevera y no se opina, como la chusma hace, y el viejo desdentado lleva sus muletas y su miseria con el orgullo que da el saberse sin nada que ganar ni que perder. Todo se besa en la Calle Siete, las poderosas luces del centro de Johannesburgo en el cercano horizonte. Siempre habrá una sonrisa en el rostro pálido o achocolatado de uno de sus inacabables camareros, y las propinas conformarán su pan. El negro acomodado fumará un buen habano junto al coñac del blanco, el mestizo guiará su mirada tras un trasero femenino y los homosexuales se besarán sin el descaro de las miradas impertinentes de los fariseos de la moral única y verdadera.
¡Dionisos bendiga por mucho tiempo este oasis más allá del bien y del mal!

http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=3090

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