miércoles, abril 08, 2009

Eclipse de Gobierno

Eclipse de Gobierno

BENIGNO PENDÁS, Profesor de Historia de las Ideas Políticas Publicado

Miércoles, 08-04-09 a las 03:23
O hay milagros en tiempos de crisis, pero las únicas recetas tienen nombre conocido: liderazgo, confianza, eficacia y eficiencia. Aquí y ahora, nada o casi nada. Zapatero confirmó ayer las carencias del socialismo flotante. Una propuesta política frágil, fiel reflejo del perfil posmoderno y liviano de su autor. Lugares comunes bajo disfraz de retórica grandilocuente sobre un «cambio de época». Si hay tal cosa, el presidente y su nuevo equipo están lejos de dar la talla. En términos de Maquiavelo: el líder nunca tuvo «virtud», pero durante algunos años supo atraer hábilmente a la «fortuna». Ahora, tampoco lo consigue. Gestión torpe de los tiempos; maniobras mediáticas que no controla; otra vez, anécdotas que ocultan categorías… Para decir toda la verdad, Zapatero aprendió a medias la lección del terrorismo, y sería injusto negar que las cosas pueden ir bastante mejor en el País Vasco. Incluso ha salvado con aprobado mínimo el largo maratón de la «cumbre» interminable en política exterior. A pesar de todo, sigue siendo un político de partido, nacido y criado en el confuso reparto de los equilibrios internos, única explicación razonable para este cambio de Gobierno largamente anunciado. Muchas apelaciones al interés general, para terminar jugando las cartas que más convienen en Ferraz.
Cuando dicen «mayor peso político» quieren decir —supongo— desembarco del PSOE en el Consejo de Ministros, a través de Manuel Chaves y de José Blanco, sin olvidar a Trinidad Jiménez. Mensaje inequívoco: intocable Rubalcaba, el núcleo duro del viejo y el nuevo socialismo confluyen en un Ejecutivo que, a salvo el paso implacable del tiempo, también podría presidir Felipe González. Cierre de filas, por tanto, con un recado para aliados esquivos y aspirantes indecisos. Sin duda, Chaves es un peso pesado, capaz de bloquear las ambiciones de algunos «compañeros» díscolos a la hora de exigir dineros y prebendas. Otra vez empiezan las apuestas sobre el futuro que aguarda al estatuto catalán en el Tribunal Constitucional. En todo caso, su retorno desde Sevilla alivia la sensación de parálisis que atrofia al régimen andaluz. Blanco mandará mucho repartiendo infraestructuras a cambio de asumir la función de gestor eficaz: no se adivinan dotes excepcionales para ello en el titular de Fomento, pero siempre podrá contar con la ventaja comparativa. Cara amable para las políticas sociales, a la vez que el presidente salda una deuda personal. También aquí hay dudas sobre la eficacia, porque las buenas palabras no arreglan el drama de los parados ni agilizan las ayudas para los dependientes. Una vez más, la democracia mediática es el reino de la imagen y la ideología. Las piezas encajan peor en el caso de Elena Salgado. Acumula muchos cargos en su larga trayectoria, con balance desigual y perfil indefinido para la opinión pública, fumadores al margen. No tienen gran presencia en el partido, ni le sobra prestigio intelectual o académico, ni parece contar con vínculos especiales en el mundo de las grandes empresas. Los elogios de Zapatero acerca de su eficacia oscurecen todavía más las razones de fondo. Nadie conoce a la nueva vicepresidenta económica por sus tesis keynesianas o sus hipótesis sobre la reforma fiscal o la disciplina e intervención de las entidades de crédito. Pedro Solbes era la viva expresión de un político amortizado, pero su sucesora transmite poco más que una imagen correcta y muchos años de oficio ministerial. El presidente sabrá los motivos ocultos, porque no hay intérprete capaz de ofrecer solución al enigma. La vida da muchas vueltas, y conviene no hacer profecías. Hecha la salvedad, es difícil entender que una ministra de rango secundario pueda asumir el liderazgo de la economía española ante una crisis de dimensión universal. Si los poderes públicos tienen a día de hoy el deber inexcusable de transmitir confianza, Salgado tendrá mucho que demostrar en este terreno. Cabe suponer que dejará de acudir al Auditorio y al Teatro Real. Cuando pueda cultivar otra vez sus selectas aficiones musicales, será un indicio de que ha visto la luz al final del túnel. Ojalá sea pronto.

Las demás novedades aportan poca cosa. Gabilondo conoce el terreno que pisa: lejos de la metafísica, el aparato universitario impone sus criterios de cara a la operación Bolonia. González Sinde sabe de cine, claro, pero seguramente Molina dominaba con mayor amplitud el complejo terreno de la cultura y la lengua española. Última novedad: Zapatero, «ministro» de Deportes. Algo original tenía que salir de la chistera presidencial, y ya tenemos una contribución inocua a la teoría de la organización administrativa. Hay ocurrencias peores. En realidad, son adornos para la galería, simples peones en el juego de una estrategia que dice mucho acerca del desgaste acelerado de un Gobierno incapaz de cumplir un año de ejercicio. Entre los que resisten, hay casos significativos. Moratinos hizo a tiempo los deberes, y se salva gracias al G-20 ampliado y las secuelas de los últimos días. Chacón ha perdido su primera oportunidad para el ascenso: cuidado, porque las modas son fugaces tanto en la política como en la vida. Aído prolonga su equívoca tarea, también aquí al servicio de una visión estrictamente partidista. Sobreviven algunos ministros de tono menor y algunos departamentos casi sin competencias: incluso en estado de alarma financiera, un buen socialdemócrata es incapaz de hacer guiños a la austeridad presupuestaria. Hay querencias que no tiene remedio.
Eclipse de Gobierno, para los amantes de una analogía astronómica. Tal vez el presidente podría preguntar al «amigo» Barack Obama sobre los criterios para formar un gabinete basado en el mérito y no en la disciplina partidista. Zapatero agota su crédito en un año escaso, tal vez porque no supo o no quiso admitir la evidencia y presentó un equipo más bien liviano para disfrutar de ciertas alegrías imaginarias. Al modo de William Faulkner, el ruido y la furia hacen naufragar un barco sin rumbo. Sin embargo, la referencia literaria es ahora el camino trágico hacia la mítica California de los granjeros expulsados de su tierra por la crisis del 29. Al llegar, he aquí la terrible alternativa: un mercado insensible al sufrimiento o el falso espejismo de los «poblados» creados por la ingeniería social en forma de «New Deal». Me refiero, ya saben, a «Las uvas de la ira», la formidable novela de John Steinbeck. Por fortuna, el ser humano es incapaz de adivinar el futuro. No obstante, es difícil equivocarse en este pronóstico: el nuevo Gobierno —seña de identidad del socialismo pasado, presente y futuro— suscita una confianza muy limitada, incluso entre los afines. La sociedad española sigue perpleja: ¿no tenemos nada mejor para hacer frente a una crisis de proporciones excepcionales? La respuesta, querido lector, es muy previsible. Tal vez ahí reside el verdadero problema.

http://www.abc.es/20090408/opinion-/eclipse-gobierno-200904080323.html

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