viernes, abril 24, 2009

En busca de unos agentes políticos

En busca de unos agentes políticos

MANUEL JIMÉNEZ DE PARGA de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

Viernes, 24-04-09
El acto político se caracteriza por su capacidad para mover voluntades ajenas. Tal influencia de unos seres humanos sobre otros seres humanos ha de tener una cierta importancia. No todas las acciones que afectan a las conductas ajenas son políticas. El sistema de relaciones interpersonales, así como la mayor o menor presencia de los instrumentos de comunicación, son datos a tener en cuenta.
Ahora se moviliza a la gente con medios varios y complejos. La acción de un individuo aislado no es capaz de ser acción política. Sólo los grupos pueden tener un quehacer que incida en el modo de convivir, en la realidad política.
La conclusión de esta presentación del ámbito de lo político es que los partidos son convenientes en este siglo XXI, pues los otros grupos que hacen política -los denominados grupos de presión- defienden intereses particulares, olvidándose o menospreciando el bien común.
Los partidos, en suma, son instrumentos fundamentales para la participación política. Pero, ¿qué clase de partidos? Si cumplimos lo que dice la Constitución Española, los partidos han de tener una estructura interna y un funcionamiento democráticos (art. 6).
He aquí la meta a alcanzar. Lo que no resulta fácil. Los temores de burocratización de los partidos expresados por Max Weber (1922), o los anteriores reparos de Ostrogorski (1902) y Michels (1911) a las tendencias oligárquicas, no han desaparecido de nuestro horizonte, sino que han aumentado. En este siglo XXI los partidos se configuran como organizaciones de empleados.
La evolución histórica ha sido rectilínea. Los primeros partidos políticos fueron «partidos de notables», antes de que se estableciese el sufragio universal masculino. Luego se imponen, poco a poco, los «partidos de masas», según el ejemplo de la socialdemocracia alemana. Como tercera especie de partido, tenemos en escena a los «partidos de electores», o partidos «atrapa todo» (catch-all). Y finalmente, como una forma degenerada que se extiende en este siglo XXI, «el partido de empleados», es decir de personas que se afilian a un partido, obtienen su modo de vida en el seno del mismo y carecen de espíritu crítico ante lo que ocurre dentro del partido y fuera de él. Son «empleados» con la disciplina de los servidores en las empresas mercantiles.
Estos «partidos de empleados» no preocupan a ciertos autores que analizan el fenómeno. Es el caso de A. Schifrin que, discrepando de Michels, considera que la burocratización y la oligarquización pueden combatirse eficazmente potenciando la libertad de expresión, la autonomía de las agrupaciones y el cumplimiento de los estatutos que garanticen la democracia interna. Y Stammer, con otra perspectiva, estima que los problemas de la democracia interna de los partidos no tienen su razón de ser en la propia organización, sino que reflejan la tibieza, apatía e inhibición de los militantes y del conjunto de la sociedad. Influye decisivamente en lo que ahora son los partidos políticos la manera nueva de comunicarse los seres humanos y de conseguir la movilización de las voluntades ajenas; en definitiva, el modo de realizar actos políticos.
Antes de 1960 (una fecha simbólica por el cara a cara en TV entre Kennedy y Nixon), la comunicación fué personal y directa. Era la época de los mítines, cuando se consideraba un éxito que acudiesen unos centenares de entusiastas a un teatro o a un local de un cine. Llenar una plaza de toros era la aspiración máxima.
En la primera mitad del siglo XX, la radio es el medio de movilizaciones asombrosas. Durante la Guerra Civil española las intervenciones del general Queipo de Llano, en Sevilla, fueron decisivas para lo que ocurrió en Andalucía. Yo que viví de niño aquellos acontecimientos me atrevo a afirmar que sin la radio de Queipo el discurrir de los sucesos en Granada hubiera sido probablemente distinto.
A partir de 1960 comienza la «televización de lo público». No es que la TV sea un nuevo poder, como se decía de la Prensa como cuarto poder, junto al Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. La televisión formaliza el ejercicio de todos los poderes, tanto los políticos como los de otra clase. Los poderes económicos, los culturales o los religiosos, por ejemplo, se potencian considerablemente con su ejercicio por TV. La televización de lo público define una etapa histórica.
Pero tal situación de la segunda mitad del siglo XX ha cambiado y en el siglo XXI nos hallamos en la «sociedad en Red». Los medios de comunicación de masas han abierto nuevas vías para el contacto directo entre los ciudadanos y sus líderes políticos, lo que supone -leemos en Montero y Gunter- que estos últimos ya no precisan de los cauces partidistas tradicionales. La rápida extensión del acceso a Internet ha creado redes masivas y complejas de comunicaciones horizontales directas entre los ciudadanos y ha establecido, al mismo tiempo, bases potenciales para la segmentación de los mensajes que envían los políticos a sectores específicos y especializados de la sociedad.
Ante lo que está ocurriendo, en esta Sociedad de la Información -según la calificación de algunos-, se podría llegar a la conclusión de que nos hallamos con un declive de los partidos políticos. Lawson y Merkl participan de esta opinión: «Pudiera ser -escriben- que el partido como institución estuviera desapareciendo gradualmente, siendo reemplazado de forma paulatina por nuevas estructuras políticas más adecuadas a las realidades económicas y tecnológicas de la política del siglo XXI».
Son tres las amenazas más notables: los grupos de interés, operando como grupos de presión, intentan superar la fuerza de los partidos; los movimientos sociales, a veces bajo la forma de una ONG, pretenden una presencia creciente en el panorama de las naciones y en el orden internacional; y los partidarios de la democracia directa aprovechan el momento para sustituir la representación obtenida por los partidos.
Sin embargo, debemos anotar una reacción de los partidos y de sus defensores. Aldrich dice que las 3 D (decaimiento, declive, descomposición) deben ser sustituidas por 3 R (reaparición, revitalización, resurgimiento).
Lo cierto es que el panorama se ha complicado con las democracias (a veces frustradas) en países europeos sin tradición democrática.
Con «partidos de empleados» el régimen democrático no funciona. Hay que buscar otros agentes políticos. En España padecemos las deficiencias de una representación desfigurada por una mala ley electoral. Volvemos a decir, una vez más, que los cimientos del edificio, que debían ser sólidos -la voluntad popular formada y manifestada mediante elecciones libres y democráticas- se quebrantan.

http://www.abc.es/20090424/opinion-tercera/busca-unos-agentes-politicos-20090424.html

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