viernes 17 de abril de 2009
Los barrotes que nos protegen
Óscar Molina
“Quienes entregan su Libertad a cambio de Seguridad, no merecen tener ni Libertad ni Seguridad”.
Benjamin Franklin.
EL inicio del declive de una sociedad suele venir marcado por su propia renuncia a los principios y valores que la empujaron a ser como es. La nuestra ha tenido su origen y la base de su consolidación en la consideración de la Libertad del individuo como sagrado motor de crecimiento moral y material. Ese derecho de cada hombre a buscar su propia felicidad consagrado en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, condensa la esencia de una forma de entender la existencia que otorga al ser humano algo tan valioso e imprescindible como el albedrío que le hace persona.
Hoy en día, la Seguridad viene siendo un valor tan tenido en cuenta que está comenzando a roer nuestra Libertad, a acabar con ella y a convertir nuestro modelo social en algo que ignoro si será mejor, pero que desde luego es distinto. No es que yo me oponga a todo aquello que aumente los niveles de Seguridad en todos los órdenes, pero sí digo que hacer de ello el valor supremo, incluso al precio del menoscabo de la Libertad nos convierte en otra cosa. Fundamentalmente porque la consecución de la Seguridad absoluta es imposible, mientras que la Libertad es tremendamente frágil. Vivimos relativamente más seguros, eso lo hemos conseguido a medias. Somos menos libres, en eso vamos camino del éxito total.
A raíz de los atentados del 11-S se desató una histérica obsesión por la Seguridad, comprensible en un primer momento, que ha dado con nuestra Libertad en el baúl de los trastos viejos e inservibles.
A lo largo de mi vida profesional he visto muchos controles a pasajeros de avión en los que el ciudadano ha de soportar que se patee su intimidad con preguntas sobre lo que lleva en sus maletas que no vienen a cuento para nada. En los que se pisotea la más básica de sus dignidades hablándole como se habla a las vacas y elevándole la voz de manera absolutamente innecesaria, por parte de advenedizos con uniforme que revelan cuál es su verdadero alcance profesional y cuánto disfrutan con una ocupación hecha a la medida de sus complejos. El sujeto controlado, por lo general, lejos de rebelarse contra ciertas formas, acepta con lanar abnegación que lo humillen; y lo hace porque piensa que es necesario. Me ha producido tristeza infinita el acatamiento indubitado de órdenes del tipo “¡Venga Vd. aquí!” o “¡Le he dicho que abra la maleta! ¿Es que no me ha oído?” lanzadas desde la dudosa autoridad que proviene de unos galones en los que pone “Prosegur”. Harto triste es que el Estado se confiese incapaz de hacerse cargo de los controles que presuntamente garantizan la Seguridad del ciudadano, como para que además quienes los llevan a cabo en dudosamente acertada delegación vengan a tratarnos con chusqueros modos cuarteleros.
Da igual, el sufrido pasajero traga que se le haga miembro de rebaño mientras la verja de la granja impida entrar al lobo.
Toleramos que se coloquen cámaras de vigilancia en todas partes, que se nos pregunte dónde vamos a residir cuando entramos a cualquier país o que se nos impida decidir si nuestros hijos pueden comer en el área de fumadores de un restaurante. Penoso es que no haya surgido un movimiento social que abogue por no conducir, no comprar combustible y por lo tanto privar al Estado de una importante fuente de ingresos hasta que se eliminen auténticos radares trampa que nos multan en situaciones surrealistas “por nuestra Seguridad”. Da igual, el pagano acepta los radares, le cuenta al funcionario de turno que va a pasar unos días en casa de su hermana en Kansas, acepta que un tío sentado en un cuarto de vigilancia vea cómo le mete mano a su novia o tolera que el Estado que educa a sus hijos en valores que no elige decida dónde comen y a qué humos se exponen. Todo ello por vivir más seguro.
No votamos opciones políticas que nos prometen marcos para que seamos nosotros mismos los encargados de mejorar nuestra vida desde la Libertad, no; votamos a quien nos proporciona la Seguridad de que se va a subrogar en nuestra hipoteca si no podemos pagarla, a quien nos garantiza que pondrá grano en el pesebre si perdemos el empleo, y para rizar el rizo, nuestra juventud contesta en las encuestas que su ilusión vital y profesional se encuentra en la función pública, en la Seguridad de un sueldo y un empleo de por vida, antes que en la búsqueda de la vida por los procelosos caminos que quedan fuera de la tapia.
Demandamos al médico que se equivoca, porque no concebimos que nadie pueda realizar su ejercicio profesional sin garantizarnos que no nos va a pasar nada, e ignoramos que sus acciones vienen a menudo impuestas por el recorte del Director del Hospital, que es quien de verdad decide y menoscaba su Libertad de actuación facultativa. Ese cirujano, y donde digo cirujano digo Capitán de barco, Comandante de aeronave o arquitecto de plantilla, al que estos tiempos de adoración del beneficio garantizado (seguro) le despedazan una Libertad que antes estaba en el núcleo de su función, y hoy se halla mediatizada por los gestores que venden Seguridad, la de la conservación de puestos de trabajo mientras la gallina ponga huevos y la del traspaso del eventual marrón al sujeto que obra sin Libertad.
Encerrados tras unos barrotes que pensamos que nos protegen, se nos ha olvidado todo lo bueno que tenía lo que hoy está fuera de ellos.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5152
viernes, abril 17, 2009
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