martes, abril 14, 2009

Felix Arbolí, Solo envejecen los que no aman

martes 14 de abril de 2009

Sólo envejecen los que no aman

Félix Arbolí

A partir del domingo no llevo muy buena semana, me acaban de descubrir que soy viejo, cuando yo aún perdía mi tiempo contemplando ante el espejo el milagro de mi eterna madurez. No puedo hablar ya de juventud, pues me parece excesivo. Jamás pensaba que lo de viejo iba conmigo, aunque personas más jóvenes fueran mencionadas por la prensa y las crónicas de sucesos como ancianos, en una actitud que me ofende por considerarla inadecuada y vejatoria. Nunca me he sentido viejo, esa es la verdad y esta consideración me ha mantenido ilusionado con esa quimera que hacía tiempo ya había dejado de ser una realidad, sin que yo quisiera darme cuenta.

Mi terrible despertar a la ancianidad tuvo lugar durante la mañana dominical en el autobús. Acababa de subir y al pasar ante un señor de unos cuarenta años advierto que nada más verme se levanta atento y diligente para intentar cederme su asiento. Invitación que agradecí cortésmente, pero no acepté, pues no creía correcto y necesario desplazar a ese buen hombre de su cómodo asiento para poder depositar yo en él mis descansadas posaderas. Es la primera vez que con toda educación y sin ánimos de ofenderme, todo lo contrario, me consideraban viejo. Le agradecí con una amable sonrisa ese gesto tan insólito hoy día, sin darle a entender que con su nobleza y buena acción me acababa de hacer la puñeta, pues reconocía que ya se me notaba de cara al exterior el inexorable paso del tiempo. Si lo sé no salgo de casa ese día y continuo con el bonito engaño de enfocar la vida como si los años pasaran en balde. Desde ese fatídico instante pienso que ya es notoria y reconocida mi vejez cuando un desconocido, nada joven por cierto, se siente “obligado” a cederme su asiento en un transporte público. Me duele reconocerlo. ¡Qué feo son los años cuando se acumulan en cantidades que ya pasan o se aproximan a los límites fijados en una vida normal!

Cuando se lo conté a mi mujer se echó a reír y me dijo que a mi edad era normal que eso ocurriera, aunque no sean habituales estos detalles de extremada educación y compostura. Al ver mi expresión de terror lo quiso suavizar diciéndome que no era viejo, sino una persona mayor. Antes de llegar al generoso y educado pasajero, pasé ante un joven de color y no hizo el menor ademán de levantarse. Se conoce que andaba aún cansado de su viaje en la patera o que en su poblado los ancianos, que aquí serían personas en plena madurez, ya se consideran como calderilla. Aunque tampoco le hubiera aceptado su hipotético ofrecimiento. El día que necesite que me cedan el asiento, no subiré a un autobús, sino que utilizaré el taxi o me quedaré sentado en un banco público dándole de comer a las palomas, aunque no sean bichos de mi devoción después de leer el libro de Patrick Suskind. .

Lo curioso y sorprendente es que cuando me miro al espejo siempre veo la misma cara, el mismo rostro, con un aspecto algo más cansado y un cabello más blanco, pero sin que apenas se me note el paso de los años, a mi parecer, ya que soy persona que no tiene arrugas y sí una sonrisa fácil y eso aviva las facciones y rejuvenece el aspecto. Dicen que la procesión irá por dentro, pero en mi caso no es así, pues no me he visto ni he pensado que he llegado a la vejez. Es más, siempre he tenido el presentimiento de que llegaré al límite vital sin haber pasado por el tiempo de los achaques, las chocheras y los traspiés. Tampoco en mi forma de andar noto o me doy cuenta, que estoy tirando de un carro bien cargado de años y dice que éstos suelen ser lo que más pesan. Suelo andar al mismo nivel que mis hijos y no tengo que ir retrasando el ritmo de ellos.

No obstante, el próximo año, si Dios quiere, se cumplirán los cincuenta años de nuestro matrimonio y deseo celebrar por todo lo alto y con todos mis hijos y nietos las bodas de oro. Quiero volver a casarme por la iglesia con mi mujer y creo que serán momentos muy emocionantes poder vivirlos Espero que Dios me conceda la oportunidad de hacer realidad esta ilusión. Ya ver a mis nietos casados me parece excesivo y tampoco me gustaría ir a esa boda en brazos de algunos, sobre sillas de ruedas o en condiciones que se piensa en la muerte como en una auténtica liberación.

Yo sólo le pido a Dios que cuando no sirva para valerme por mi mismo, ni sea capaz de construir una frase o amar, me de la boleta para el otro barrio. Estorbos los menos posibles, por mucho amor que intenten demostrarme. Cuando nuestra vida supone un sacrificio para los seres que nos quieren el mejor remedio y nuestra mejor manera de agradecérselo es dejarlos tranquilos y en paz, que sólo nos recuerden cuando estábamos activos, pensábamos razonablemente y éramos capaces de ofrecerles algo de utilidad y satisfacción.

Dicen que sólo es viejo el que no ama, ya que el amor es la clave de una eterna madurez sentimental y física. Mientras exista en la mujer o en el hombre una mínima necesidad de amar y ser amado, esa persona no está acabada, ni puede considerarse en la vejez. Y yo siempre he amado y amo con exceso y sigo enamorado como un cadete de la belleza femenina, desde que tuve uso de razón y mis ojos me advirtieron que lo que estaba viendo no era un sueño o un prodigio, sino una mujer de verdad.. Mientras el “alemán” no se acuerde que existo, nada será capaz de superar, ni aún de igualar la perfección de esa obra maestra que Dios puso en el camino del hombre para darle un poco de nobleza, y serenidad al potro desbocado que lleva en su interior y hacerle gozar de su escondida sensibilidad. Sólo por haber sido capaz de hacer algo tan bello, tan perfecto y tan sublime, sería suficiente para reconocer su existencia. Ni el big-bang, ni el caos, ni la evolución de las especies, podría ser capaz de realizar algo tan prodigioso, capaces de enloquecernos. No hay ejemplo de amor más sincero y natural que el de una madre, la sublime realización de la mujer, ni palabras tan llenas de sentimiento como las que se nos escapan del alma cuando decimos “Te quiero” o guardamos un elocuente silencio, mientras estamos fijos en la mirada de la mujer amada. No hay sensación que pueda comparecérsele y el que no haya sido capaz de experimentarla, ha perdido inútilmente el tiempo más hermoso de su vida. Si es por amor, ya debería representar no más de quince años. Por lo que aún puedo viajar de pie en los autobuses y Metros. Mientas el cuerpo aguante y los sentimientos afloren, no hay de qué preocuparse...

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp

No hay comentarios: