lunes, abril 13, 2009

Ismael Medina, El parto de los montes

lunes 13 de abril de 2009
El parto de los montes

Ismael Medina

R ODRÍGUEZ ha movido piezas un año después de la remodelación de su gobierno tras ganar las elecciones generales. Mero cambio de peones del que los nombres importan menos que la trastienda coyuntural de los cambios.

Hubo un tiempo en que algunos astrónomos sostenían la existencia de universos superpuestos en forma de hojaldre. Ocurre algo parecido con el hojaldre de poder del autoproclamado “rojo” Rodríguez. Lo ha venido a ratificar Solbes en su despedida. Obvió toda referencia explícita a Rodríguez. Pero dejó caer que había sido víctima de “limitaciones” durante su criticado periodo de vicepresidente económico. No le exime de culpa el que fueran otros, respaldados por Rodríguez, quienes le forzaron a asumir lo que consideraba inadecuado e incorrecto para afrontar la recesión. Otro en su lugar habría dado el portazo a las primeras de cambio. Pero Solbes se ha caracterizado siempre por su mentalidad de disciplinado funcionario, lo mismo con Felipe González que en la Comisión Europea o a las órdenes de Rodríguez. De él puede decirse que es el portaestandarte de la catástrofe económica por contumaz proclividad a la obediencia.

Convenía la anterior anotación para explicar que la descabellada política económica del gobierno la condujo en todo momento la Oficina Económica de la presidencia del gobierno, intérprete fiel de las ocurrencias de Rodríguez a la hora de adobarlas de cara a la galería. A Sebastián le ha ocurrido otro tanto al frente del ministerio de Industria. Le han desmontado sus pintorescas decisiones desde la Moncloa cada vez que comparecían sus contraproducentes efectos en la opinión pública. Importaba menos el calado de tales ocurrencias que sus efectos sobre las posibilidades electorales del partido en progresiva regresión.

Cuatro capas de hojaldre se superponen en el esquema de poder de Rodríguez: un gobierno en la sombra, que parte el bacalao, compuesto por los cientos de asesores que le rodean en la Moncloa, agrupados por especialidades bajo el mando de una suerte de ministros sin carera, pero con poder efectivo; un gobierno que ocupa las poltronas de una ficticia legitimidad democrática; el núcleo rodriguezco de la dirección del partido conectado al gobierno en la sombra y con efectivos de vigilancia en torno a los ministros con titulación de tales; y abajo del todo, el hojaldre en fermentación y sin cuajar del confederalismo. En medio, entre las láminas de hojaldre, aguaza de desaprensivos, advenedizos y burócratas que, cual sanguijuelas insaciables, se adhieren a las venas del sistema, lo desangran, lo hipertrofian y distorsionan el flujo de comunicación. Y sin olvidar a Pérez Rubalcaba en su papel de muñidor de todas las salsa.

También acuñaron astrónomos el teorema de que el desorden es manantial de nuevo orden. Podría ser cierto en el ámbito del juego de fuerzas en el universo. Incluso referido a los procesos de emergencia y decadencia de los imperios que definieron los ciclos históricos, muy prolongados en la antigüedad, pero cada vez más reducidos en el tiempo a causa de lo que el profesor Fueyo Álvarez , antes de otros, definió como agonía de la historia. El detentador de la batuta de cada imperio puso orden en el espacio territorial cuyos límites se conocían. Eran tan “globales” como el actual norteamericano que asumió el liderazgo del ciclo relativista a que me refería en mi anterior crónica. Y cuando el imperio se pudre, entran en putrefacción sus partes. Se generaliza el desorden. Es la hora de lo liderazgos de bajo perfil, los cuales fían su permanencia en formas de despotismo sobre las que levantar el armazón de una falsa imagen de poder incuestionable, sostenido por solícitos peones cuya relevancia proviene de la sumisión a quien tiene las llaves del acceso al pesebre.

El apresurado, superficial y esperpéntico lavado parcial de la segunda capa del hojaldre abordada por Rodríguez no afectará a la estructura descrita del hojaldre, salvo en las raciones de sangre institucional a unas u otras sanguijuelas. Tampoco afrontará con instrumentos eficaces los dos más graves problemas que consumen a España: el pavoroso hundimiento de nuestra comatosa economía y la descomposición del Estado unitario.

El perfil de los que entran en el segundo estrato del hojaldre y de los que permanecen, pese a su inutilidad, nos sitúan ante las dos e inalterables constantes de la ejecutoria de Rodríguez desde su acceso al poder “por accidente”: apalancarse en el sillón moncloaca mediante el control de los circuitos electorales; y aniquilar el magma católico que dio contenido moral e histórico a España. Para lo uno y para lo otro precisa rodearse de personajes y personajillos que no le hagan sombra, acepten todo tipo de humillantes servidumbres, sueñen con revivir lo peor del frentepopulismo republicano, respondan al patrón francmasónico y hagan suyos sin rechistar las directrices del Nuevo Orden Mundial.

Rodríguez es un hombre de partida chulesca aún más que de partido. Carece de espíritu y sentido de hombre de Estado, cual corresponde a un advenedizo con la cabeza más huera que un huevo perdido en un lodazal y vaciado por las ratas. Se mueve a impulsos instintivos de autodefensa que desembocan en una triple necesidad: supervaloración de un enemigo que le acecha para poner todo el esfuerzo en su debilitación y destrucción; comprar partidos de menor fuste y sindicatos que le sirvan de pretoriana guardia parlamentaria y de complemente en el acoso al enemigo político o religioso; y apropiarse por cualesquiera medios del entramado mediático, al tiempo que enmudecer a los que le sean hostiles, también ahora los emergentes del universo de la informática.

A Rodríguez le había preparado su cohorte moncloaca, con Barroso, el marido de la Chacón, a la cabeza, una hilada campaña de imagen: participación en el G-20, encuentro con el emperador Obama, más fotos en la reunión de la OTAN, el festival de la Alianza de Civilizaciones en Estambul y, como remate, la guinda de la remodelación facial del gobierno. Una puesta en escena destinada a mejorar las expectativas electorales del P(SOE) de cara los próximo comicios para el parlamento europeo. Un llamativo cascarón publicitario destinado a ocultar su absoluta incapacidad para hacer frente con rigor a los gravísimos problemas económicos, institucionales y políticos en que se deshilacha y consume España.

La interesada filtración del emplaste gubernamental en ciernes, con nombres y fecha, pilló desprevenido a Rodríguez en plena luna de miel de la ectoplásmica Alianza de Civilizaciones con su amigo mulsulmán Endogán y su jefe comunista Ban Ki-moon. Se le encresparon los nervios, perdió la sonrisa, llegó tarde a la ansiada fotografía de los convenidos, cubrió el expediente, hizo caso omiso de la ceremonia que le habían preparado para ponerle la birreta de doctor honoris causa de no se sabe qué y salió disparado para Madrid. Horas con el teléfono pegado a la oreja, confirmar nombramientos pactados, poner remiendos, remover competencias y mantener el timo feminista de la paridad. Le pudo la ansiedad del ego y sacar pecho el martes con la visita protocolaria al monarca, el anuncio de los nombramientos, la ceremonia de la promesa sobre el libro de la agujereada Constitución y acaparar la atención mediática. Incluso hubo necesidad de improvisar una edición extraordinaria del BOE , posible gracias a su reciente informatización, harto más propicia para subterfugios que la desaparecida edición impresa. Debió llevar los decretos para la firma apresurada del monarca cuando acudió a comunicarle el bodrio.

Dio Rodríguez sobradas pruebas de su falta de madurez como político y de su total carencia de sentido del Estado. ¿Qué habría hecho en su lugar otro que sí poseyera esas condiciones? Pues cumplir lo programado en Estambul e incluso tomarse un día o dos de visita privada para conocer sus tesoros históricos y artísticos, aterrizar en Sevilla en vez de en Madrid, encerrarse en el palacio de Doñana como de costumbre en Semana Santa, madurar una nueva estrategia y aguardar un par de semanas para sorprender a los suyos y a la oposición con un profundo cambio restrictivo de gobierno por aquello de la austeridad y buscar hombres de calidad contrastada para cada ministerio, capaces al propio tiempo de tender puentes con la oposición susceptibles de comprometerla en la lucha conjunta para el intento apremiado de sacarnos del atolladero. Pero no se le pueden pedir peras al olmo.

Ramón Tamames fue especialmente ácido en sus criticas a Rodríguez en una tertulia televisiva. Sobre todo cuando recordó que Franco buscaba para cada ministerio hombres de calidad y expertos en la materia de sus respectivas competencias. Citó, por ejemplo, a Cavestany, el mejor ministro, dijo, que ha tenido España en mucho tiempo. Y a Ullastres, un gran ministro de Comercio que logró una Acuerdo Preferencial con la Comunidad Europea incluso más ventajoso para España que el del ingreso sin reservas y a calzón quitado de la democracia. También otros a los que podríamos añadir más nombres quienes vivimos aquel largo periodo. Una pragmática política de Estado que hizo posible superar la tremenda ruina de nuestra guerra y cuya recuperación condicionaron la guerra mundial y el posterior aislamiento internacional derivado de los pactos de Yalta y Postdam con Stalin.

Antonio Castro Villacañas, gracias a sus lúcidas Apuntaciones sobre el régimen de Franco y el juego de las fuerzas políticas que seguían teniendo personalidad propia en el seno de Movimiento, me libera de mayores precisiones y de su distribución de espacios de influencia. Pero además de coincidir con lo dicho por Tamames, considero oportuno añadir algún otro elemento de juicio. Este, verbigracia: ahormar el equilibrio de las partes en el gobierno a lo que en cada periodo entendía que mejor se acomodaba a lo conveniente para España en cada coyuntura nacional e internacional. Podía sentir mayor o menor simpatía para unas u otras facciones. Pero como hombre de Estado, que no político partidista, las obviaba a la hora de engarzar sus equipos de gobierno con criterios de eficacia. Fió en la autarquía, ahora tan denostada, cuando no quedaba otra escapatoria para salvar los nocivos efectos del asilamiento. Pero caído éste al socaire de la guerra fría, no dudó en cambiar el rumbo de la política económica con los Planes de Desarrollo, encomendados a tecnócratas de corte liberalista, aunque sin cejar en el fortalecimiento de un sistema de justicia social, el más avanzado de Europa. Ese pragmatismo, característico de un estadista, frente a no pocas de cuyas iniciativas nos opusimos ardorosamente los joseantonianos, hizo posible la industrialización de España como soporte para pasar del subdesarrollo a una economía próspera, la creación de una extensa y nueva clase media de la que nuestra nación había carecido y el respeto internacional pese a la perduración de reticencias ideológicas, especialmente en la izquierda europea.

Esta fuera de lugar soñar con un nuevo Franco democratizado, como los alemanes con un nuevo Adenauer, los italianos con un nuevo De Gasperi, los franceses con un nuevo De Gaulle e incluso los norteamericanos con un nuevo Roosevelt o un nuevo Eisenhower. Los liderazgos, sean positivos o no, son siempre irrepetibles y consecuencia de las circunstancias en que emergen. Las de ahora discurren bajo el signo de la decadencia de un ciclo histórico y será necesario que el caos se agudice al extremo para la eclosión reparadora de políticos enterizos, de verdaderos liderazgos que antepongan el bien común a sus veleidades. Mientras tanto habremos de padecer ficciones como la de Obama, del que ya comienzan a desconfiar los norteamericanos que lo eligieron, o sandios titiriteros como Rodríguez, meras correas de transmisión de los poderes ocultos cuya pretensión de un gobierno mundial también comienza a mostrar grietas.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5143

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