jueves 6 de septiembre de 2007
Viaje al interior de Rajoy Pablo Sebastián
Mientras la gran tormenta económica y financiera sigue conformándose sobre el cielo español, y el Gobierno de Zapatero y sus adláteres continúan lanzando ofertas electorales de corte social, como la del andaluz Cháves sobre viviendas casi gratuitas lo que constituye un nuevo llamamiento a la inmigración española y extranjera que se instale en Andalucía, en el seno del PP no cesa la agitación política y mediática sobre el liderazgo de Rajoy y la configuración de las listas electorales de este partido. La más reciente novedad la acaba de ofrecer el presidente del PP al anunciar que el próximo lunes la Junta Directiva del PP lo nominará candidato a la presidencia del Gobierno.
Una decisión con la que Rajoy quiere cortar de plano las insidias que desde sectores políticos y mediáticos de su propio entorno directivo —los afines a Zaplana y al diario El Mundo, y antiguos colaboradores de Rodrigo Rato— se han venido lanzando desde poco antes de las vacaciones de verano para decir, incluso, que el escaso liderazgo de Rajoy que revelan las encuestas le deberían llevar a renunciar a su candidatura a la presidencia del Gobierno para dejar la cabeza del cartel electoral del PP en manos de Rato. Todo un despropósito tanto político como democrático que abriría una crisis de proporciones incalculables en el seno de este partido.
Sin embargo, el anuncio de la autonominación de Rajoy como el candidato del PP a la jefatura del Gobierno refleja también la inquietud de Rajoy y su empeño en imponer —con una cierta tardanza— su autoridad en un partido en el que las discrepancias internas y las luchas de poder llegaron demasiado lejos, sin que el líder atajara a tiempo las intrigas. Como lo debió hacer, por ejemplo, cuando aparecieron las primeras y públicas discrepancias en Madrid entre Aguirre y Gallardón.
Para entender lo que hace y medita Rajoy en este momento crucial del PP conviene analizar sus recientes declaraciones, en las que afirmaba, ante los diputados del PP, en relación con las discutidas listas electorales: “Haré las listas que más convengan al PP y a su presidente”. Una chulería fuera de tono y de lugar porque sobraba lo de “que convenga al presidente”, que no puede estar por encima ni al nivel de los intereses de su partido, que por cierto deberían estar sometidos, a su vez, a los intereses generales de los españoles.
Y si ha sorprendido esa afirmación autoritaria y egoísta de Rajoy, aún sorprende más que este político, de larga experiencia y presunto sentido común, haya sido incapaz de solucionar hace bastante tiempo el problema de las listas afirmando, por ejemplo, como habría sido lógico y sencillo, que “todos los dirigentes destacados del PP que pretendan estar en las listas al Congreso serán bien venidos”. ¿Por qué Rajoy no ha dicho esto, o algo así, no sólo en los últimos meses, sino en los últimos años? Ésta es la cuestión que se une al misterio de su lánguida dejadez política e incapacidad de actuar con contundencia en el centro de la política, así como de conformar equipos de gestión y de comunicación eficaces, con buena imagen y visión de futuro, en vez de cargar con los intrigantes de los tiempos de Aznar que producen un alto nivel de rechazo entre el electorado del centro.
¿Por qué Rajoy se empeña en liderar él solo el PP, renunciando a posibles apoyos electorales como los de Rato y Gallardón que sólo le podrían dar beneficios, por más que ambos aspiren a su sucesión si fracasa en las ya inminentes elecciones? La única explicación razonable que parece anidar en el pensamiento de Rajoy es que tiene dos retos pendientes: ganar las elecciones frente a Zapatero y consolidar con esa victoria en solitario su legitimidad como presidente del partido, al margen del “dedazo” que Aznar le dio en el otoño del 2003. Y quiere hacerlo en solitario para que nadie le diga que ganó las elecciones gracias a Rato o a Gallardón, que es lo que se va a decir si finalmente incorpora a uno o a los dos en las listas del PP.
En realidad, Rajoy, temeroso de tomar decisiones y a pesar del derecho que le otorgaba su derrota electoral en marzo del 2004, de la que tuvieron una gran responsabilidad el propio Aznar y sus colaboradores Acebes y Zaplana, no fue capaz de “matar al padre” político. De volar solo y de formar su propio equipo directivo. Y perdió esa oportunidad y otra todavía mejor, como la que le ofreció la victoria —exigua, pero victoria— de las pasadas elecciones municipales, tras las que debió convocar el Congreso del PP, abrir las listas electorales, relanzar su proyecto político y reformar su equipo.
Pero Rajoy no hizo los cambios ni en el 2004 ni en el 2007, y ahora anda con mal genio, eludiendo inútilmente el debate de las listas electorales que no se va a parar, y diciendo esa tontería de que no aceptará presiones de nadie porque, como las posiciones están enfrentadas y alguna decisión tendrá que tomar, al final acabará pareciendo que acepta presiones de unos en contra de los otros. Y cuanto más tarde en anunciar la apertura de las listas a los más destacados barones del PP —como no puede ser de otra manera—, más le van a crecer las intrigas y el espectáculo mediático que emana tanto del entorno del PSOE como del PP, cuando el verdadero espectáculo hoy día está en el desgobierno de la nación, en la galopante crisis económica y en el fracaso estrepitoso de la apuesta confederal de Zapatero y de su demencial intento de negociación con ETA.
Rajoy debe recordar que, al margen de su liderazgo y de los intereses del PP están los intereses de España, y para defenderlos de la mejor manera ha de tomar decisiones en el PP que coloquen a este partido en disposición de convertirse en una seria y contundente alternativa electoral. Porque visto lo que ha ocurrido en la legislatura y lo que puede pasar si el PSOE vuelve a ganar las elecciones, el único liderazgo que debería ponerse en entredicho antes de las elecciones —a pesar de lo imposible de esta medida que algunos han querido poner en marcha en el PP— es el de Zapatero, desde el interior del PSOE, por el bien de ese partido y de los intereses de España.
De ahí que resulte penoso e incomprensible esta urgente autonominación de Rajoy del próximo lunes y sus inoportunas palabras de que hará las listas que convengan al presidente al PP. Un soberbio “voy a ser yo”, que fue lo que dijo Aznar —prescindiendo de sus relaciones con CiU y PNV y postergando a Álvarez-Cascos y a Rato tras alcanzar la mayoría absoluta en el año 2000— en su segunda legislatura, plagada de errores y despropósitos autocráticos que llevaron a la derrota del PP.
jueves, septiembre 06, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario