lunes, septiembre 03, 2007

Oscar Molina, Emputecidos

martes 4 de septiembre de 2007
Emputecidos
Óscar Molina
"Yo sólo quiero ser mejor no me interesa tener más .Si algo pidiera es amor y lo tendré lo pida o no... si antes lo doy yo". (Oscar Morgado. Cantante y compositor.) QUÉ quieren que les diga, hay días en que uno no está para nada, ni para escribir. Supongo que será todo un poco; las personales circunstancias, los tristes acontecimientos que regala la sociedad de la información, o las hormonas, vaya Vd. a saber. El caso es que al final me animo, y supongo que lo hago porque esto de escribir es algo así como hablar con un amigo, aunque en el fondo no se trate más que de uno mismo cambiando de sillón, de hablante a oyente con cada pulsación al teclado. O igual porque les he cogido a mis cinco lectores tanto cariño y confianza que me siento en la pretenciosa posición de contarles mi vida, y entonces llego a la presuntuosa conclusión de que ese amigo que me escucha no soy ya yo mismo, sino Vd, el que está al otro lado de esta misma pantalla que inunda el Mundo moderno, y me lee. Vaya por Dios, va a resultar que si mis pretensiones no son demasiado elevadas, Vds. y yo tenemos un vínculo. Pues qué bien, encantado. Les decía que ando tocado. Y no voy a negarles que influya el que uno jamás alcance a comprender que las vidas se vayan así, de esa manera. Esa manera que tiene muchas caras, pero que en el fondo es la misma en su conclusión: que el que estaba ya no está. Lo mismo cuando la existencia de un anciano se escapa poco a poco por una espita que casi ni silba, como cuando lo hace con el tremendismo trágico, terrible y repentino que ha acompañado a la muerte de Antonio Puerta, el futbolista del Sevilla. El caso es que viendo lo mucho que de bueno hay en cada uno de nosotros, no alcanzo a comprender por qué razón nos lo reservamos todo a la espera de ponerle traje de gala, aguardando la oportunidad de exhibirlo sin pudor y en forma de torrente. Y no es que me parezca mal todo esta demostración de lo que llevamos dentro con motivo de las ocasiones, qué va, lo que me pone triste es que todos y cada uno de nosotros, los que lloramos a moco tendido la tragedia de Puerta, los que sentimos pena queda y serena pero sincera con la ida de Paco Umbral, los que a duras penas aguantamos el llanto cuando sabemos que una mujer ha sido asesinada delante de sus hijos, los que expresamos humana y saludable indignación al pensar en cómo dormirán desde ahora los niños de la Casa Cuartel de Durango, los que nos excusamos diciendo que nos estamos meando para llorar a gusto en el baño la muerte de un bebé en un cayuco...o sea todos, o casi todos, estemos tan sumamente emputecidos. Sí, sí, emputecidos. Tremendamente lejos de lo que canta Oscar Morgado cuando dice que sólo quiere ser mejor, y cuando se muestra seguro de que para conseguir su mayor deseo, más amor, basta con entregarlo primero. Pero si es muy fácil, coño, si es que esto no es más que un interminable camino de persecución del amor, detrás del que andamos todos como posesos, y no sé por qué, ni quién, ni de qué manera han conseguido ocultarnos que la mejor manera de alcanzarlo es estar dispuesto a entregarlo en la misma medida. ¿Por qué necesitamos contemplar lo tremendo, que se nos muestre descarnada toda la potencia del destino, para que seamos capaces de rendir un homenaje glorioso a todo aquello que nos une? ¿Por qué en nuestra cotidianeidad escapamos de lo que nos separa, de ese monstruo engañoso refugiado en nuestro yo egoísta e individual? ¿Tan emputecidos estamos que esperamos los grandes acontecimientos como agua de Mayo para recordar en ceremonia de limpieza colectiva que anhelamos amor, y que estamos dispuestos a darlo? Es una especie de tristeza dentro de otra contemplar cómo somos capaces de lo mejor, y cómo lo reservamos para cuándo pintan bastos. Es una pena que no podamos ofrecer amor y demostrar cuánto de él podemos dar si no es de una manera desmedida y a granel. No sé en qué punto del camino dejamos de saber que la entrega diaria al otro es un tubo estrecho, de caudal medido, pero de flujo continuo. Y estoy convencido de que existen personas que viven maravillosamente bien en este terrario en el que nos han puesto para que cada vez andemos más pendientes de nosotros mismos que de cualquier otra cosa. Ya sea consiguiendo que nos muramos de ganas por poseer todo lo que nos ofrecen a un supuesto precio de saldo, o llenando nuestra vida de tantas preocupaciones para salir adelante que no tengamos manera de mirar a los lados, pararnos a pensar un momento y ver cuánto nos hemos alejado de algo tan simple y vital como es ser cada día mejores. Estos manejeros han bajado tanto el precio de los billetes de avión, han puesto tan fácil obtener un crédito telefónico traicionero, han convencido a tantos de que viven en un Mundo sencillo en el que para poder solo es necesario querer sin necesidad de empujar, que han terminado por conseguir que pensemos que somos inmortales, que vivimos en una fiesta continua en la que el que ande con el bolo colgando la caga, porque se pierde el siguiente baile. A pesar de que para tener tarjeta de entrada a la rueda del consumismo sin freno haga falta estrujarse los riñones y mirar al otro como un rival, un obstáculo en mi objetivo de conseguir ese trabajo de mileurista que tanto aprovecha al que nunca pierde, el que te convence de que ser su empleado es algo así como estar en la cima del Mundo con la misma sonrisa que te manda a la puta calle, y te saca del sueño, previo llanto por que este año ha ganado un 12% menos. Así nos emputecen, unos haciéndonos menesterosos solicitantes del permiso de escalada a una inmensa montaña de bienes y servicios cuyas estaciones intermedias son cada vez más asequibles, pero sin olvidarse jamás de poner la cima más arriba cada vez que el peldaño se hace alcanzable, y rodeados de compañeros de subida a los que nos presentan como óbices. Otros viviendo y cobrando una pingüe nómina a base de exaltar todo lo que nos separa, lo que nos desune, lo que nos enfrenta, ya se llame nación, derecho a decidir, Guerra Civil o Atlético de Madrid. Así nos emputecen, sí, y logran que se nos olvide que todos, absolutamente todos, vinimos al Mundo programados para ser mejores, para anhelar amor por encima de todo y sabiendo que la mejor manera de tenerlo era entregándolo primero. Qué pena. Si les vale el consejo, váyanse a una tienda y compren el disco de Oscar Morgado. Les va a encantar. www.oscarmorgado.com

No hay comentarios: