lunes, septiembre 03, 2007

Octavio Aguilera, Agonia de la sociedad industrial

lunes 3 de septiembre de 2007
Agonía de la sociedad industrial
POR OCTAVIO AGUILERA PERELLÓ
¿El modelo de sociedad industrial (denominación que doy para simplificar) se halla en una crisis agónica? Ya sé que empezar un artículo con una pregunta tal vez no resulta lo más ortodoxo periodísticamente, pero parece que buena parte de los pensadores actuales creen que sí. De este modelo de sociedad, que se habrá definido por la hegemonía de las fuerzas energéticas y de los canales de información, George Elgozy ha clasificado hasta trece variantes, cada una con características propias: sociedad de consumo (según Keynes y Rostow), industrial (Aron), de la opulencia (Galbraith), productivista (Kande), de técnicos (Mumford-Ellul), tecnocrática, post-industrial (Riesman-Touraine), socialista tipo marxista-leninista, socialista tipo trostkista-maoísta, neo-socialista, neo-radical (Servan Schreiber), neo-liberal y nueva sociedad (Chaban-Delmas). Opino que esta clasificación de Elgozy, que data de 1970, tal vez debería completarse con los modelos llamados de civilización del ocio (término acuñado por Dumazedier en 1962), sociedad del espectáculo (por Deborde, en 1967) y sociedad informatizada (por Nora-Minc, en 1978).
El hecho es que, llámese como se llame a esta etapa de la civilización, de acuerdo con sus matices, se ha descubierto hace ya mucho tiempo que el crecimiento económico implica unos efectos secundarios cuyo impacto acumulado puede ser más dañino que los indudables beneficios que también produce y ha hecho desaparecer paulatinamente aquel exagerado optimismo y aquella fe ciega en la omnipotencia del desarrollo. La meta parecía estar en que los países todos fueran alcanzando los paradigmas de la sociedad industrial. Estos efectos secundarios, sin embargo, se han presentado últimamente en forma de un deterioro visible de la calidad de vida, de desequilibrios ecológicos, y, en fin, de graves diferencias de riqueza. Todo ello ha provocado lo que Robert L. Heilbroner denominó «malestar de la civilización», en su libro «El porvenir humano». Este malestar de la civilización refleja la incapacidad de una civilización dirigida ciegamente hacia el avance material (mayores ingresos, alimentación más abundante y más racional, milagrosos avances de la Medicina, logros de la Física y la Química aplicadas...) para satisfacer las necesidades del espíritu humano. No se pretende desmerecer estos avances, que hay que reconocer que han sido colosales, sino colocar en el primer plano de nuestra conciencia un hecho que debe ser tenido en cuenta al investigar los signos de nuestro tiempo: que los valores de una civilización industrial, que durante dos siglos largos no sólo nos ha dado un progreso material sino también una sensación de élan y de motivación, ahora parece que están perdiendo su justificación.
Algunos autores se muestran muy pesimistas en cuanto a las posibles salidas que la Humanidad puede tener. René Guénon, por ejemplo, en «La crisis del mundo moderno», dice: «Diremos, pues, para llevar las cosas a sus justas proporciones, que parece desde luego que nos aproximamos realmente al fin de un mundo, es decir, al fin de una época o un ciclo histórico, que puede por otra parte estar en correspondencia con un ciclo cósmico, según lo que a este respecto enseñan todas las doctrinas tradicionales». Edgar Morin, por su parte, propugnó en «Para salir del siglo XX», que asumamos el riesgo de estos tiempos, pero también su esperanza. Nos encontramos en la prehistoria del espíritu humano y nuestra tarea es la más grandiosa de todos los tiempos: luchar contra la muerte de la especie humana y por el nacimiento de la verdadera Humanidad. Más optimista es aún Warren Johnson que en su obra «La era de la frugalidad, o la alternativa ecológica a la crisis» defiende la idea de que esta crisis nos conducirá hacia una época más racional. Entiende frugalidad como algo positivo, de reconquista del equilibrio que se perdió con los primeros pasos del hombre como ser sedentario.
El tema no me parece baladí. Queda, creo, suficientemente esbozado en las líneas precedentes. Junto a pensadores que vaticinan un futuro sin salida, vemos que otros se muestran más optimistas, y plantean posibles soluciones. Chesterton, el escritor británico creador del famoso personaje padre Brown, ya decía que la esperanza es poder ser optimistas en circunstancias que sabemos desesperadas.

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