martes, septiembre 25, 2007

Lorenzo Contreras, Afganistan, trampa mortal

miercoles 26 de septiembre de 2007
Afganistán, trampa mortal Lorenzo Contreras

Inmediatamente después del secuestro de dos militares italianos en Herat (Afganistán), dos soldados del contingente español en aquel país asiático han perdido la vida en un atentado y otros varios han resultado heridos. España ha sufrido en Afganistán más bajas que en cualquier otro territorio donde actúan fuerzas internacionales bajo determinados —o más bien lo contrario— proyectos de paz o control armado “para la paz”. Y se da la circunstancia de que estas muertes, asociadas a la vulnerabilidad de los vehículos que utilizan nuestros militares por falta o insuficiente aportación de inhibidores de frecuencia, coinciden con el propósito gubernamental de ampliar nuestro contingente en dicho territorio.
Afganistán estaba llamado a convertirse en lo que es: una trampa mortal que sólo sirve para que el zapaterismo compense, del brazo de la ONU, si es que puede, su “espantada” de Iraq. El presidente del Gobierno, como en él es costumbre, elude o reduce el compromiso de dar la cara ante el Parlamento. Una vez más, en esta ocasión “empujando” al ministro de Defensa, señor Alonso, Zapatero falta, todavía en mayor medida, a su palabra electoral del 2004, en el sentido de enviar tropas cuando había prometido no aventurar a España en operaciones militares exteriores dentro del área islámica.
El problema de Zapatero es doble: por una parte, los meses que faltan para las elecciones de marzo constituyen un calendario inquietante por lo que respecta a su propia reputación política; por otro lado, España se encuentra hoy dentro del marco terrorista que Al Qaeda ha trazado para castigar a Occidente. Un marco que en nuestro caso se agrava con un ingrediente de odios históricos basados en la condición de país “cruzado” que contribuyó a la decadencia del Islam en el antiguo Al Andalus, que para los yihadistas no es antiguo, sino un permanente y actual reclamo de revanchista recuperación territorial frente a los cristianos usurpadores.
Toda esta falacia, que olvida hasta qué punto la Península Ibérica fue cristiana antes que musulmana y hubo de ser rescatada para responder a su herencia cultural e histórica, no es precisamente un argumento eficaz a los efectos de conjurar el peligro que nos acecha y que nuestra presencia militar en un país islámico invadido acrecienta. Zapatero, ante las urnas próximas, tendría que afrontar una delicada papeleta política si esa amenaza se concretara en proporciones “suficientes”.
Será una vez más el tiempo el que se encargue de dibujar los límites del riesgo islamista. Pero en todo caso, la oposición no va a perder la oportunidad, pase lo que pase, de fustigar a Zapatero en nombre de una honradez política que el presidente y líder socialista no ha demostrado con sus equívocas actitudes. La absurda argumentación de que Afganistán, según la dialéctica zapaterista, es poco menos que una proyección de “Cáritas”, un hospital de nativos y una inversión civilizadora de todo orden, no convence a nadie, y menos aún a los yihadistas, cuyas avanzadillas las tenemos durmientes en nuestro propio suelo.
El recuerdo de Iraq, siempre vivo y actualizado, gravita sobre España en la proporción o cuota que decidan reservarnos los devotos fanatizados de Alá. España, según Aznar, pudo salir de su rincón o de su agujero internacional. Pero la metáfora no conjura la amenaza islamista en un mundo globalizado del que nadie escapa, y menos que nadie España, fronteriza del mundo mahometano. Zapatero habría podido aprovechar su “espantada ética” de Iraq, pero Afganistán ha estropeado tales planes, si es que ello hubiera sido viable. Ahora, con el envío inoportuno de un nuevo contingente militar a la zona, la España zapateril es por lo menos una baza negativa para sus actuales dirigentes cuando el calendario electoral está en condiciones de decirlo.
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