martes 4 de septiembre de 2007
La retirada británica de Basora
EL futuro de Irak y la presencia de las tropas extranjeras en su territorio se van a decidir en los próximos días en Washington. La presentación la semana que viene -coincidiendo con el aniversario de los ataques terroristas del 11 de Septiembre- del informe firmado por el general David Petraeus ante el Congreso norteamericano va a señalar la temperatura política en un año preelectoral, a sabiendas de que la mayoría demócrata de la Cámara esta buscando pretextos para justificar una progresiva retirada que pueda utilizar como arma arrojadiza contra los republicanos. En este sentido, el anuncio de que las tropas británicas habían entregado al Ejército iraquí su última base en el interior de la ciudad de Basora adquiere un significado crucial. El primer ministro británico, Gordon Brown, ha insistido por activa y por pasiva en que este repliegue no es en modo alguno una derrota, y no lo es, al menos desde el punto de vista británico. Sin embargo, se trata de un gesto del que sacarán provecho, sin ninguna duda, los partidarios de que las tropas estadounidenses sigan cuanto antes el mismo camino, sin tener en cuenta los efectos secundarios que tal decisión pueda tener.
Los británicos -excelentes profesionales de la milicia- se han limitado a replegarse en los alrededores de la ciudad y según su propio calendario, en una decisión que ya estaba planificada. También aseguran que mantendrán un papel de supervisión, siempre a las órdenes del Gobierno iraquí. Pero han hecho algo que puede echar por tierra todo el trabajo de persuasión del general norteamericano Petraeus, que por otro lado tiene buenas razones para decirle a los congresistas norteamericanos que está logrando que las cosas mejoren en Bagdad y que, al menos, aún es posible evitar que empeoren.
El otro mensaje que envía Brown es a las autoridades iraquíes, en particular al propio primer ministro Al Maliki, indicándole que el único camino posible para el futuro de su país es que sus propios soldados asuman cuanto antes sus responsabilidades, precisamente en el mantenimiento del orden interior, algo que por varias razones no acaba de hacerse realidad. Es seguro que el presidente norteamericano George W. Bush le habrá dicho lo mismo a Al Maliki en la visita-relámpago que ayer realizó a Irak para limar las asperezas que habían surgido entre ambos.
Basora es la segunda ciudad de Irak, cuya tranquilidad relativa se basa en el hecho de que su población es exclusivamente chií y que, por tanto, la violencia sectaria no ha hecho mella en su población, como en otras regiones del país. Pero, por otro lado, Basora es también la llave de la frontera con Irán, lo que significa que si la provincia se hunde en la anarquía, no resulta difícil adivinar quiénes se beneficiarían de ello y con qué intenciones. Aunque en la forma haya sido impecable, Brown ha tomado una decisión muy arriesgada. Esperemos que haya calculado antes todos los posibles riesgos.
martes, septiembre 04, 2007
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