lunes 3 de septiembre de 2007
LA EDAD DEL PAVO
Félix Arbolí
“Deseo paciencia a los impacientes por verme desparecer. Ya falta menos”. (Jacinto Benavente). ESTOY en la edad del pavo. No, no se rían, ni crean que me ha atacado alguna horrible enfermedad de esas que dejan al hombre “tururú”. Aunque no sería nada extraño en estos tiempos en los que hasta la Medicina, a veces, parece estar perdiendo la cabeza, el corazón y las entrepiernas con sus nuevas y extrañas experiencias. Hoy todo parece disparatado. El ser normal, es considerado cutre y pasado de rosca y el extravagante, “rarillo” y que hace de su cabeza una maceta de púas y de su cuerpo un panel de “grafiteros”, es admirado como arquetipo. Digo lo de la edad del pavo por que este animal, junto al cerdo, y perdonen la forma de señalar, tienen una vida que alcanza escasos amaneceres. Pero ellos viven felices en su ignorancia, disfrutando el día a día, sin nada que les perturbe, mientras tengan donde hocicar y picar y el agua disponible para saciar su sed o realizar sus revuelcos y limpiezas. Ajenos al San Martín que marca el final epopéyico del marrano y la Navidad que, a pesar de su maravilloso significado, para el plumífero tiene aires fúnebres y guillotinescos. Afortunadamente para ellos, desconocen el santoral y las festivas comilonas, que marcan el final de sus días. En ese aspecto viven más tranquilos y confiados que nosotros que siempre andamos mirándole las orejas al lobo y con la puñetería encima de que éste ha de llegar más o menos tarde disfrazado o no con la piel de cordero. No se por qué, cuando muere alguien conocido y de mi quinta, años más o años menos, no se va solo. Suelen morir varios en un periodo corto. Lo tengo ya comprobado y cuando me entero de la primera muerte, me entra un canguelo enorme que me tiene en vilo durante varios días, esperando no ser partícipe de esa selección. No es nada que surge de manera espontánea y casual. Es como si se tratara del regreso de los “veteranos”, que terminada su “mili”, vuelven al hogar de donde partieron una vez cumplido su deber, buscando la compañía de un amigo o conocido para que tan largo y desconocido viaje, se le haga más sencillo y agradable. Me los figuro saludándose con extremada cortesía, a la usanza de su tiempo, e iniciando un misterioso diálogo de cuitas y aventuras donde uno y otro descubrirá ya sin tapujos sus más íntimos secretos. A veces, quiero creerlo así, debatirán cuestiones pendientes en las que ambos no estaban de acuerdo, pero sin alteraciones ni sofocos, ya que los espíritus puros y los menos puros, ya no andan en esos absurdos senderos. Incluso se sentirán fascinados por la dimensión espiritual del amigo o compañera en ese viaje interminable a no se sabe donde, ni para que. No creo que sea verdad eso de que “muerto el perro se acabó la rabia”, ya que aunque algunos hacemos muy bien el papel del primero y mostramos síntomas de padecer a la segunda, no todo ha de ser principio y fin. Sin más. Según Balmes, nuestro prestigioso filósofo, algunos animales tienen alma y por lo tanto vida prolongada más allá de la misma. ¿Cómo no la íbamos a tener entonces los humanos?. Pero con todos mis respetos a tan docto personaje, no soy muy afín a tragarme todo lo que me cuentan, ya que acabaría más sonado que el bocinazo y la traca con los que algunos forofos celebran el gol de su equipo preferido. (Y va por ti mi molesto “vecinito” que me sacude sobresaltado con los que marca el Madrid). Nada extraño que cuando juega este equipo, sea capaz de rezar y pedir ardientemente que no meta goles y no por mis sentimientos colchoneros, sino por evitar tan desagradables sobresaltos que alteran el ritmo de mi delicado corazón. Me han dicho que es el dueño de la cafetería abajo de casa. Desde entonces no he vuelto a pisar su umbral por hacer tan estúpidamente bien su papel de “mosca cojonera”. Yo sé que estoy en la lista y me estoy salvando por los pelos. Ventaja de no ser calvo, aunque me guste tenerlos cortos. Pero son muchos los que se han ido después de haber compartido conmigo ilusiones, afanes, sueños y pesadillas y yo aún sigo dando guerra más a la siniestra que a la diestra. Viviendo de las propinas o la miopía del que repasa la lista de los elegidos. ¡Y que siga por muchos años!. Bueno, muchos ya no, por ley de vida, pero al menos los suficientes para celebrar mis bodas de oro matrimoniales que deseo hacerlas muy sonadas y llegar a comprender mejor tantos misterios y dogmas que aún me impiden conocer la Verdad que me espera Más Allá. De saber con exactitud de donde vengo y hacia donde voy o debo ir. Algo tan difícil como la cuadratura del círculo. Mucho más. Cuando desparecen amigos, conocidos, parientes o personas que aún no habían llegado a mis años, me produce casi una grata sensación comprobar que he vencido una vez más a la lógica y al tiempo, al haberme librado milagrosamente de tan dura y continua batalla contra ese intríngulis que a todos nos trae preocupados, menos al que lo tiene frente y lo contempla cara a cara en toda su dimensión. Se habrán dado cuenta de que todo el que abandona las murallas de este “Jericó”, lo hace con la placidez y la sonrisa del que empieza a gozar de una vez la verdadera paz, la auténtica felicidad. Por algo será. Desde luego, algo de razón habrá en ello, ya que más que nos están haciendo padecer estos angelotes de la política y la verborrea, no nos vamos a encontrar allá arriba o abajo, según la antípoda elegida para nuestra observación celestial. Pertenezco a la generación mártir y bobalicona, la que no tuvo infancia, porque se la fastidiaron con la dichosa guerra y sus cabronadas, ni gozó juventud, porque la mataron de hambre y la aburrieron de tópicos y carencias. Ahora resulta que tampoco quieren dejarme terminar mis alientos en paz con tantos odios y revanchas acumulados por nietos inconsolables, hijos empecinados y necios ignorantes con ganas de armar trifulcas. Unos y otros se han empeñado en jodernos el panorama. (Perdonen la forma no muy correcta de expresarme, pero hay casos en que el diccionario nos ofrece la palabra malsonante como la adecuada para expulsar la adrelanina). Somos tan estúpidos que tenemos un panal con abundante y exquisita miel en casa y nos empeñamos en comer el pan a secas o intentar arrebatársela al vecino. . Pero por muchos agoreros que aparezcan donde menos deberían, hemos de empeñarnos en torpedearles su mala influencia y decirles que sus augurios son menos creíbles que las promesas de un político en época de elecciones. Si hemos de vivir cien años, procuremos que sean lo más felices posibles y si nuestras energías no dan para tanto, aprovechemos el tiempo que nos brindan para saciar nuestras ansias de saber y nuestra capacidad de amar y gozar, que deberían ser la misma cosa, ya que si no hay amor, no puede haber placer, solo tristeza y soledad. Un minuto de felicidad, bien aprovechado, debe servir para olvidar y reconfortar años de abatimientos y desgracias. Porque alcanzar ese momento donde todo es agradable y positivo, supone haber superado con éxito los muchos obstáculos que se han cruzado en el camino. Nadie podrá doblegarte, si tu mirada no baja al suelo y tu sonrisa no desaparece de la cara, aunque la rabia y el dolor te esté torturando internamente. Es la mejor manera de desarmar la fanfarronería de tu adversario. Ya sabemos que la vida es una tómbola y así lo cantaba Marisol en sus años de niña prodigio y limpia mirada, pero de infancia perdida por los avatares de un don que para ella supuso casi una explotación y un secuestro familiar. Pero una tómbola de feria, donde la ruleta da vueltas caprichosas y la bolita recorre números a lo loco, hasta que se detiene en el que ha sido tocado por la mano y argucia del hombre que hace su verbena con ella. Todo está determinado de antemano. Hasta nuestra propia desaparición física., en la que nada influyen cuestiones de edad, clase social, sexo y orígenes. Llega cuando menos la esperamos, aunque nos amarguemos la vida en esa espera y nada la detiene por mucho que nos empeñemos y gastemos tiempo y fortuna en intentar modificar su arbitrario acontecer, que en numerosas ocasiones nos parece injusto, pero la realidad es que se trata de lo único justo e igualitario que sucede en este mundo de enanos que utilizan los zancos de la estulticia para aparentar una altura que nunca alcanzarán por méritos propios. Nacimiento y muerte son circunstancias aleatorias. Nadie puede imponer su nacimiento, ni controlar o prolongar el instante de su muerte. Desde el mismo momento de nuestra llegada estamos sometidos a los dictados de ese marcapasos que nos mantiene activos hasta que detiene su tic-tac y ahí acaba todo. Cada mochuelo a su olivo, como diría el castizo. Pero la vida es maravillosa, aunque solo durara el tiempo suficiente de admirar al sol, ver un cielo azul infinito y contemplar la serena policromía de un campo verde y florido, donde podamos apreciar multitud de detalles y sonidos que alegrarían nuestra vista y oído, si les prestáramos la debida atención. La Verdad es la Belleza y la Belleza es Bondad y hasta que no sepamos apreciar esa dualidad, habremos perdido el tiempo inútilmente. “La melodías que oímos son dulces, pero las que no oímos son más dulces aún”, decía el poeta inglés John Keats. Porque estamos pendientes del absurdo y lo irreal y desechamos lo que daría un sentido certero a nuestra vida. A veces, hacemos un infierno del cielo, cuando deberíamos procurar hacer un cielo del infierno, siguiendo a Lord Byron. Buscar lo positivo y tener la sangre fría y la mente clara para saber esperar con resignación el final de los momentos negativos, porque en esta vida nada es eterno. Hoy, con un pie en la Cibeles y no precisamente celebrando los triunfos del Madrid, y el otro sabe Dios en qué oscuro rincón, voy conociendo lo mucho que me he perdido. He sentido la vida como lo que es en realidad, un grato paseo por un camino de rosas y espinas, en el que hay que procurar admirar y aspirar la belleza y el aroma de las primeras y a esquivar a las segundas, que también aunque nos parezca extraño, tienen su razón de existir. Es la protección que la sabia Naturaleza ha puesto a disposición de la codiciada flor para intentar protegerla y alargar su temprana muerte. Todo fácil y perfecto, cansaría. Hemos nacido para gozar de lo sencillo, hacedero e insignificante, que es donde realmente se encuentra lo grato y placentero y nos empeñamos en introducir elefantes en los inolvidables “seiscientos” de los sesenta, cuando lo correcto y normal para esos casos es el uso de grúas y contenedores. Hoy buscar lo difícil y escabroso parece lo habitual y nos perdemos todo lo que sin problemas y esfuerzos se nos ofrece. No sabemos ver en esa mirada dulce y entrañable de la mujer que nos acompaña abnegada y solícita en el diario quehacer, cargada de amor y ausente de reproches y escalamos las cumbres de lo prohibido buscando unos placeres que son puro espejismo. Ni a ese hombre que llega cansado al hogar buscando comprensión, amor y compañía y se encuentra una insaciable acaparadora de egoísmos, incomprensiones y reproches. Porque la vida en común requiere un consenso a dúo, si queremos evitar la tristeza de pasarla sin llegar a conocernos, aunque la pasemos juntos, por intentar esconder nuestros sentimientos en el subterráneo de nuestras almas. Nada debe afectar al normal funcionamiento de este universo de contrates. Todo debe ser como esa ruleta donde se apuesta al rojo y al negro, al par o impar y al que le toque la “china”, pues solo le queda una solución resignarse y rectificar cuanto antes si no quiere verse “fané” y “escangallao”, como canta el célebre tango del infeliz cornudo. Me refiero a la china de la mala suerte o el mal fario como dicen los calorros, que no a las naturales de ese inmenso país, de ojos rasgados y tez algo amarillenta, que suelen ser guapas, esbeltas y muy conformistas con la clase de vida que les ha tocado en el reparto, no muy pródiga en mercedes, pero que ellas saben transformar en alicientes y contagiosas sonrisas. Hay que ser positivos y ser capaces de emocionarnos ante el maravilloso y gratuito espectáculo de una Naturaleza que aunque parezca dormida y silenciosa está llena de murmullos capaces de hacernos soñar sin estar dormidos. Dijo un escritor que el amor y la muerte son las únicas cosas bellas que tiene el mundo. Ambos están por encima de nuestras capacidades y ajenos a nuestras voluntades. ¿Por qué nos empeñamos en luchar contra la corriente, si somos hojas que se desprenden del árbol de la vida y se deslizan río abajo hacia el mar de la eternidad?. Sí, estoy en la edad del pavo, pero espero que mi Navidad aún esté lejana y cuando llegue quiero estar saciado de belleza, haber sido pródigo en bondad y con los cinco denarios que me encomendaron libres de hipotecas, que en los tiempos que corren y con un gobierno tan depredador resulta algo difícil, casi milagroso. .
lunes, septiembre 03, 2007
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