martes 4 de septiembre de 2007
Semestre de promesas Enrique Badía
Los próximos meses, desde ya mismo, van a discurrir con toda seguridad en clave electoral. Los comicios habrán de celebrarse no más allá del mes de marzo del 2008, lo que significa tener por delante un largo semestre de promesas, compromisos y demás intentos habituales de erosionar al adversario, tanto o más que tratar de convencer a los ciudadanos de que la opción propia es la mejor. Hay quienes consideran que el trámite es demasiado dilatado, incluso tedioso, aunque la auténtica verdad es que resulta difícil encontrar un solo mes de cualquier año en que no impere en los dirigentes políticos el propósito de ganar votos y que los pierdan los demás.
La duda, cara a los meses que resten hasta la fecha de acudir a las urnas, es cuáles serán los asuntos estrella, los argumentos centrales en torno a los que vayan a girar los respectivos argumentarios. ¿Serán los que de verdad interesan a los ciudadanos? ¿Primarán las obsesiones o preferencias de los responsables de cada partido? ¿Marcarán la agenda los expertos en marketing político? ¿Surgirá algún tema no previsto? ¿Tendrá hueco la economía? A saber.
Lo que sí parece asegurado es que abundarán promesas de seguir cargando sobre las cuentas públicas una mezcla de causas justas y oportunismo, que de todo hay. Pero sería deseable que, sobre todo los que tienen alguna opción para encabezar el gobierno durante la próxima legislatura, hicieran cuentas de la forma más atinada y realista posible, antes de prometer.
Sin duda, la tentación es fuerte: las arcas públicas rebosan ingresos gracias al dilatado periodo de crecimiento —más de una década— en que sigue instalada la economía española. A menudo da la sensación de que más de uno actúa subyugado por la presunción, quien sabe si el convencimiento, de que el presupuesto lo puede aguantar todo… sólo que no es verdad.
Las últimas semanas han abundado en pronósticos un tanto catastrofistas, que han llegado a decretar que estábamos en presencia del temido punto de inflexión del ciclo, anticipando incluso una presumible incidencia en el veredicto electoral de la próxima primavera. Vaticinios que, de momento, no parecen confirmados por la realidad. Pero tampoco conviene engañarse: lo más probable es que la coyuntura decline, antes o después; la duda persistente es cuándo y con qué grado se producirá. Y es incuestionable que cuando llegue, una de las primeras repercusiones será un cambio de tendencia en los ingresos y gastos de carácter fiscal. Los primeros irán a menos y los otros, a más.
Es cierto que no todos los analistas se ponen de acuerdo a la hora de evaluar la incidencia que el equilibrio presupuestario ha tenido —y tiene— en la evolución favorable de la economía, pero pocos discuten su virtud. Parece, por tanto, que sería aconsejable tratar de mantenerlo, evitando alegrías y dispendios como los que, sin excesivo esfuerzo de memoria retrospectiva, cualquiera alcanza recordar, no precisamente para bien.
Aunque pueda parecer que en estos tiempos no viene a cuento, convendría no olvidar que la gestión de la cosa pública no tiene por qué ser distinta de cualquier otra en términos de rigor. Gastar más de lo que se ingresa nunca es prudente, y contraer compromisos de gasto sobre la base de unos ingresos que no es seguro que se vayan a poder mantener, tampoco. ¿No es ése el fundamento imprudente de la crisis hipotecaria que últimamente está dando tanto que hablar?
ebadia@hotmail.com
martes, septiembre 04, 2007
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