viernes 7 de septiembre de 2007
La oscura verdad de los nuevos tiempos Daniel Martín
En Memorias. El ladrón en la casa vacía, libro editado por la FAES —¡qué extraña dicotomía la que se produce entre las magníficas ediciones de tendencia liberal de esta fundación con las formas e ideas de su mentor, José María Aznar!—, Jean-François Revel dice, citando a Yuri Orlov, que en un sistema totalitario confluyen tres condiciones: “monopolización global de la iniciativa económica, monopolización global de la iniciativa política y monopolización global de la iniciativa cultural; con la creación correlativa de un aparato de represión en cada uno de los tres ámbitos”. Revel resume, en tres líneas, las ideas de Montesquieu sobre el despotismo. Curioso que dos franceses hayan fraguado tales ideas en un país dominado por el Estado y su burocracia desde los gloriosos tiempos de Luis XIV.
Revel, pensador que abarcó casi todos los ámbitos de la existencia humana, es un maldito porque criticó al comunismo, De Gaulle o Mitterrand antes que nadie. Socialista reconocido hasta 1970, después caminó recto hacia una libertad que extrañaba en este Occidente nuestro tan lleno de contrastes. Porque, ¿realmente somos una democracia? ¿Estamos libres de cualquier síntoma totalitario?
Las iniciativas, por lo general, se han limitado bastante en la Europa continental. En España concretamente, la iniciativa económica es complicada, por no decir imposible. Todo está regulado, desde el horario comercial hasta la posibilidad de que un bar pueda o no poner terraza, pasando por todos los comercios —farmacias, estancos, gasolineras, etc.—, que necesitan una concesión administrativa. La ingente cantidad de trámites burocráticos e impuestos complican enormemente cualquier idea que quiera convertirse en negocio. Por otro lado, la globalización, en este caso traducida en el dominio del mercado por parte de las grandes multinacionales, impiden hoy la creación de nuevos imperios mercantiles. Casi por completo porque, como en el caso de Zara, en ocasiones el talento individual vence las dificultades y deslealtades del sistema.
En el terreno político, la iniciativa en España, en el mundo, es prácticamente nula. En estos días se respira en los informativos nacionales cierto desprecio hacia las elecciones marroquíes porque no son totalmente abiertas. Aquí, en nuestro país, PP y PSOE dominan el cotarro. Sólo algunas formaciones nacionalistas rompen esta bipolaridad. Y los intentos de Ciutadans o Rosa Díez de salirse del bipartidismo son unánimemente recibidos con escepticismo. Luchar, aquí y ahora, contra el poder político establecido es una lucha digna de un quijote empastillado. Más que una democracia, somos una oligarquía donde mandan los partidos antes que los órganos democráticamente elegidos. Y aunque en este ámbito no hay correspondiente aparato de represión, supongo que si siguen saliéndose nombres del sistema habrá que plantearse alguno.
En la cultura, la iniciativa no existe. Por un lado, desde que los gobiernos y parlamentos se ocuparon de este ámbito, ha perdido su propia definición. Cuando se necesita, por ejemplo, crear una ley del cine, hay que dudar de la libertad de creación. Por otro lado, sólo si se pertenece a algún grupo de poder existe alguna posibilidad de ser alguien en el mundo cultural español. El cine es un ejemplo clásico de la endogamia exclusivista, pero cosas semejantes ocurren con la pintura, la arquitectura o, incluso, la literatura. Y el aparato represor, en este caso, es el ninguneo al que se somete al “extraño” en los distintos medios de comunicación. Si no sales en Babelia o El Cultural, no eres nadie.
Así, me pregunto hasta qué punto vivimos libremente o estamos sometidos a un sistema totalitario. Evidentemente, por el momento, no vivimos bajo el miedo de unas dictaduras fascista o comunista —ideas hermanas, según Revel—. Pero tampoco es cierto que vivamos en sistemas libres donde la iniciativa privada sea el principal motor de la sociedad. Más bien, sumidos en el materialismo consumista y condenando a nuestros escolares a ser analfabetos fácticos, estamos construyendo una sociedad donde los únicos con aparente iniciativa son “papá-Estado” y las grandes corporaciones empresariales.
Sobre todo en Europa, donde el contribuyente-súbdito es cada vez más exigente con su Gobierno, con los que dirigen el Estado, para que no le falte nunca de nada. Hasta tal punto que, en Francia o Andalucía, ya se oyen voces que anuncian que la munificencia pública llegará a la vivienda. Nadie se quedará sin un techo, y se perderá otra necesidad, otra causa que provoque el efecto de tomar iniciativas. Aunque se creen leyes de dependencia para los más desfavorecidos, lo cierto es que el hombre corriente se va convirtiendo en “Estado-dependiente”. ¿A cambio de qué? De su propia libertad.
No, no digo que vivamos en países totalitarios. Pero sí afirmo que en el siglo XXI la libertad, la bandera que colocó a Occidente a la cabeza del mundo, es un bien escaso, a menudo perseguido, un valor prescindible porque se prefiere las bondades de un Estado protector. Un despotismo de partidos y de perfil bajo. Pero, en cualquier caso, una degeneración de la democracia auténtica, donde los individuos deben ser ciudadanos conscientes, responsables, preparados y auténticamente libres. P.S.: Al citar a Revel, inmediatamente habrá gente que me coloque bajo una determinada doctrina política. Este filósofo francés invita a la lectura directa de los clásicos, a no dejarse engatusar por los manuales que desvían al lector de la verdad. Cosa complicada cuando hablamos de la Crítica de la razón pura, pero ciertamente sencilla y reconfortante cuando hablamos de El espíritu de las leyes, La democracia en América o La gran mascarada, esta última obra del propio Revel.
dmago2003@yahoo.es
viernes, septiembre 07, 2007
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