jueves, septiembre 06, 2007

Alfonso Rojo, El nombre de las cosas

jueves 6 de septiembre de 2007
El nombre de las cosas

POR ALFONSO ROJO
Cambiar de nombre a las cosas no modifica su naturaleza. Y sin embargo, los políticos lo hacen una y otra vez. Con total desvergüenza y aumentando el ritmo a medida que se acercan las elecciones.
Aquí, en España, tenemos grandes especialistas y recuerdo un debate en televisión, hace un año, en el que Pepiño Blanco me soltó sin sonrojarse que Patxi López, que se acababa de fotografiar con el proetarra Arnaldo Otegui, no se había reunido Batasuna, «porque esa organización no existe ya que es ilegal». Pues todavía peor ha sido lo del presidente Bush. En su reciente viaje a Bagdad dejó caer que EE.UU. podría comenzar pronto a retirar tropas de Iraq «si continúan los éxitos actuales».
Poner buena cara al mal tiempo va incluido en el cargo, pero Bush podría elegir mejor las palabras. Éxitos fueron la guerra y el derrocamiento de Sadam, pero usar ese término para calificar el sangriento desastre en que se ha convertido la posguerra, es un insulto a la inteligencia.
Tal como se han puesto las cosas y confirmada la tesis de que, por el momento, Democracia e Islam son conceptos incompatibles, lo único que resta al Pentágono es diseñar una estrategia de salida digna y responsable.
El sueño de convertir la vieja Mesopotamia en una isla pro-occidental, desde la que se irradiarían valores democráticos hacia el resto del mundo musulmán, fue enterrada apenas cuatro meses después de que Bush diera por concluida la guerra, cuando los facinerosos volaron con un camión-bomba la sede de la ONU en Bagdad.
El sueño de pacificar el país e instaurar un régimen donde los rivales no se destripen, la Policía no funcione como una banda y opere un Ejército nacional digno de ese nombre, también se ha diluido en los charcos de sangre cotidianos y en la insultante ineficacia de Al Maliki y los líderes locales.
Por terrible que suene, la única opción que resta, el camino para que cese la matanza, pasa por instaurar en el trono a un dictador disfrazado de demócrata, que imponga el orden a latigazos. Llamarle «éxito» a eso, me parece excesivo.

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