domingo, diciembre 30, 2007

Jose Antonio Zarzalejos, La fe de nuestros padres

domingo 30 de diciembre de 2007
La fe de nuestros padres (Lectura para agnósticos)
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS, Director de ABC
VASILI Grossman en su monumental «Vida y destino» escribe que «nada hay más duro que ser hijastro del tiempo. No hay destino más duro que sentir que uno no pertenece a su tiempo». Este sentimiento de bastardía lo padecen muchas personas que se sienten descolgadas por sus creencias y pulsiones confesionales de las grandes corrientes de opinión que hegemonizan la sociedad occidental y que propugnan el relativismo moral, la negación de la trascendencia y nuevas idolatrías que arrumban la fe religiosa otrora vertebradora de los hábitos y usos colectivos. Por esa razón, tiene un enorme valor testimonial y efectivo el reciente libro de Valentí Puig -escritor, periodista e insigne colaborador de ABC- en el que relata lo que él denomina «un retorno». Bajo el título «La fe de nuestros padres. Una reflexión católica para el siglo XXI» (Editorial Península), Puig elabora un relato breve e intenso en el que cuenta cómo abandonó la fe de sus padres -la católica- y de qué modo la recuperó. Pero nada se entenderá de la historia de Valentí Puig si, previamente, no se tienen en cuenta sus perfiles temperamentales y culturales. Para él, «la fe católica y la joie de vivre suman» afirmación que, desde el principio, sitúa su experiencia espiritual en un plano alegre y vital, alejado de la umbría semántica tan al uso en los relatos de esta naturaleza.
A Valentí Puig -que vive en la plena madurez vital, equidistante de la juventud y de la senectud- le ocurrió como a muchos: «En la adolescencia me alejé de Dios y de la Iglesia por un acto de oscura rebeldía. Puse en duda la Iglesia, la fe y, de repente, decidí que Dios no existía. Tomaba un café en un bar de Palma. Encendí un cigarrillo. Había alcanzado una ilusoria independencia radical, frente a la familia, a la educación religiosa, a las formas de sociedad. Por tanto, Dios no existía (...) Me negué a apadrinar sobrinos en la pila bautismal. No fui a misa. No rezaba. Fui, en suma, un conformista cuando todo había comenzado por una inconformidad». Estas sencillas palabras -lineales, sin adornos- dan cuenta de un abandono -conformista según el autor- a partir del que fue dándose cuenta de la certeza de la conclusión de Henri de Lubac en «El drama del humanismo ateo» según el cual «no es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no puede organizar su vida sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, a fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre». Puig asume este apotegma de Lubac y sostiene con una sinceridad desgarradora y natural que «yo deserté de Dios cómodamente, con una impunidad vergonzante. Volvía a la irresponsabilidad del punto cero y sin sentimiento alguno de culpa».
No desvelaré con más citas el contenido extraordinario de este libro que es, sin duda, un texto que, aunque en la naturalidad de un relato personal, ha debido producir al autor no pocas dudas y confusiones y, seguramente, un acto de valentía personal al plantarse desde su joie de vivre -Puig es escritor, pero también gastrónomo respetadísimo, viajero infatigable, culto de modo exhaustivo y sin amaneramientos, liberal y conservador sin afectación y moderado por naturaleza- con una religión que establece todo aquello que el siglo XXI quisiera clausurar: la exigencia en el vivir, la asunción de interdicciones morales y éticas y que permite -Valentí Puig lo demuestra- un margen amplio para el debate y la crítica, sin vincular la fe al fetichismo pedestre de algunos sectores, ni a la militancia religiosa en una especie de beligerancia ideológica que se encona en lo político y en la política.
Puig regresa a su pasado recordando con una frase entrañable a sus progenitores: «Mi madre vivía en un mundo de amor y mi padre aspiraba a ser justo», para añadir, quizás como corolario de esa expresiva descripción, que «hacer experimentos con la familia altera y debilita la naturaleza de las sociedades abiertas». El autor, al desgranar en ocho capítulos los avatares de su conversión, exuda libertad intelectual, no hay en sus proposiciones rigidez dogmática de ningún género y, en una revolera brillante y oportuna, desafiando así «el duro destino de no pertenecer a su tiempo», lanza la cita de Chesterton: el catolicismo «salva al hombre de la degradante esclavitud de ser un hijo de su época». Y esta es la cuestión: creer, creer religiosamente, en la fe católica ¿es liberador u opresor? ¿atrapa la conciencia o la libera? La respuesta de Valentí Puig es evidente: piensa, con Chesterton, que la fe -aquella que nos trasmitieron nuestros padres, deshabitada de ornamentos y cachivaches- emancipa al hombre y lo libra de lo que Miquel Porta Perales, en la recensión del libro de Puig (ABCD de las Artes y las Letras. Del 22 al 28 de diciembre de 2007), denomina «discursos emancipatorios».
Para el crítico catalán estos discursos emancipatorios «ensangrentaron el mundo durante el siglo XX ante la irrelevancia y el bajo perfil de lo posmoderno que nos rodea, ante la falta de valores sólidos y la dictadura ideológicamente correcta del soi-disant progresismo que nos invade, ante el rebrote de viejas y el rebrote de nuevas sectas que aspiran a convertirse en la fe del futuro, ante el vacío que se percibe cuando lo sólido se desvanece (...)». Concluye Porta Perales -y le secundo en la sugerencia- que «este es un libro de provecho no sólo para los creyentes sino también para los agnósticos». Quizá no es el momento de la agonía unamuniana -esa pelea interior entre la fe y la increencia que hace gemir al autor bilbaíno-; tampoco el de oponer la fe católica -con lo que conlleva de moralidad distintiva- con actitudes defensivas y victimistas. Es el tiempo de recuperar el discurso sereno del relato de Valentí Puig que es el de la naturalidad, el que contiene todos los elementos que hacen humana la fe y la convierten en una energía expansiva. Todo ello desde -tengo que insistir- ese «gozo de vivir» (esta vida no sería necesariamente una «mala noche en una mala posada» como advertía Santa Teresa que veía a Dios «entre los pucheros») que provoca una satisfacción íntima, profunda, en los intersticios del alma que alcanza un más allá tranquilizador y generoso.
Hoy en Madrid se celebra una concentración multitudinaria en defensa de la familia, convocado por la Iglesia española. La jerarquía eclesiástica y las diversas organizaciones que apadrinan este acto no precisan -lo comprobaremos- de apoyos políticos ni de acompañamientos partidistas. Se trata, desde luego, de un encuentro público confesional, católico, pero abierto -así debe ser- a tantos cuantos se sienten «hijastros de su tiempo», desplazados porque determinados valores en los que se cree padecen de un desgaste social, cultural e ideológico que los está deteriorando y, sobre todo, desacreditando como vigente para ésta contemporaneidad. Leer en esta tesitura a Valentí Puig procura un sosiego moral sustantivo porque su «La fe de nuestros padres» contiene cuanto precisa el discurso confesional al día de hoy -sencillo, abierto, natural- y explica la compatibilidad radical de creer, ser coherente con la fe y el disfrute de una vida feliz, solidaria y con sentido de la trascendencia. Puig ha ofrecido, en definitiva, una lección de semiótica a una Iglesia cuyo relato ha perdido la lozanía querecupera este mallorquín irónico, culto e hijo de su tiempo que es nuestro autor.


http://www.abc.es/20071230/opinion-la-tercera/nuestros-padres-lectura-para_200712300256.html

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ex Director de ABC.......