lunes 10 de diciembre de 2007
Pantomima
Miguel Martínez
L A primera vez que un servidor escuchó a Melendi en la radio del coche, probablemente porque no prestó excesiva atención a sus letras, no le pareció malo. Una buena base rítmica daba a su música un tinte alegre e invitaba a seguir el ritmo ni que fuera con el pie. La primera desilusión llegó al ver la portada de uno de sus discos compactos, al apreciar cómo en el título del álbum, en el rótulo en el que se leía el nombre del artista, éste aparecía culminado con una hoja de marihuana que hacía las veces de singular punto sobre la i. “Lástima”, se dijo un servidor, pues sabía que, a partir de aquel instante, por el hecho –nada mero a mi juicio- de publicitar las drogas en su “marca” iba a juzgar de un modo estricto a ese chaval e iba a mirar desde la desconfianza cualquier cosa que cantara, dijera o hiciese. Y a eso vamos. Y sin querer entrar en el sempiterno debate sobre si las drogas deben legalizarse o no, tema en absoluto baladí, ya sabrán los reincidentes más fieles de este columnista que un servidor opina que se debiera de ser especialmente cuidadoso con el tema de las drogas cuando éstas se asocian a los iconos que nuestros jóvenes toman como modelo, llegando a idolatrarlos, colocándonos a los padres en evidente posición de desventaja con nuestros hijos, especialmente cuando éstos son adolescentes, etapa en la que dan infinitamente más valor a los estereotipos que patrocinan sus héroes mediáticos, que a los valores que los padres nos empeñamos –con mayor o menor habilidad y éxito- en transmitirles. En cualquier caso, como les decía, el hecho de comprobar que el tal Melendi se apuntaba a la cultura de la marihuana, sirvió para que considerara a ese menda más peligroso que un mono con una metralleta y con hipo, máxime cuando uno, tras examinar a ese tío con lupa, se da cuenta de que bombardea a nuestros menores con letras como ésta: Hoy, me voy a comer el mundo Voy a pasar de este curro que ya no me da pa ná Y hoy , te voy a decir la verdad Comienza mi nueva vida....... Vuelvo a traficar. En definitiva, que hacerse camello es económicamente más rentable que servir hamburguesas en el BurriKing y encima cansa bastante menos. Sólo le ha faltado decir: Chavales de todo el mundo. Dejad vuestras ocupaciones y meteos a narcotraficantes, veréis qué gozada. Fijaos lo bien que me ha ido a mí. ¿Mandan o no mandan huevos? Sigan leyendo y verán que sí. Y aunque los burros siempre vuelen Y los camellos se ahoguen en el mar La vida es demasiado bella Para perderla en trabajar Y si el trabajo dignifica o deja de dignificar Si no sé lo que esto significa ¿Qué coño más me da? Yo vuelvo a traficar No es de extrañar que no sepa el significado del verbo “dignificar” pues presume el nota éste de no haber leído –igual que doña Victoria Adams de Beckam- un libro en su vida. Otro buen mensaje, sin duda alguna, para nuestros adolescentes. En cualquier caso es escandaloso que a este tipo, que transmite estos aleccionadores mensajes a nuestros jóvenes, numerosos ayuntamientos de España le hayan estado pagando sus vicios con fondos públicos, contratándolo para sus fiestas mayores y demás eventos organizados por o para la Administración. Saber que uno sólo de los numerosos –y a todas luces excesivos- euros que Hacienda le cobra a un servidor por existir, puedan ir a parar a las manos del Melendi ése, para que se monte fiestas donde corra la marihuana más que el aire, hace que a quien suscribe le suba la bilirrubina, la transaminasa, el hematocrito y hasta el colesterol, o lo que es lo mismo, que lo pone de una mala leche espantosa, porque que le fastidien a uno un veintitantos por ciento de lo que gana con el sudor de sus axilas –me van a disculpar mis queridos reincidentes, pero a un servidor no suele sudarle la frente- para que vayan y se lo suelten a este apologista de las drogas -llámenme puntilloso y anticuado, si ustedes lo desean- no me parece que sea de recibo. Que las drogas existen es evidente, que no hay que caer en la negación ni en la ocultación es indiscutible, pero de ahí a que se patrocine a cargo del erario a quien recomienda en sus canciones mandar a la porra al negrero del jefe y dedicarse a pasar costo por las esquinas, va un trecho largo. Un pedazo de trecho. No escarmienta el chaval, señal de que le va bien, y saca una canción –promocionada generosamente incluso en las cadenas públicas, muy probablemente utilizando alguno de mis euros- que titula “Calle Pantomima” en la que este sujeto de aspecto poco aseado afirma haber tenido un dulce sueño en el que se ve en un paraíso idílico para su modus vivendi: “Donde las plantas que se fumaban se cultivaban en los balcones” –le debió salir mal lo de traficar y ahora se autoabastece- “donde la luna se ponía todos los días” –hay que ver la luna, antes icono de enamorados y ahora toda puesta, hasta las cejas de maría y sirviendo de símbolo a los drogatas- “donde las leyes las hagan los peatones” –machismo puro, pues debiera haber dicho peatones y peatonas- “donde no toque los huevos la policía” –metáfora barbitúrico y/o alucinógena en la que convierte en urólogos a los polis- “donde las hostias nos sepan a caricias” – o sea, que le da igual que le zurren, lo que no quiere es que le duela- “y los camellos nos perdonen las pifias” – una pifia con un camello debe significar el hecho de pretender que éstos le proporcionen el género por la patilla, de lo que se deduce que el cambio climático –diga lo que diga el primo de Rajoy- le ha arruinado la cosecha en el balcón y ha de recurrir a la adquisición de producto importado y/o manufacturado a través de intermediarios y, además, con pagarés a noventa días. Y si ya andaba uno de punta con el tío éste de las rastas, va y monta la del avión. Se presenta en un vuelo más puesto que la luna de su canción, y con alguna que otra botella de Pacharán a bordo –y luego a usted no le dejarán subir al avión una minúscula botellita de agua de 15 c.c. para su niño de tres años- y cuando se le acaba el combustible, pide más alpiste y el auxiliar de vuelo se lo niega por ir ya con una tajada como un piano, monta la de Dios es Cristo e insulta a tripulación y a viajeros, liando tal pollo que el comandante se ve en la obligación de dar la vuelta y aterrizar de nuevo por no poder garantizar la seguridad en la nave con el tal Melendi de esa guisa a bordo. Natural, no había en el avión un par de policías que ejercieran de urólogos tal y como el niño éste soñó. De haberlos habido, otro gallo le hubiese cantado al cantante. Alguno de mis reincidentes me dirá que no sea tan duro con el chico, que un día tonto lo tiene cualquiera y que, al fin y al cabo, el chaval pidió disculpas. Y yo le responderé que sí, pero que si leemos íntegramente el comunicado emitido por el de las rastas, efectivamente pide -de forma somera y de soslayo- tímidas disculpas, si bien arremete contra la tripulación y contra la desmesurada decisión del comandante, ofreciendo una versión sesgada de los hechos que se contradice radicalmente con la dada por diversos pasajeros que narraron la actitud prepotente, chulesca y amenazadora del niño de las rastas, y cómo los casi doscientos pasajeros se pusieron en contra de él. Presume el tal Melendi de anticapitalista, y viaja en clase business, de antisistema y ya me gustaría a mí ver en qué invierte sus pingues beneficios y –no se lo pierdan- de ecologista, obviando el hecho de que el pitote que armó en el vuelo a causa su borrachera y de su actitud “agresiva y provocadora” , supuso que se quemaran en balde –pues el avión tuvo que desandar lo andado tras tres horas de vuelo - miles y miles de litros de queroseno, cuyas emisiones nuestra atmósfera bien se podría haber ahorrado si el niño Melendi se hubiese comportado como un ser civilizado. ¿Así actúa un ecologista? Menuda pantomima.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4312
lunes, diciembre 10, 2007
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