martes 4 de diciembre de 2007
EL DESAFÍO DEL TERRORISMO ISLÁMICO. ¿HAN SIDO ADECUADAS LAS RESPUESTAS?
Gustavo Morales
L AS comunidades islámicas se instalan en países europeos que les brindan los derechos políticos, económicos y sociales de los que carecen en sus países de origen. Ahí comienza una acción que les llevará de su presencia como invitados ajenos a otro nivel donde reivindicarán la total hegemonía, sin espacio para otras religiones. Cuando los musulmanes poseen una parte importante de la población o reivindicaciones históricas, como es el caso de Andalucía, pasan de considerar el territorio donde están de dar el ahd, tierra de kafar, infieles, donde no pueden reclamar la aplicación de la Shariá o ley islámica, a dar al hard, territorio por conquistar donde los mahometanos pueden llevar a cabo la yihad, la guerra santa, hasta conseguir dar el Islam, territorio del Califato donde sí se aplica únicamente la jurisprudencia coránica. Las comunidades pasan de llevar una vida cerrada, de espaldas a la sociedad, a intervenir en la vida pública. Esto ya ha ocurrido en Francia. Pero ni siquiera dar el ahd es un seguro para los occidentales. Los centros de edición y distribución de la prensa radical, ya sea de los islamistas armados argelinos como los paquistaníes, se centran en Londres, París y Berlín donde aprovechan las libertades de expresión y publicación que niegan donde ellos reinan. Es necesario recordar, como dice Gustavo Bueno, que la Filosofía y el Derecho sólo se desarrollaron en territorio cristiano, en las zonas sometidas al Islam sólo existe la teología de la media luna. Las autoridades europeas cometen un error básico: prefieren tratar con los ulemas o líderes de estas comunidades a tratar con los musulmanes como individuos, un ciudadano más. Refuerzan el liderazgo musulmán y dan carta de naturaleza a las comunidades de esa religión totalitaria, permitiéndoles menoscabar los derechos de sus mujeres y aplicar en sus áreas la normativa coránica. Esto se evidenció en las protestas de padres mahometanos contra la presencia de crucifijos en colegios. De hecho, el edicto de Jomeini contra Salman Rushdie, los furibundos ataques contra las naciones cuya prensa caricaturizó a Mahoma o las violentas protestas contra el Papa cuando disertó en la Universidad alemana son muestras de que no renuncian a intervenir directamente en áreas ajenas a su fe. Los defensores de la guerra santa contra el Cristianismo, los yihadistas, carecen de un Estado, están repartidos por medio centenar de naciones y diluidos entre casi mil millones de musulmanes. La poderosa maquinaria de guerra occidental no puede dañarles porque carece de una cabeza a la que golpear. Donde sí se ha producido una intervención militar, en las naciones iraquí y afgana, la rápida victoria de los ejércitos occidentales se ensombreció con la ocupación. Los combatientes que iniciaron su singladura en 1980 luchando contra el ateismo soviético en Afganistán, agrediendo a India en Cachemira o bañando Argelia en sangre, se han concentrado de nuevo en aquellos dos países. En Irak el caso es más sangrante porque el baasismo laico de Saddam Hussein, destruido por el presidente Bush, fue durante mucho tiempo un muro de contención contra el islamismo. Baste citar la guerra de ocho años que mantuvo Bagdad para derrocar, sin éxito, la teocracia persa de Teherán. La acción constante, aunque no resolutiva, de guerrilleros y terroristas debilitan el apoyo de la opinión pública norteamericana, y la opinión pública es esencial en una democracia (El rey de Arabia Saudí no tiene ese problema). Es imposible eternizar la presencia de ejércitos occidentales en Irak y Afganistán. Y son esas tropas anglosajonas y polacas en su mayoría, más las empresas de soldados corporativos, las que sustentan ambos raquíticos Estados cuya autoridad no alcanza su propio territorio. El aparato del terrorismo yihadista lo sabe; ataca a las naciones ajenas al Islam y fuerza su política, como ha sido el caso de los cristianos coreanos en Afganistán. Antes o después, irán a la guerra civil para conquistar el poder, en el momento que los marines de EE.UU. se marchen. Al Qaeda, la cabeza de turco de Washington, no es una organización internacional terrorista sino un centro fanático de apoyo económico, organizativo y de entrenamiento para cientos de grupos musulmanes indígenas instalados en sus propias naciones o en la emigración. Su discurso va contra Occidente, abanderado de los derechos humanos y la democracia. Los yihadistas denuncian sus contradicciones como el apoyo a regímenes autocráticos como los de la Península Arábiga o a Israel. La acción terrorista sólo distingue entre los suyos y los demás. Los atentados yihadistas buscan matar al mayor número de personas, ya sean infieles: Nueva York, Madrid, Londres, París, El Cairo, Yemen; como “malos musulmanes”: Irak, Afganistán, Indonesia. El mayor número de víctimas de los yihadistas siguen siendo musulmanes. En el caso de un Estado islámico radical, como Irán, la respuesta a su agresivo programa nuclear es el tímido bloqueo de los foros políticos y económicos occidentales. Nadie parece comprender que la financiación saudí al movimiento deobandi también contempla, como Ben Laden ha demostrado, el exterminio de los “herejes” chiítas. Teherán intenta generar un ecumenismo islámico para recuperar el liderazgo del renacimiento musulmán que tuvo en 1979. Es difícil, sólo uno de cada diez mahometanos es partidario de Alí, chiíta, y sus seguidores, como los hazaras afganos, han sido blancos frecuentes de los yihadistas y de sus aliados talibán. Irán, más práctico que Al Qaeda, abre nuevos frentes, profundiza una relación iniciada por Jomeini, con el envío de su hijo Ahmed en los años 80 a Cuba y Nicaragua estrechando lazos y firmando acuerdos. La vieja Persia sigue creando alianzas basadas en su común enemistad con Estados Unidos, sin exigir un sometimiento estricto al Islam como hacen sus ofuscados rivales yihadistas. El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, ratificó la alianza con el boliviano Evo Morales, tras asistir a la 62 Asamblea General de la ONU y antes de partir para reunirse con el venezolano Hugo Chávez. En esa asamblea de Naciones Unidas el presidente Kirchner solicitó la entrega de los iraníes reclamados por la justicia argentina por el atentado de la AMIA en Buenos Aires, el más importante que se haya cometido contra la comunidad judía desde la Segunda Guerra Mundial. La extensión del Islam ha estado históricamente ligada a la guerra. Mahoma fue un guerrero que expandió su religión con las armas. En la mayor parte de los Estados musulmanes están prohibidas otras religiones. Personalmente sólo he podido asistir a misa en una iglesia en Teherán. La conversión de un musulmán a otra religión está penada con la muerte. Algunos pretenden fomentar un Islam moderado frente al Islam radical, cuando aquel nunca ha combatido a éste. El yihadismo encuentra un terreno abonado en una Europa con una diáspora de millones de musulmanes, cuyos jóvenes se sienten marginados y buscan reconstruir su identidad. A los actos terroristas no les han seguido movilizaciones masivas yihadistas todavía pero los extensos incidentes en Francia preconizan un cambio cuyo eje son las mezquitas donde se predica el salafismo y otras formas extremas de Islam sunnita, el mayoritario. Las aspiraciones frustradas de los más pobres en el continente más rico pasarán del terrorismo radical a movilizaciones sociales donde el componente religioso de los agitadores supone un factor de confusión para los países receptores, desarmados ante este fenómeno gracias al laicismo que heredamos de la Revolución francesa. Frente a ello se toman medidas cortas de miras y erróneas en su aplicación. Las actuaciones de inteligencia se basan en la tecnología, sin ocultar el déficit de agentes de campo en el mundo islámico. La especificad del sujeto a estudiar, el islamista, por la asunción de una serie de roles y ritos desde la infancia, dificulta la penetración de agentes de campo foráneos. Los movimientos deobandi, la secta chiíta o ismaelí, los wahabies o salafistas, realizan un proceso de aculturación imposible de imitar durante largos periodos de tiempo. Esta respuesta policial produce colateralmente un debilitamiento del Estado del bienestar por dos vías: Un incremento no calculado de sus beneficiarios, con la pérdida de derechos de los sustentadores históricos de la seguridad social, los indígenas europeos. También se produce un debilitamiento de los derechos civiles de los ciudadanos occidentales por la razón de Estado: la lucha contra el terrorismo. En cuanto al mensaje, los medios de masas yerran cuando se preocupan de distinguir el Islam de los islamistas, más que por justicia para no provocar una mayor extensión con persecuciones. Su éxito se hace notorio con un sencillo ejemplo: En España no hubo ni un incidente con la comunidad marroquí por el 11 de Marzo. Entre las medidas económicas contra este estado de cosas, el capitalismo fomenta el desarrollo de las naciones musulmanas pobres, como Marruecos, Egipto o Mauritania. Tras la presentación sociopolítica está la verdad, la desconcentración de empresas está impulsada, en realidad, por la inexistencia de poder sindical en aquellos países y la mano de obra barata, además de los incentivos fiscales y el acercamiento a las materias primas y a nuevos mercados. Sólo el crecimiento de la acción directa islámica ha frenado la llegada de muchas empresas occidentales. Finalmente los gobiernos occidentales apoyan un desarme ideológico. En realidad, asignaturas como la Educación para la Ciudadanía sólo tendrían sentido en los colegios donde hay una fuerte presencia de inmigrantes de culturas autoritarias y antidemocráticas a los que sí hay que adoctrinar. Andre Malraux tenía razón: el siglo XXI será religioso o no será.
http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp
martes, diciembre 04, 2007
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