miércoles, diciembre 26, 2007

Felix Arbolí, La Navidad que llegó en patera

miercoles 26 de diciembre de 2007
La Navidad que llegó en patera
Félix Arbolí
HACE 2007 AÑOS LA noche es fría y lluviosa. Hasta las estrellas se sienten ateridas y no se atreven a salir. La luna cierra sus ventanas, que dicen los que han estado allá que son cráteres y montañas, y oculta su cara a la gélida mirada de la Tierra. Por los caminos nevados no se ve ni humano ni animal alguno. Es un verdadero suicidio intentar abandonar el confortable domicilio familiar, donde troncos y estufas caldean a los afortunados que tienen donde cobijarse y esperar tiempos mejores. El llanto de un bebé, que cesa rápido, descubre la presencia de una vida que acaba de iniciar sus primeros balbuceos en este mundo. La voz cálida y entrañable de la madre hablando a su pequeño retoño con los ojos y el alma más que con la boca, mientras le da el pecho amorosamente, rompe el silencio e interrumpe las quejas infantiles. Hasta el exterior llega el placentero influjo de ese improvisado hogar rural donde se advierte que hay paz y bien. Acaba de producirse el nacimiento del deseado hijo, que adelantándose a las fechas previstas los sorprende en plena travesía camino de la ciudad. La feliz pareja da las gracias a Dios por el enorme regalo recibido que ya duerme de nuevo placidamente en una improvisada camita que el padre hace sobre el pesebre donde deben comer los animales que se hallan en un rincón de la estancia. Han decidido llamarle Jesús, que significa salvación, porque ven milagroso que se haya salvado de morir en un parto tan difícil y en noche tan intempestiva. La tempestad y la nieve les han cogido a mitad de su destino. Hasta el refugio, atraídos por la luz de la fogata que el padre ha encendido en su interior, se acercan unos señores muy importantes que van en dirección a la ciudad, invitados a la fiesta que organiza el gobernador de la misma. Ante tan insólita y emotiva escena felicitan gratamente sorprendidos a la familia y no teniendo otra cosa en ese momento que regalar al recién nacido, le dan dinero a los padres y esparcen unos polvos sobre el fuego para que purifique y aromatice el ambiente. Una esencia en esos tiempos excesivamente cara y muy difícil de obtener, que ellos llevaban para ofrecer a su ilustre anfitrión. Son personas de enorme prestigio y sabiduría que realizan tan largo viaje gracias a sus medios económicos que les permiten viajar sin contratiempos en vuelos que ahora se llaman supersónicos. El padre del recién nacido es un buen escultor de la madera, aunque él modestamente se califique como carpintero y la madre, aunque actualmente venida a menos, pertenece a una noble familia emparentada con antiguas dinastía reales. Desde la llegada de esta milagrosa criatura parecen sonar músicas y cánticos que llegan de los árboles, arroyos y ramajes circundantes. Todo se convierte en un delicioso arrullo musical. Hasta el mismo cielo parece querer participar en el evento. Deja de llover y aparece una gran estrella iluminando la profunda oscuridad invernal, que desde entonces es la que vemos brillar con mayor intensidad cada noche en nuestro firmamento. Los elementos de la Naturaleza tan violentamente desatados, parecen contagiarse ante el suceso y el trueno y el relámpago cesan sorprendentemente. La noche, inexplicablemente, luce espléndida. ÉPOCA ACTUAL APROVECHANDO la oscuridad y el hecho de que las fuerzas que vigilan las costas se hallan resguardadas del frío en el interior de sus dependencias y garitas, el matrimonio se dirige rápido tierra adentro desde la playa. En sus ojos se advierte el sufrimiento por la exagerada frialdad de la noche, junto a la emoción de haber alcanzado su desconocido y anhelado paraíso donde ese hijo que ya le da patadas en el vientre a la madre pugnando por salir, pueda iniciar una nueva vida mejor. . Nada más pisar tierra firme, aún con el agua por los tobillos, los veinte pateranos han abandonado la embarcación a toda prisa y se desperdigan como conejos perseguidos por galgos para ocultarse tras la frondosa vegetación que se divisa a escasos metros de la orilla. La oscuridad nocturna le brinda su complicidad para huir y esconderse. En la mar, hundidos en el abismo con sus sueños y aspiraciones, han quedado tres compañeros de aventuras, una mujer y dos hombres. Para los supervivientes fue terrible tener que ver cómo se hundían en ese profundo mar que los liberaba del sufrimiento a costa de arrebatarles su propia vida. Sólo se conocen de la travesía, pero en ese corto viaje en el que la muerte siempre va de compañera, la solidaridad los une con lazos más fuertes aún que los familiares. El hambre y la sed estuvieron a punto de arrebatarles el vigor y las ganas de continuar persiguiendo ese su sueño, pero al llegar a tierra firme y saber que acababan de alcanzar la meta deseada, les ha generado nuevas energías y deseos de vivir. Proceden de un país asolado por el hambre y las guerras tribales, en el que los que están arriba, disfrutando del poder y los privilegios, se afanan en un sistemático genocidio para eliminar a los que no pertenecen a su etnia y nacen en la miseria por nefasto capricho del destino. A nuestros atemorizados fugitivos que corren sin detenerse y se arañan y sangran con las ramas y rastrojos que se cruzan en su huída, les han contado que hay un mundo donde reina la paz, no existe el hambre y se consideran fundamentales los principios de la libertad y dignidad humanas. Algo que les suena a música celestial y cuento de hadas en sus empobrecidas mentes, no por defecto de la naturaleza, sino por no haber tenido la oportunidad de cultivarlas. Acabados de desembarcar junto a sus compañeros de travesía., el matrimonio busca un sitio donde refugiarse. Las lágrimas asoman y se congelan en sus rostros, a causa del dolor y la rabia de tener que abandonar patria, familia y compañeros, la emoción de llegar a ese lugar del que tanto y bueno le han contado y el tremendo frío que penetra en sus ojos desmesuradamente abiertos y asustados. Árboles, hojarasca y nieve, mucha nieve, constituye su entorno, el camino a recorrer hacia ninguna parte en especial, solo a evitar ser descubiertos y devueltos a su lugar de origen. La madre siente al hijo en su interior y sabe que de un momento a otro abandonará la cálida masa que lo envuelve y protege, para enfrentarse a un mundo desconocido, desagradable, insensible y cruel que es el único que ella conoce. Tan distinto al que ahora disfruta ese hijo. A veces llegó a pensar si no sería mejor para él evitarle tener que soportar esos futuros sufrimientos, pero su instinto materno rechazó la idea de asesinar a su propio hijo. Tiene que ayudarle a nacer, a sufrir, a gozar, llorar y reír. A vivir con todas sus consecuencias buenas y malas. Están calados, hambrientos y fatigados, enormemente fatigados de tan duro peregrinaje y tan dolorosas emociones. Han atravesado el desierto, escalado montañas y hasta comido hierbas y todo tipo de cosas encontradas que les han servido para aplacar el hambre, porque cuando ésta aprieta en demasía no hay tiempo para remilgos a la hora de alimentarse. El mundo que se les presenta a su llegada no parece diferir mucho del que acaban de dejar. Al menos, en el paisaje, el hambre, la sed y el frío que están padeciendo. Sólo les mantiene la esperanza de haber encontrado ese lugar mejor y más seguro, donde su pequeño pueda gozar de una vida con más oportunidades que las que ellos han tenido. . La oquedad de una roca, tapada posteriormente con ramas y hojas que ha reunido el hombre, les sirve de albergue para pasar la noche, aminorando la inclemencia del tiempo e intentando un merecido y necesario descanso. Las desgracias nunca vienen solas y cuando menos se espera, llega la sorpresa. A la madre por efectos del accidentado viaje y tantas emociones y sufrimientos padecidos, se le adelanta el parto. Sus gritos quedan apagados por los cánticos y la música que llegan de algún lugar cercano donde se debe estar celebrando una fiesta. El pobre marido, obligado por las circunstancias, ayuda a su mujer como puede, intentando que ese hijo haga un aterrizaje feliz en la nueva patria. Allá en su tierra, no es fácil encontrar ayuda especializada y hombres y niños tienen que asistir a familiares y vecinos en estos trances. A duras penas y esfuerzos por parte de él, y exclamaciones de dolor y contorsiones por parte de ella, se desarrolla el imprevisto parto y un pequeñajo rompe al fin la barrera que lo mantenía unido a la madre y en un llanto terco y sonoro, inicia su aventura vital. El padre sudoroso y feliz, aunque atemorizado, intenta calentar la frialdad del ambiente con una fogata de hojas, ramajes y cuantos rastrojos ha podido acumular de los alrededores. La pareja y su recién nacido se hacinan para darse mutuo calor y el pequeño no tarda mucho en engancharse al pecho de la madre y chupar ese caldo de vida que ella le proporciona, hasta quedar dormido y satisfecho. Acostado en su cunita un pequeñajo que no hace mucho ha llegado a este mundo, gorjea feliz y sonriente, mientras se empeña con gran dificultad en manosear y “saborear” un cervatillo de peluche que le acaban de regalar unos ancianos con barbas y largas y lujosas túnicas que le visitan en el hospital. Se disfruta de confortable calor en la habitación, toda blanca y adornadas sus paredes con dibujos infantiles de animales, estrellas y flores, donde se alinean varias cunitas con bebes, aunque la de él destaca de forma especial por sus rizados cabellos y su negra piel. Sus padres le miran a través de los cristales y en sus ojos asoman convertidas en lágrimas la felicidad y la gratitud. Llevan ya dos semanas recibiendo las atenciones y cuidados por parte de esas personas uniformadas de las que les indicaron debían huir y ocultarse. Recuerdan emocionados la noche de su llegada en la que el resplandor de la hoguera descubre su improvisada cueva-paritorio y se encuentran rodeados por un grupo de hombres y mujeres de diferentes vestuarios sorprendidos ante tan insólita y entrañable escena. Rápidamente, con extremados cuidados, les atienden, alimentan y abrigan, haciéndose cargo del bebé que desde entonces disfruta de cuna, calor y solícitas atenciones, para que se restablezca cuanto antes de las precarias condiciones físicas en que nace. Su hallazgo en la Nochebuena, una fecha tan señalada, donde en otra cueva hace poco más dos mil años nace un niño muy especial en idénticas condiciones, les induce a considerar a sus benefactores que de nuevo Jesús ha vuelto a la Tierra para amarnos, redimirnos y hacernos mejores, sin distinción de colores y procedencias. Hay veces que es bonito soñar, aunque sepamos que es solo un sueño. La música que se oye en el recinto hospitalario trae aires navideños y una grata sensación de amor, solidaridad, paz y buenos deseos. Este espíritu, mi querido lector es el que me inspira a escribir esta sencilla fantasía con el sincero deseo de que no solo en estas fiestas tan entrañables , sino a lo largo de todo el año que estamos a punto a iniciar y en el que parecen confluir pésimos augurios, podamos alcanzar la protección de ese Niño cuyo nacimiento seguimos celebrando gozosos y fervorosos los hombres de buena voluntad. .

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4334

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