lunes 10 de diciembre de 2007
Envejecemos
Alfredo Amestoy
S OMOS lo que es nuestra mente. O sea que somos menos de kilo y medio. Y ni siquiera eso. El cerebro de algunos, de muy pocos, de Goethe y de media docena de privilegiados, pudo llegar a pesar más. El cerebro de la mayoría de los seres humanos parece que no pasa de kilo y cuarto. ¿Quiénes tienen más cerebro? Pues, aunque no esta bien visto hablar de tamaños, el cerebro de los hombres unos cien gramos más que el de las mujeres. ¿Y aquí es importante el tamaño o, como ocurre en otros órganos del cuerpo, el tamaño da igual? Pues aquí el tamaño es fundamental. No sólo Goethe, Bethoven, Napoleón, incluso Fraga Iribarne, han tenido- y Fraga todavía tiene- mucha cabeza, mucho cerebro y, por lo menos, mucha memoria. En el reino animal tenemos las mejores muestras: el elefante tiene la mejor memoria porque tiene la mayor cabeza. Y en la mar se repite el fenómeno con la ballena y el delfín. La memoria es algo muy importante. Los que poseen una buena memoria pueden incluso parecer inteligentes. Quienes no tenemos una gran memoria muchas veces somos considerados de pocas luces. El que esto escribe – que por cierto dicen que el cajón de las palabras está en el hemisferio izquierdo; en el derecho está el ordenador donde metemos percepciones, sonidos, sabores, olores- tiene una memoria tirando a mala. Y estoy comprobando que cada día va a peor. En contra de lo que podamos oír por ahí, la pérdida de la memoria no es cuestión de Alzheimer. El Alzheimer tendrá que ver con la demencia senil, que aunque suele ir acompañada de la amnesia, no es la amnesia. La amnesia es la perdida de la memoria que siempre ha tenido que ver con la edad. O sea que, como luego veremos, a más longevidad más gente sin memoria. Pero eso es algo que ocurre desde el momento en que empezamos a envejecer. Y ¿cuándo empezamos a envejecer? Los jóvenes, y sobre todo ahora que hasta los de cuarenta se creen jóvenes… siempre han creído que la vida eran tres fases bien delimitadas: se era niño y joven hasta que, de pronto, te convertías en adulto – ahora como no hay ni servicio militar y las mujeres tienen su primer hijo a los treinta y tantos años- ese momento de hacerte hombre o mujer no tiene fecha. E igual se sabía cuándo dejabas de ser adulto y ya eras viejo. Era cuando te jubilaban y, a veces antes, cuando los jóvenes te llamaban de usted. Hoy ya no se sabe a qué edad te puede jubilar, porque hay prejubilados de cincuenta años, y en cualquier tienda una chiquilla le puede tutear a una abuela de ochenta y tantos. Como que se han dado muchos casos de hijas de sesenta que trataban a sus madres de usted mientras las dependientas se dirigían a las dos hablándoles de tú. No está mal que así sea y sospecho – yo no lo veré - que al fin al del siglo XXI no habrá esta separación tan drástica , por no decir dramática, entre viejos y jóvenes y por una razón muy sencilla: porque se admitirá , se reconocerá, que el envejecimiento es algo que comienza como muy tarde a los veinte años. Porque… es a los veinte años cuando, se ha demostrado, comenzamos a perder cerebro. Ese cerebro que hemos dicho pesaba alrededor de un kilo y cuarto, plenamente crecido y desarrollado a los siete años, comienza a disminuir a los veinte y a perder peso a razón de un gramo por año. Es decir, que, por ejemplo un servidor, ha perdido ya la friolera de cuarenta y cinco gramos de cerebro que, al precio que está hoy el kilo de todo, puede ser una fortuna. Sin contar la repercusión en la pérdida de memoria, que eso sí que no tiene precio. O sea que a ver cómo me las arreglo yo para recordar todo lo que he vivido en televisión durante casi la totalidad de los cincuenta años que acaba de cumplir. Porque no se trata sólo de que funcione la memoria mejor o peor. Está demostrado que en algunos casos, `por ejemplo, para recordar los tiempos más lejanos, funciona mejor la memoria a medida que vamos envejeciendo. Envejecer es un proceso y hay países, por ejemplo Puerto Rico, que nos dan una gran lección llamando a sus ancianos “envejecientes”… Dicho de otra manera, ancianos son quienes tienen la fortuna de envejecer, no la desgracia de ser viejos. Y además, ¿quién no es envejeciente? Todos. Y mala cosa es dejar de serlo. Como, afortunadamente, no paran de descubrir cosas, hace un par de meses se ha descubierto que tienen mejor memoria, o sea que recuerdan mejor el pasado, quienes piensan más en el futuro. Dándole vueltas a la cabeza sobre lo que vamos a hacer se activa el lateral izquierdo del cortex, el posterior derecho del cerebelo y el precuneus, superficie intermedia del hemisferio cerebral izquierdo, con lo cual se activan las redes neuronales del almacén donde está nuestra memoria autobiográfica y los recuerdos de nuestra vida. Como últimamente pienso mucho en el día de mañana confiemos en que recuerde como fue el día de ayer. Como se ve es muy complicado esto que llevamos encima de los hombros. A mí se me antoja que es como un piso con cantidad de habitaciones, exteriores, interiores, algún cuarto oscuro, ventanas, balcones, miradores, recibidor, cocina, baño… Hay quien en ese piso tiene incluso azotea, para tender la ropa, despensa y hasta trasero. Hay quien es muy hospitalario y tiene la casa llena de huéspedes. Mete en la cabeza invitados y no se le van, se le quedan dentro, viviendo a su costa y amargándole la existencia. Son problemas, preocupaciones, que no se sabe cómo se cuelan en la cabeza, y como a los ocupas que invaden las viviendas, luego no hay manera de echarles. Hay cabezas que son pisos muy cuidados. Se nota que el propietario es limpio y organizado. Nada de goteras, ni de desconchados, ni de cristales rotos. Y en toda la casa buena temperatura. Nunca demasiado calor. Que siempre recomiendan tener los pies calientes pero la cabeza fría. Calor ni siquiera en la cocina, que arreglado estás si se te va la olla, casi tan malo como que pierdas aceite. Hay cabezas fabulosas donde cada cosa está en su sitio y no falta el menor detalle. Y si encima tienes buenos muebles… Entonces ya eres la envidia de todos. Del que tiene un gran futuro o ha logrado sacar unas oposiciones a notario o registrador, o llega no a ministro, que a eso llega cualquiera, sino a entrenador de un equipo de fútbol o a ganar un concurso de televisión… se dice que vale muchísimo y que tiene la cabeza bien amueblada. O sea que tiene un dormitorio con dos buenas camas, con mesillas, con armario ropero, con tocador, con una butaca para descalzarse… No un colchón ahí tirado en el suelo… y un empotrado de vergüenza donde no cabe ni un tabardo… Y un buen comedor, con trichante y aparador, y un cuarto para los niños, y otro para cuando viene la suegra, y una cocina con todos los electrodomésticos último modelo. O sea, un piso, una cabeza, bien amueblada. Yo conozco gente que tiene la cabeza bien amueblada. Que da gusto verla e incluso entran ganas de entrar allí y quedarse. Yo estuve a punto de lograrlo. Creo que mi cabeza era un piso pequeño. De no más de sesenta metros, pero bastante bien puesto. Como se decía antes, “puesto con mucho gusto”. Hoy no se lo podría enseñar, porque ya no es lo que era. Como se fue llenando de objetos y de cachivaches, y ya no se podía dar un paso, opté por llamar a un chamarilero y deshacerme de casi todo. Quité las cortinas las alfombras, casi todos los cuadros, regalé cientos de libros que se habían amontonado encima de los armarios y andaban ya hasta por el suelo… y vendí la mitad de los muebles. O sea que mi piso, mi cabeza está casi vacía, y las pocas ideas que tengo pueden circular con más comodidad que antes. Y supongo que a los recuerdos les pasa algo parecido y no se esconden dentro de los cajones, detrás de los libros o debajo de los sillones.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4303
lunes, diciembre 10, 2007
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