viernes 14 de diciembre de 2007
Todo pasa en Madrid. Y… ¡Madrid pasa de todo!
Alfredo Amestoy
S I Madrid es “rompeolas”- “rompeolas de todas las Españas”- su Ayuntamiento es un “rompecabezas”; y no por las zanjas que levantan sus ediles ni por las cornisas que se desprenden de los edificios, sino por los mensajes que envía el alcalde a sus ciudadanos, mensajes casi cifrados, y que recuerdan las charadas o los acertijos. “¿Qué pasaría si nunca pasase nada?” No es un pensamiento de Lao Tse metido en el rollito de un restaurante chino; tampoco una pregunta profunda formulada en el Kempis o en “Camino”. Por aviesa, parece no una pregunta sino una respuesta… “gallega”. Por su construcción sintáctica, y por su proclividad al potencial, le adjudicaría autoría vasca, ya que los nacidos allí somos quienes más veces olvidamos que dos negaciones equivalen a una afirmación. Verbigracia: Si “yo no soy nadie”, es que soy “alguien”. Ergo…”Que pasaría si nunca pasase nada”, la frase escogida debiera ser “qué pasaría si nunca pasara algo” o “qué pasaría si nada pasase”. A pesar de que es una quimera pensar que en Madrid dejaran de pasar cosas, porque “todo pasa en Madrid” y, como ocurre hoy con lo que no sale en televisión, también “lo que no pasa en Madrid es que no ha pasado”. “Pasar” es uno de los verbos preferidos de los madrileños. El que aquí no es “pasante” es “paseante”; pero, ojo, bueno es pasear pero no que te paseen. Como el pasodoble no es el paso ligero. En Madrid hay salones para “los pasos perdidos”, plazas para gente de paso y calles para caminar “al paso alegre de la paz”. Y durante la guerra civil en Madrid nadie hablaba de ganarla o de perderla, de victoria o derrota, sino de “pasar”. Si Dolores Ibarruri había dicho “No pasarán”, Celia Gámez cantaba en el teatro… “Ya hemos pasao”. Y “pasota” fue una de las palabras que hicieron fortuna durante “la movida”, en los años 80 del siglo XX. “Pasota” era nuestra versión del “manfutista” francés; el madrileño que, como Madrid, “pasaba de todo”, CIEN AÑOS DE OBRAS “TODO pasa… y todo llega”. Cien años pasaron desde que Jovellanos presentara a Floridablanca un informe para ensanchar la capital, llegando a proponer incluso la cesión gratuita de terrenos, hasta que el ministro Moyano encargara a Castro en l860 el proyecto de Ensanche de Madrid, que, ante las presiones de los afectados influyentes, hubo de posponerse hasta l868. En el plan de Castro se contempla ya “una recta que viene de Florida o Moncloa alcanza las puertas de Bilbao y Santa Bárbara, deja un portillo en las tapias de San Bernardino, pasa por el tejar del Artillero, en busca del camino que desde la Fuente Castellana conduce a Hortaleza, atravesando el arroyo de Maudes y la vereda de Chamartín, para luego prolongar la carretera de Francia desde el Portazgo de Fuencarral a ese punto y hacer la más bella de las entradas a la corte”. Debían pasar casi otros cien años de obras para que la Glorieta de Cuatro Caminos fuera como yo la conocí cuando, después de tomar el metro de la Linea l – porque fue la primera de todas la de SOL- CUATRO CAMINOS- un autobús me llevaba hasta los cuarteles de El Goloso. En mil novecientos sesenta y pico en la Glorieta ya nadie se acordaba del Arroyo de Maudes. Maudes había dado su nombre a un espectacular Hospital que disfrutaron los trabajadores durante la República y durante bastantes años del franquismo. Y la plaza, había satisfecho su condición de importante cruce que llevaba a Fuencarral y a Francia, a través de Bravo Murillo. Bravo Murillo es la Gran Vía obrera, pero más artesana que proletaria gracias a los menestrales de Tetuán de las Victorias, donde vivían – ya no – “la aristocracia de los gremios”, lo mejor de cada oficio, que sólo trabajaban en talleres de postín y en las mejores casas del barrio de Salamanca. Esta Glorieta de Cuatro Caminos, con vocación de Plaza de Cibeles, no podía imaginar aún que, a la izquierda del estanque y cerca, en la misma acera donde se instaló la sede principal de la Cruz Roja, el arquitecto Casto Fernández Shaw levantaría un par de edificios de viviendas, fabulosos, que ya hubiera querido tener la Puerta de Alcalá. ¿Qué le había pasado a los Cuatro Caminos para que hubiera estado tan despegado del Madrid de la Calle Ancha de San Bernardo y de Chamberí? Pues la presencia del cementerio del Norte, por encima de los actuales Bulevares, y otros enterramientos por la zona de Islas Filipinas… Un barrio que era “la monda” y que, lleno de funerarias y carpinteros de ataúdes, echaba para atrás a todo el mundo… Menos a Pío Baroja que desde su casa de Álvrez Mendizábal, junto a Plaza de España, subía por las colinas de Areneros a “la busca” de personajes y “ocurrencias”. “ROPA TENDIDA EN EL MANZANARES” DEBAJO de otros cementerios de postín, las Sacramentales, inaugurados a finales del XIX, y entre los puente de Segovia y el de Toledo, Madrid tenía un inmenso lavadero de ropa, en el que había casi un centenar de “parcelas” que, a razón de cien “bancas” por lavadero, suponía en un día soleado la concentración de diez mil mujeres haciendo la colada. Muchas no sólo lavaban y colgaban la ropa sino que también planchaban en sus casas de la Ribera o de Lavapiés. Y algunas, yo llegué a entrevistar a las “supervivientes”, entregaban la ropa limpia y recogían la sucia en casas del barrio Salamanca o de las Salesas, haciendo el recorrido de cuatro o cinco kilómetros en el tranvía de San Fernando, “unas veces a pie y otras andando”. “…Y EL VIVO A LAS CHULETAS” NO salimos de cementerios. Lo cierto es que tampoco entramos. En Ventas, por donde hoy cruza la M-30 y que ha escogido el Ayuntamiento para que asumamos “lo feo que está todo si no se hacen obras”, es más reciente. Ya está la Plaza de Toros terminada luego estamos en l929 o l930. También se ha inaugurado el cementerio del Este, a escaso medio kilómetro de este lugar, a la vera del Arroyo del Abroñigal, van a crecer como setas las “chuleterías”, donde después de enterrar al finado, los deudos se van a poner morados de chuletas con ensalada. Las conocí en sus últimos días, cuando llegue a Madrid, en l959, que es cuando también conocí a mi mejor profesor de periodismo, hoy decano de los Cronistas de la Villa, don Enrique de Aguinaga, que vivía a la sazón en unas casas que construyeron en los años cincuenta en aquel cerrillo que aparece detrás del tendido, creo que es el 2, al norte de la plaza de Toros. MUCHOS TOROS Y UN CABALLO LA Plaza de las Ventas (del Espíritu Santo) es la tercera que se construye a la vera de la calle de Alcalá. La primera, junto a la Puerta, en el arranque de Serrano, y la segunda, a la altura de Goya. La de Ventas dista más de dos kilómetros del Retiro. Lo sabían los “capitalistas” que llevaban a hombros hasta su casa a Antonio Bienvenida, en la calle “General Mola”, hoy “Príncipe de Vergara”. O sea, otro General; y nada menos que Baldomero Espartero. Espartero, rodeado de compañeros de armas, como O´Donnell y Narváez, con calles en las inmediaciones, es quien se lleva el gato al agua; mejor, el caballo al pedestal. Al único español, plebeyo, que se le ofreció la corona de rey, y que la rechazó, nadie le mueve ni del Espolón de Logroño ni de la las calle de Alcalá. El héroe de Luchana, desde su estratégico emplazamiento ha visto pasar a seis generaciones de madrileños que iban a los toros a pie, a caballo o en coche. En coche de caballos, en calesa o en galera, iban a la Plaza don Narciso y don Enrique, los últimos “chisperos”. NARDOS, CLAVELES Y “CUARTA DE APOLO” HABLANDO de “carruajes”, en ese conocido lugar que es la Y griega que forma la Calle de Alcalá, con la Gran Vía recién nacida, vemos en fotos de otra época vehículos de tracción animal. Un simón por la derecha; un furgón de reparto baja a Cibeles por San José; un carro -¿de la basura?- está parado delante del novísimo “Fénix” y una tartana cruza por delante de la futura Gran Vía, totalmente vallada. El coche de la iglesia, quizás un Ford T, de l908, nos recuerda otro automóvil que en la década de los cincuenta se detenía media hora en San José y, estacionado allí, con el mecánico leyendo el “ABC”, aguardaba que terminara la misa. Era el Rolls-Royce que recogía todas las mañanas al millonario don Ildefonso Fierro en su Palacio de la Plaza de Salamanca y que le llevaba a su despacho de Presidente del Banco Ibérico, en Gran Vía esquina a Clavel, después de pasar por la iglesia. Ya se había construido algo en la acera de los pares, tras la inauguración del 4 de abril de 1.910 con el golpe de piqueta de Alfonso XIII en la casa del Cura, que estaba pegada a San José. Lindando con la iglesia, por el otro lado, estaba el famoso Teatro Apolo; con su “Cuarta”, la cuarta función que se daba para los trasnochadores. No había forastero que viniera a Madrid y no pasase por la calle de Alcalá. Sobre todo los andaluces. “Cómo reluce…la ca´de Alcalá cómo reluce, cuando suben y bajan los andaluces”. Y ¡cómo olía este lugar!… Aunque todavía el maestro Alonso no había escrito “Los nardos”, ni Agustín Lara el chotis “Madrid”… y la Gran Vía no estaba aún “alfombrada de claveles”. ¿QUÉ PUEDE PASAR EN LA GRAN VIA …QUE NO HAYA PASADO YA? EN la Gran Vía, alrededor de l920, volvemos a ver carros tirados por mulos en labores de limpieza de escombros en el segundo tramo. Alguien me dice que por Jacometrezo o Abada. Las obras de la Gran Vía terminaron con el Cine Gran Vía, que como la zarzuela de ese mismo nombre, existía muchos años antes de iniciarse los trabajos de demolición de trescientas casas. Ante la pregunta de marras, no cabe sino contestar que, al menos en la Gran Vía, poco puede pasar ya porque ya pasó todo lo que tenía que pasar. Las obras para su realización duraron cuarenta años, desde l910 a l950. Poco antes de construirse la Torre de Madrid, en la Plaza de España, aún se levantaban algunos edificios en el tercer tramo “granviario”. La Gran Vía fue una obra “faraónica”, sólo comparable a la realizada por Hausmann, en París, para trazar los Campos Elíseos. En Madrid se inmolaron cuarenta y cinco calles, treinta de las cuales desaparecieron en su totalidad, “a mayor gloria de la Gran Vía”. Y hoy es el día en que a lo largo de sus 1.315 metros de longitud, se agolpan más de doscientas grandes tiendas, por las que desfilan diariamente más de cien mil personas. Circulan por sus aceras cerca de medio millón de almas. Quince mil espectadores acuden cada día a sus veinticinco salas de cine y teatro. Y duermen cada noche, en sus treinta grandes hoteles y doscientos hostales, cuatro mil personas. Y gentes de todos los países del mundo, de todas las regiones de España, de todos los barrios de la capital invaden todos los días este centro de Madrid, con su Gran Vía de tiroides, que a diferencia de París y de otras capitales, no teme ser “ocupado” por los vecinos de la periferia. Hace tiempo que inmigrantes, vagabundos, prostitutas, chulos, borrachos y mendigos, “ya han pasado”. Y se han quedado. Y, como diría el Ayuntamiento, “no ha pasado nada”. Que significa que “ha pasado algo”.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4317
viernes, diciembre 14, 2007
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