lunes 10 de diciembre de 2007
Maribel
Félix Arbolí
N O comprendo y lo siento por qué el mundo está tan loco como para hacernos capaces de pasar insensibles e indiferentes ante las pequeñas y grandes cosas que nos ofrece y regala la vida en el día a día de nuestra existencia. Porque cuando nos levantamos por la mañana no sabemos si esa va a ser nuestra última jornada en este mundo; un día gris en nuestro calendario que pasará sin penas ni glorias o un hecho gozoso y prometedor que cambiará nuestra existencia. Vivimos más pendientes del pasado y del futuro que del presente y no nos damos cuenta que es éste el que puede hacernos olvidar errores pretéritos o intentar mejorar y alterar equivocaciones futuras. Hoy, gracias a Dios y al destino, puedo celebrar una fecha venturosa que marcó un nuevo y maravilloso rumbo en mi recorrido vital. Hace cuarenta y siete años, muchos lectores posiblemente no habían nacido aquel 7 de diciembre de 1960, tuve la inmensa suerte de prometer amor eterno a una mujer y serle fiel hasta la muerte. De lo primero, no tengo la menor duda y se que nuestros mutuos sentimientos sobrevivirán más allá de los límites humanos. Porque cuando amamos con toda la intensidad posible a una persona, los que nos sobreviven siguen fieles al recuerdo de ese amor aunque ya no sea de esta tierra, ni sean ellos protagonistas directos de ese sentimiento. De la segunda promesa, posiblemente tenga que entonar algún pequeño y travieso mea culpa, sin peligro alguno por supuesto para la integridad matrimonial. No ha existido una mujer en mi vida capaz de poder competir con la que Dios me proporcionó en un acto de infinita bondad y generosidad. Perdonen que hoy no les agobie con problemas y noticias de actualidad, escasamente buenas por cierto, a los que estamos acostumbrados tanto los que escribimos como los que leen y comentan nuestros artículos. Comprendo que es una intromisión por mi parte en su mundo personal, contarles que hace 47 años que me casé y que volvería a hacerlo ahora mismo si regresara a ese lejano ayer en el que se iniciaron mis gozos y en mi caso, escasas sombras, parodiando a mi admirado Torrente Ballester. Cada día que pasa me siento más enamorado y feliz con esta mujer que me tocó un día de mucha suerte, a pesar de mis descabelladas locuras precedentes y algunas posteriores. No he sido, ni soy un santo, lo reconozco. Aunque en el presente ello no signifique sacrificio alguno porque el cuerpo no está para ardores y aventuras, aunque los ojos te hagan muchas faenas y te proporcionen ganas de difíciles tentativas. He sido, siempre lo he declarado públicamente, un constante admirador de la mujer y jamás he sentido mayor placer que el que me ha podido proporcionar la hija de Eva. No concibo una vida sin amor, ni una felicidad más completa que la experimentada junto a la mujer a la que se ama y de la que se siente uno profundamente enamorado. Pareceré una especie de bicho raro, pero mi mujer, el enorme cariño que siento por ella, lo mucho que le debo y lo agradecido que siempre he de estarle, es prioritario en mi escala de valores. Por encima incluso, aunque algunos se lleven las manos a la cabeza, del amor a mis hijos y nietos, por los que daría mi vida si le hiciera falta a cualquiera de ellos. Y esta primacía la conocen y la aceptan complacidos, porque si en un matrimonio hay respeto, tolerancia, cariño y devoción por parte de los cónyuges, los hijos serán los primeros beneficiados con ese ambiente de pacífica convivencia y sinceridad de sentimientos. Me haría mucha ilusión poder celebrar las bodas de oro dentro de tres años, si Dios nos concede esa bonita oportunidad. Me volveré a casar con ella en la iglesia, teniendo como testigos a hijos y nietos, con la misma ilusión y ya formidable experiencia de haber acertado plenamente en mi lejana decisión. Posiblemente ella no lea este artículo, pues no suele ser lectora de mis artículos, a excepción de los que yo le presento buscando su parecer. Pero no me importa. Solo quiero dejar constancia de esta fecha para mi tan importante ante ustedes, mis amigos y sufridos lectores, esperando que me perdonen haberme saltado los cánones normales en estas páginas con un asunto de exclusivo mi exclusivo interés familiar Se me apetecía gritar a los cuatro vientos, con todas mis fuerzas y sinceridad, que soy enormemente feliz, que no me arrepiento para nada del difícil paso que dimos ese día y que estoy dispuesto a compartir con esta maravillosa mujer los años que Dios se digne concedernos. Que espero sean muchos aún por ambas partes. Como dato curioso he de aclarar que nuestra boda se celebró a los cuatro meses de conocernos, contra el criterio, que no la negativa, de nuestras familias para que alargáramos unos meses más las relaciones y asegurar la continuidad de esos sentimientos. ¡Ah, y sin la amenaza de la llegada de la cigüeña, que tardó un año en hacer su aparición!. Nos conocimos, nos tratamos, nos quisimos y nos casamos. Simplemente así . Otros con relaciones más largas y formalizadas, no llegan ni a celebrar las bodas de papel. , Hoy nos reuniremos todos a cenar, sin baja alguna y yo seré el marido y el padre más feliz del mundo, porque presidirá la mesa un cariño generalizado y sincero entre todos los reunidos. . Esta gran familia que Dios me ha concedido para que siempre tenga motivos de alabanza y agradecimiento a su bondad. Permitidme y perdonadme la brevedad y el tema, pero no cabe insistir más en lo expresado, ni tener por más tiempo acaparada vuestra atención. Un abrazo para todos.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4305
lunes, diciembre 10, 2007
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