jueves 6 de septiembre de 2007
UNA FALSA DISYUNTIVA
Jesucristo o la verdad
Por José Francisco Serrano Oceja
Benedicto XVI sabe muy bien, y nos lo ha mostrado y demostrado con su –para los que utilizamos la lengua de Cervantes– reciente Jesús de Nazaret, que no poca de la tensión cultural, y no poco del diagnóstico que se hace en nuestro tiempo del cristianismo, se ha dilucidado a partir de lo afirmado en aquel párrafo de una carta de Dostoievsky escrita en 1854: "Si alguien me demostrase que Cristo está fuera de la verdad, y si realmente la verdad estuviese fuera de Cristo, yo desearía permanecer más bien con Cristo que con la verdad".
Romano Guardini tachó de "desagradable frase" esa última afirmación del literato eslavo. Pero, querámoslo o no, lo que no pocos epígonos de nuestra cultura, y de la sociedad, y si me apuran de la Iglesia, plantean es la dialéctica falsa, el sofisma, el engaño, la trampa, de "Cristo o la verdad", y los derivados familiares que de ahí se pueden deducir. Un postestructuralista defensor de un cristianismo sin trascendencia, postmoderno, G. Vattimo, creyó encontrar, en el capítulo 7 de Los endemoniados de Dostoievsky, la legitimación para proponer al pensamiento cristiano esa deslegitimación tan cercana a la gnosis religiosa contemporánea. Y de ahí a Nietzche hay sólo un paso; o a Borges, qué más da, aunque no dé lo mismo.
Cristo o la verdad es la falsa dialéctica que la cultura contemporánea ha inoculado en la mente de no pocos de los que creen que el siglo presente será religioso o no será. Ese nuevo maniqueísmo, y esa forma de moralismo que identifica el cristianismo con una idea, una sola concepción ética, es uno de los sibilinos engaños de nuestro tiempo. Lo que el papa Joseph Ratzinger ha pretendido con este libro, esa genial forma de comunicación de la galaxia Gutenberg contemporánea, es presentarnos no sólo al Jesús real, sino ofrecernos el principio de la realidad primera y fundante del cristianismo, que es una creencia basada en la encarnación de Jesucristo y, por tanto, en una materialidad que no se agota en lo tangible. No conviene que olvidemos, y no por repetida deja de ser menos verdad, aquella frase de Pascal:
Pero no se puede conocer a Jesucristo sin conocer al mismo tiempo a Dios y a la propia miseria… Sin Jesucristo, el mundo no subsistiría; porque, o debería ser destruido, o llegaría a ser como un infierno.
No es una causalidad que una de las revistas de información general más o menos vendidas en España haya dedicado, al rebufo del éxito del libro del Santo Padre, una de sus portadas a ese Jesús construido, alejado de la verdad. Y lo hace aupada por un conjunto no muy extenso, por cierto, de auto o hetero denominados "teólogos" de los que, les tengo que confesar, nunca he leído un libro de teología. A lo sumo, recuerdo a uno de ellos que impartía clases de Teología en la facultad donde yo estudiaba Periodismo, que dejé de frecuentar no sólo porque viera amenazada mi fe, que es un don precioso de Dios, sino porque sentí amenazada mi razón. No hubiera estado de más que se hubiera tenido en cuenta lo que se publica en este libro del Papa, y del teólogo y del pedagogo que es, Benedicto XVI.
El Santo Padre no olvida que el auténtico problema de la búsqueda de Jesús en nuestro tiempo, del Jesús real, del Jesús de la historia, es el problema de Dios. Si no se resuelve la crisis de las vías de acceso a Dios, del encuentro con Dios, de los lenguajes sobre Dios, difícilmente se solventarán los problemas planteados por la moderna exégesis y por los modernos pensamientos sobre quién fue Jesucristo, qué podemos saber de Jesucristo y qué conciencia tenía de sí mismo Jesucristo. El Papa conoce a la perfección la sinfonía armónica del pensamiento cristiano, y sabe que la realidad de Dios, de Jesucristo y de la Iglesia están íntimamente unidas.
Ahora, con este libro, que además responde a las dudas de quienes en siglos pasados se preguntaron por la esencia del cristianismo, por su naturaleza, Feuerbach, Troeltsch, Semler y Harnack, entre otros, nos sorprende con la fascinante presentación de un Evangelio que nos sabe a nuevo, pura elocuencia.
miércoles, septiembre 05, 2007
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