miércoles, septiembre 26, 2007

Manuel Montero, El plebiscito permanente

El plebiscito permanente
27.09.2007 -
MANUEL MONTERO

Todo cambia, nada permanece, pero en el País Vasco pasan los años y seguimos siempre en lo mismo: todo gira en torno al referéndum prometido. Una y otra vez, año tras año. Alguien ha debido de malinterpretar a Renan su definición de que «una nación es un plebiscito permanente» y ha traducido «una nación es la amenaza permanente de un plebiscito». La forja de la nación vasca resulta contumaz en sus vueltas y revueltas a la convocatoria del ansiado referéndum, que se presenta como el momento culminante de la historia vasca. Casi todos los años al acabar el verano las hojas caen de los árboles, rebrota la flor soberanista y se anuncia la buena nueva de que se preguntará a los vascos (y a las vascas) por sus querencias: la naturaleza y el soberanismo ajustan sus movimientos a un rígido compás cíclico. Al lehendakari le gusta plantear su consulta en el pleno de septiembre, que reserva a los grandes designios. Es el cénit anual: toda la política vasca suele moverse alrededor de tales palabras. Hasta la primavera se habla del septiembre anterior, desde los idus de marzo se especula sobre qué dirá en el próximo. La política vasca tiene un vetusto ritmo estacional.La del referéndum es una de las historias más raras promovidas por el nacionalismo. Cabía entender que utilizase la amenaza plebiscitaria para aglutinar a los propios, estar 'en el candelabro' y sacar tajada, pues estas cosas asustan al español, de natural temeroso. Es la virtud de amagar. Otro asunto es que quiera concretarlo en las urnas. No sólo sería fatal para el País Vasco -ahondaría el cisma social y daría al terrorismo un increíble campo de actuación-, sino que la apuesta resulta casi suicida para el PNV. Se arriesga a una catástrofe de dimensiones estratosféricas, que tiene una probabilidad elevadísima, de las que no suele asumir la política.Dejemos aquí la ilegalidad de la convocatoria y la pregunta a realizar para que tenga algún significado político, o si podrían montarse las mesas en semejante consulta (¿qué hacer si la gente no acude, por la ilegalidad?, ¿organizar las mesas sólo con los del tripartito?), pese a que no son cuestiones menores. Supongamos que el Gobierno tripartito convoca referéndum soberanista con una pregunta rupturista (de no ser así todo este viaje sobraba). ¿Puede salirle bien el envite, siquiera en el terreno simbólico, el único que cuenta en un referéndum sin validez jurídica? Para que la consulta tuviese los efectos de ruptura que se le piden -como una base para 'superar' el actual estatuto de Autonomía- necesita unos apoyos del 54% del censo, pues el Estatuto de Gernika obtuvo casi estos votos (53,91%), y más del 90% de los votos afirmativos. Es la frontera del éxito y del fracaso, pues no podría argumentarse que los vascos ansían una vía soberanista si hay menos apoyos que en el Estatuto. No valdrían para esta lectura cifras inferiores por una menor participación - como ha sucedido con los estatutos catalán y andaluz-, pues no se propone una reforma, sino una nueva vía, un nuevo comienzo. Un 54%, pues, y, si no, todos los años del soberanismo, desde Lizarra a esta fecha, acabarán en el ridículo.¿Hay alguna posibilidad de que la pregunta soberanista logre el apoyo del 54% del censo, en las circunstancias actuales? En la vida todo puede suceder -desde la caída de meteoritos para extinguir dinosaurios hasta la conversión de la batasunía a la democracia-, pero hasta donde podemos colegir a partir de la distribución de votos y de los comportamientos políticos, resulta muy improbable tal evento. Contra lo que se sugiere, el Estatuto de Gernika contó con un respaldo social alto. En España se han celebrado desde 1978 diez referendos (Constitución, OTAN, Constitución europea, País Vasco, Galicia, dos en Cataluña, tres en Andalucía) y el Estatuto vasco está entre las propuestas con más respaldo: sólo le supera la Constitución (59,4% en toda España) y la ratificación de la iniciativa para el Estatuto de Andalucía, 55,9%, cifras que no se alejan demasiado. Después de la Constitución, es el texto que ha obtenido mayor apoyo.Los resultados de los referendos suelen ser coherentes con los repartos de votos por partidos. No parece verosímil que los votantes del PSE y del PP -cuyo volumen global resulta bastante estable elección tras elección- decidan apoyar el soberanismo plebiscitario. Así que imaginemos que todo el nacionalismo (desde Batasuna al PNV) e IU se lanzan en masa a apoyar la ruptura estatutaria. Cuando alcanzaron más votos fue en las elecciones de 2001, con una participación inusual y la movilización provocada por el frentismo. Obtuvieron, si se les junta, 826.000 votos. En total, el 45,50% del censo, muy lejos del 54%, y ello en circunstancias muy excepcionales, de difícil repetición. Pese a la intensidad de aquel momento, y aunque el censo había aumentado en casi 300.000 votos, ni siquiera consiguieron los apoyos que en 1979 refrendaron el Estatuto. Éstos son los mimbres; lo demás, voluntarismo.Para conseguir tal resultado el nacionalismo tripartito necesitaría arrastrar en bloque a HB -algo nunca visto y empeño que se antoja difícil, a no ser que optase por una pregunta de una radicalidad extrema y por una política del mismo tenor- sin espantar a la franja moderada de su electorado, además de confiar en que las bases nacionalistas compartan unánimes las incertidumbres soberanistas y que los de IU sigan ciegos a Madrazo, que a lo mejor. Y ni por ésas llegaría a la mitad del censo. Necesitaría además que porcentajes significativos del PSOE o del PP quedaran subyugados por el soberanismo, lo que sólo sucede en las mentes de los encuestadores del Gobierno vasco. De paso, el resultado retrataría las diferencias profundas entre Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, con efectos político demoledores.¿Y todo esto, para qué? ¿A ver si suena la flauta y la gente dice sí a una pregunta que no tendría detrás un texto como el Estatuto? Es insensato. A estas alturas, me imagino la pregunta soberanista: ¿Entonces, por qué no el referéndum? Entre otras razones, por las que siguen: la política no está para desquiciar a una sociedad ni contentar veleidades políticas; hay unas reglas del juego que no se respetan; se quiere colar la soberanía, el máximo postulado ideológico del nacionalismo, como el punto de partida de las soluciones vascas; el aventurerismo político no debe tener premio; un plebiscito de este tipo propiciaría que el terrorismo actuara para atemorizar a la sociedad y cambiar el voto.Estamos ante el propósito de un referéndum en el que las circunstancias no parecen las convenientes para el convocante. El riesgo de que termine con un fiasco resulta inmenso, y no se suele llamar a consulta si se tienen las cartas en contra. Suena absurdo, a no ser que se busque algo diferente a lo que se dice y esto sea la ceremonia del Gran Engaño. La única manera de entender el desaguisado es situándonos en los recovecos internos del nacionalismo -y admitiendo que está dispuesto a la irresponsabilidad de gobernar y reventar a la sociedad vasca sólo en función de sus peleas internas-. Quizás lo que se busca no es la victoria imposible del soberanismo, sino crear con el referéndum un banderín de enganche que aglutine a todo el nacionalismo, anclarlo en la hegemonía radical y crear el precedente soberanista: tomar fuerzas para nuevas aventuras. Seguramente ésta es la cuestión, atar el futuro del nacionalismo, y no búsquedas de soluciones para los vascos. ¿Por eso se pone en solfa a la sociedad vasca, desde hace una década?Otra consideración de Renan viene al caso: «La estupidez humana es lo único que sugiere una idea del infinito».

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