Teresa de Calcuta, y la heroicidad de la duda
05.09.2007 -
BORJA VIVANCO DÍAZ
En su pequeña novela 'San Manuel Bueno, mártir', Miguel de Unamuno traslada sus congojas metafísicas y sus dudas sobre la existencia de Dios. El protagonista de la novela, Don Manuel, es el piadoso párroco de un pequeño pueblo, popular y querido entre sus gentes. Pero Don Manuel guarda para sí un turbulento secreto que sólo confesó a una de sus feligresas y que ella se vio obligada a desvelar en conciencia, una vez que los trámites para la beatificación de su antiguo párroco se pusieron en marcha. El secreto podía sobrecoger a cualquiera: Don Manuel no creía en Dios. Pero ser sacerdote y vivir desde los valores cristianos le ofrecía, al ateo de Don Manuel, una plataforma idónea y eficaz para hacer el bien entre sus paisanos.Hace unos días se ha divulgado el contenido de parte de la correspondencia epistolar de la beata Madre Teresa de Calcuta. Tras la lectura de varios párrafos, escritos en distintos intervalos de su azarosa vida, podemos interpretar que las dudas existenciales acompañaron a la sagaz misionera durante muchos años. Todo parece indicar que no se trataba de periodos pasajeros de crisis de fe. Más bien, se deja intuir que una ansiedad ontológica le atormentaba permanentemente desde su juventud. Algunas de sus afirmaciones son muy elocuentes al respecto: «Siento que Dios no me quiere, que Dios no es Dios, y que él verdaderamente no existe».Su entorno más cercano conocía y asumía estas angustias. Con ocasión de su beatificación, el Papa Juan Pablo II hizo una velada alusión a ellas. Se refirió a la «oscuridad interior» que la Madre Teresa experimentó durante gran parte de su vida y cómo fue para ella «una prueba a veces desgarradora, aceptada como un don y privilegio singular». Empero, nunca sabremos con exactitud en qué consistieron sus dudas de fe, cuáles fueron sus raíces y en qué medida condicionaron su trayectoria vital. Todo esto quedará, para siempre, entre Dios y ella. Como san Agustín escribía, «Dios es más íntimo que mi intimidad».La Madre Teresa murió hoy hace justo una década, a la edad de 87 años. En el funeral, su cadáver se colocó en el mismo armón de artillería en el que fue depositado, cincuenta años atrás, el cuerpo asesinado de Mohandas Ghandi. En 1964, después de cuidar cerca de veinte años de los leprosos, de los intocables, de los niños abandonados o de los moribundos que yacían en las calles de Calcuta, su figura y su heroica labor comenzaron a ser divulgadas en todo el mundo, de la mano del Papa Pablo VI. Al final de su viaje a Calcuta, el pontífice hizo público que entregaba a la Madre Teresa la limusina de lujo, que un grupo de católicos norteamericanos le donaron, pero que él nunca se decidió a estrenar. La Madre Teresa consiguió vender el vehículo por cinco veces su precio de compra. «Nunca me preocupo por el dinero, siempre llega», se congratulaba.El poder de persuasión de esta mujer sencilla, diminuta y frágil en su aspecto, unido a su increíble vivacidad y a su extraordinaria capacidad organizativa, le proporcionaron la colaboración y complicidad de instituciones muy diversas o de personas de todas las condiciones. Ha sido una de las mujeres más carismáticas del siglo XX.Pablo VI le concedió el primer premio Juan XXIII de la Paz, en 1971. Desde entonces, no dejó de recibir reconocimientos y premios por todo el planeta. En 1979, la Academia sueca otorgó a la Madre Teresa el Premio Nobel de la Paz, que recogió en Oslo. La sociedad noruega la acogió con entusiasmo y regocijada tanto por ser uno de los países con índices más bajos de pobreza como por estar a la cabeza en gasto público destinado al Tercer Mundo. Pero la Madre Teresa se negó a participar en el suntuoso banquete preparado en su honor y solicitó que el coste fuera invertido en sus obras sociales de Calcuta. Y de forma inesperada, en su discurso de agradecimiento, lanzó una de las críticas más duras contra el aborto que se hayan escuchado jamás en la sociedad noruega, que también hacía gala de ser una de las más permisivas hacia esta práctica: «El máximo destructor de la paz es hoy el grito del niño inocente, todavía por nacer ( ). Para mí las naciones que han legitimado el aborto son los países más pobres».Teresa de Calcuta pudo dudar seriamente de sus convicciones religiosas, pero jamás las abandonó. Cuando le preguntaban cómo podía dedicar, cada día, dos horas a rezar tras una larga y agotadora jornada en los hospitales, respondía que no sería capaz de retomar el trabajo a la mañana siguiente, si no fuera por la fuerza espiritual que recuperaba en el tiempo dedicado a la oración.A caballo de los siglos XVII y XVIII, en las Ardenas vivió un discreto sacerdote que respondía al nombre de Jean Meslier. Tras su muerte, se descubrió que era el autor de una densa obra, completamente creativa o innovadora para su tiempo, centrada en defender el ateísmo. El mismo Miguel de Unamuno dijo inspirarse en un sacerdote ateo de Bilbao, a la hora de perfilar a Don Manuel, el párroco de su novela.Pero la biografía de Teresa de Calcuta sólo puede ser comprendida desde su experiencia de Dios, a pesar de que no siempre encontró las respuestas a sus preguntas existenciales. Acercarnos a la personalidad y obra de la Madre Teresa únicamente desde los parámetros de una ética laica conduce a simplificarlas. Negar su fe católica es falsearlas.Estoy seguro que la Madre Teresa compartiría las críticas que el Papa Benedicto XVI vierte a aquellas políticas de ayuda al desarrollo que, basadas sólo en criterios técnicos y materialistas, ningunean los valores religiosos. En su obra 'Jesús de Nazaret', comercializada en castellano la semana pasada y agotada enseguida en muchas librerías, el Papa advierte que cuando el «orgullo del sabelotodo» de Occidente, ignora «las estructuras religiosas, morales y sociales existentes», cree «poder transformar las piedras en pan» pero da «piedras en vez de pan».De ahí también que las Misioneras de la Caridad, la principal organización que la Madre Teresa fundó, no sea una ONG fundamentada en sentimientos estrictamente humanitarios, neutra ante las creencias religiosas. Son más de 4500 mujeres que dan sentido a su vida cristiana entregándose en cuerpo y alma a las personas más necesitadas. Yo me topé con algunas de ellas, en una estación de Metro en Roma. Es fácil reconocerlas. Al igual que la Madre Teresa, visten con un sari indio blanco y azul. Se quedaron solas en la estación, pues perdieron el Metro del cual yo me apeé. Ocurrió que fueron las únicas personas que aguardaron a sacar el billete antes de subir al Metro, cuando lo más fácil en Roma es viajar en transporte público sin tener que pagar.
martes, septiembre 04, 2007
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