viernes 27 de julio de 2007
Invertir, Bolsa o vivienda Primo González
La propensión de los españoles hacia las inversiones en renta variable no parece haberse modificado mucho en los últimos años, a pesar de la tremenda subida que han experimentado las cotizaciones (es decir, las ganancias) de los valores que se cotizan en los mercados de acciones. El gran rival de la Bolsa en materia de plusvalías y ganancias rápidas ha terminado por ser un tipo de inversión mucho más útil para el ciudadano medio y sobre todo bastante más necesaria, incluso imprescindible, la vivienda, cuyo valor además no ha cesado de aumentar en los últimos años, en clara competencia, incluso ventajosa, con el valor de las cotizaciones bursátiles.
La revalorización de la vivienda no tiene nada que envidiar, en efecto, a la de los índices bursátiles (por tomar un termómetro de tipo medio, representativo del conjunto del mercado) y ni siquiera a algunos fondos de inversión de éxito. Las ganancias en la vivienda tienen, además, un mejor tratamiento fiscal. Es, además, un producto cuya adquisición puede ser financiada, a diferencia de la inversión en Bolsa, para la que es más difícil que un particular logre hacer acopio de dinero por la vía crediticia. Lo cierto es que en Bolsa puede haber ahora mismo invertidos entre 500.000 y 700.000 millones de euros de los particulares, en una estimación algo excesiva.
La inversión en vivienda es, comparativamente, muy superior. No hay estimaciones muy precisas pero el patrimonio inmobiliario de los españoles, sin contar la propiedad de los extranjeros (que es muy elevada, debido a su notable presencia en el mercado de segunda residencia) puede superar los 3,5 billones de euros. Es decir, entre seis y siete veces lo que tienen las familias invertido en los mercados cotizados, tanto de renta fija como variable.
La inversión en vivienda no está plenamente desembolsada, ya que una parte está pendiente de pago debido a que las adquisiciones se realizan por lo general a través de préstamos hipotecarios. El valor de las hipotecas en activo rondará, en números gruesos, el billón de euros. Por lo tanto, se puede deducir que el valor neto o real del patrimonio en vivienda de las familias españolas debe estar en torno a los 2,5 billones de euros, cifra que sigue siendo muy superior a la de las inversiones en Bolsa y renta fija juntas.
El valor del patrimonio inmobiliario ha aumentado en los últimos años tanto por las inversiones que han realizado las familias en compra de inmuebles como debido al aumento del valor de los mismos. No resulta exagerado decir que en los últimos cinco años, el valor de los pisos se ha multiplicado por dos o incluso por tres y en los últimos diez años, la revalorización alcanza porcentajes muy superiores. Por lo tanto, la inversión que más satisfacciones ha dado al español medio es la de un bien tan imprescindible como la vivienda. Razón más que suficiente para justificar el escaso aprecio, o el menor aprecio, que muchos tienen hacia otros tipos de inversión. Lo que, a su vez, explica que muchos españoles con capacidad de ahorro, en vez de invertir en Bolsa, hayan optado por adquirir una segunda e incluso una tercera vivienda como mejor alternativa de inversión.
La Bolsa se popularizó mucho en España en los años de las grandes privatizaciones (mediados de los 80, cuando los Gobiernos del PSOE empezaron a desarrollar eso que en algunos momentos se llamó “capitalismo popular”, pero que era una forma de conseguir dinero líquido para atender necesidades más perentorias del gasto público. Pero luego ha caído de nuevo en una especie de cenáculo para entendidos, sobre todo porque algunas experiencias (la de Terra es la más comprometedora para el buen nombre de las Bolsas) han castigado a los inversores pequeños, de forma que los aficionados han preferido desviar su dinero hacia fórmulas más institucionales, como los fondos de inversión o los planes de pensiones.
Un estudio que acaba de elaborar la asociación Inverco, que agrupa a las gestoras de fondos de inversión, pone de relieve que el papel de la inversión directa de las familias (tanto en renta fija como variable, es decir, valores cotizados en los mercados) no ha dejado de aumentar en los últimos años y representa ya el 33% del ahorro familiar. Las cifras destinadas a la vivienda hacen palidecer estos porcentajes, incluso en familias de edades maduras. Lo malo de una y otra forma de atesorar de cara al futuro es que ambas dependen mucho del ciclo económico y que suelen tener trayectorias idénticas, es decir, todo baja y todo sube al mismo tiempo, de forma que no es posible salvarse de una crisis en uno de los dos segmentos echándose en brazos del otro.
jueves, julio 26, 2007
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