domingo, julio 01, 2007

German Yanke, Un recuerdo terrible

lunes 2 de julio de 2007
Un recuerdo terrible Germán Yanke

Acabábamos de terminar la edición especial de El Mundo del País Vasco sobre el final del secuestro de Cosme Delclaux y volvíamos a casa, avanzada ya la madrugada. Sonaron de nuevo los teléfonos: “¡Ha sido liberado!”. “Sí, ya lo sabemos, hemos preparado una edición especial! Vamos a dormir por fin…”. Pero no era ese secuestro al que se referían, sino el del funcionario de prisiones Ortega Lara. De vuelta al periódico. Pero eran noticias agradables.
Agradables pero tremendas. La liberación de Ortega Lara puso de manifiesto la demencial crudeza del terrorismo de ETA, los detalles del secuestro, el zulo en el que estuvo encerrado, el testimonio de la víctima, que fuimos conociendo poco a poco. La imagen misma de un hombre agotado, abatido, confundido, saliendo del lugar de su encierro criminal suponía ver, en condiciones de laboratorio, sin otras interferencias, lo que era —ideológica y estratégicamente— la banda.
Fue un mazazo, al que se añadió poco después el secuestro y el asesinato terrible de Miguel Ángel Blanco. Ya sabíamos el significado y el ser de ETA y lo volvíamos a ver, y a sentir, de modo tremendo. Y porque lo supimos, y lo sentimos, reaccionamos como reaccionamos: no se podía consentir que las cosas fueran como hasta entonces, era preciso derrotar y terminar con ETA, con sus apoyos, con todo lo que suponía la hidra del terror en el País Vasco.
Sabíamos lo que pasaba. Sabíamos cómo se combatía.
La desgracia de la lucha contra el terrorismo en nuestro país es que lo olvidamos una y otra vez. Como sabemos que la batalla contra ETA y el aislamiento político de sus colaboradores supone un esfuerzo del Estado de Derecho y de cada ciudadano más allá de lo normal, preferimos no ver lo que vimos hace diez años, suponer que es posible entenderse —aunque sea de algún modo, sin ceder demasiado— con una banda de pistoleros y totalitarios, construir un escenario falso en el que no sea requerible ese esfuerzo añadido.
Ha pasado una y otra vez en estos diez años y, de modo muy especial, en estos últimos meses. No sólo el nacionalismo, como ocurrió entonces, temió ser abatido por la avalancha ciudadana. También los demás temimos las exigencias de lo que en aquellos días de julio de 1997 vimos tan claramente. Y ahora seguimos teniendo recelos contra lo que sería necesario hacer. Por eso nos resulta más fácil vernos y comportarnos como estrategas que como moralistas. Ahora recordamos lo que ocurrió hace diez años, creemos que vemos lo mismo que vimos, que entendemos y sentimos lo que supimos y experimentamos entonces. Pero me temo que nos engañamos, que desviamos la mirada, que anestesiamos la reflexión subrayando que han pasado diez años, es decir, no queriendo reparar en que vimos lo que veríamos ahora si mirásemos bien.

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