domingo, julio 01, 2007

Ferrand, Enemigos antes que adversarios

lunes 2 de julio de 2007
Enemigos antes que adversarios Manuel Martín Ferrand

Asegura Manuel Alcántara, una de las plumas más brillantes del periodismo español en el último medio siglo, que “tanto Zapatero como Rajoy tienen un gran sentido de la enemistad y le rinden un culto constante”. Así debe de ser cuando lo afirma tan acreditado maestro. Además, ¿qué sería de los dos grandes gallos del corral político nacional sin el armazón de odios con que se apuntalan mutuamente? En lo que les llevamos visto ninguno triunfa por el muestrario de sus ideas y sólo Rajoy destaca por la brillantez y constancia con las que afea a Zapatero por su falta de servicio a la dignidad del Estado.
Por lo que más luce José Luis Rodríguez Zapatero es por su contumacia. No es que, como a todos nos pasa, pise de vez en cuando los charcos del error. No. Es que no sale de ellos y le chorrean las botas prestadas con las que ejerce el poder.
Llegó a la Moncloa —legítima y democráticamente, no faltaba más— como parte de la onda expansiva del 11M y allí sigue, sin más contenido que una patológica memoria histórica, fundada en el recuerdo de un abuelo al que nunca conoció, ni más proyecto que un “proceso de paz” que, dados el carácter y la conveniencia de los asesinos a quienes se trata de desbaratar, nunca llegará a conocer con un final feliz.
Zapatero y Rajoy son los protagonistas de la semana. Para empezar, el debate sobre el estado de la nación será, seguramente, el último en el que se enfrenten con los cargos y representaciones que ostentan en la actualidad. Malo será si dentro de un año, tras unas elecciones legislativas en las que el PSOE y el PP se juegan su futuro, Zapatero sigue siendo el presidente del Gobierno y, al tiempo, Rajoy el líder —¿otra vez monopolista?— de la oposición. Mal está el país; pero, ¿tan mal?
El debate, con el que se cierra el curso político, no podrá ser muy distinto de lo que el propio curso ha sido. Es decir, se centrará, por muchos esfuerzos en contrario que pueda hacer el Gobierno, en ETA, sus asesinatos y despropósitos, sus víctimas y las diversas aplicaciones políticas que, unos y otros, tratan de arrimar a sus respectivas ascuas partidistas.
Zapatero, culpable de haber dejado sin sentido la idea parlamentaria de nuestra forma democrática —que tampoco es representativa—, volverá a sus imprecisiones para echar fuera todos los balones. Lejos del campo del Congreso, que es en donde se mueve con mayor soltura y confianza.
Rajoy, a quien en esto no le faltan ni razón ni razones, insistirá en que no es bueno ni democrático conversar de igual a igual con unos asesinos y, tanto por convicción como por coherencia, predicará en un desierto de sordos. Aquí nadie quiere oír nada desagradable y, menos aún, si conlleva supuestos y compromisos éticos. Además, las fechas y la calor determinan que los señores —plural de “señoras” y señores”— diputados —plural de “diputadas” y diputados”— acudan a la Carrera de San Jerónimo con el bañador puesto debajo del traje de verano para, cuanto antes, salir corriendo hacia los chiringuitos vacacionales de su preferencia.
Un Gobierno con tema único fuerza a su oposición a vibrar en parecida sintonía. La lucha antiterrorista y sus suburbios son, además de un tema fundamental, un gran pretexto para no contemplar otras miserias que afectan a la nación y de las que dependen su futuro y su prosperidad. Zapatero no quiere hablar de otros asuntos pendientes, fundamentales, porque, además de no tener nada que decir, se obligaría a un debate inteligente. Algo que es, por mucho que se aplique el beneficio de la duda, un imposible metafísico.
Zapatero y Rajoy que, según el maestro Alcántara, sólo comparten el deseo de triturarse mutuamente se verán las caras en el debate que, aunque quiera ser remedo del norteamericano sobre el estado de la Unión, es sólo un pretexto litúrgico para sostener la apariencia de una democracia de escasa hondura. Tan escasa y anoréxica, que aquí se habla de “marea de libertad” porque —en ejercicio de su derecho, no faltaba más— unos cuantos millares de homosexuales hacen desfilar por Madrid su orgullo gay. ¡Como si la libertad basara su fundamento de cintura para abajo!

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